La carrera hacia el cielo
El príncipe Carlos dividió a la comunidad de arquitectos con su oposición pública a proyectos innovadores diseñados con la idea de modernizar Londres. Veinte años después de la devastadora intervención del futuro jefe del Estado británico, se ha superado por fin el miedo a construir réplicas de aquel "monstruoso forúnculo (quiste) en la cara de un muy querido y elegante amigo", según la descripción del príncipe de la ampliación de la National Gallery con la llamada Sainsbury Wing. Respetar la línea del horizonte trazada en siglos pasados ha dejado de ser también parte del consenso extraoficialmente aceptado por autoridades, propietarios privados y constructores.
La más importante pinacoteca británica se ha beneficiado de la conversión en zona peatonal de su vecina Trafalgar Square y, el próximo mes, realzará su presencia con la inauguración de la remodelación de su entrada principal. La mejora del acceso a la National Gallery forma parte de un proyecto, presupuestado inicialmente en torno a los 25 millones de euros, para dotar a la galería de los obligatorios servicios de restaurante, tiendas e instalaciones con fines educativos.
Un futuro más incierto corre la ampliación del Museo Victoria & Albert con un elegante diseño en espiral de Daniel Libeskind. El proyecto se gestó hace ocho años en un mar de polémica y, pese a haber superado las trabas municipales relacionadas con los permisos de planificación, su construcción quedó en entredicho hace un par de meses. La solicitud de una subvención pública de unos 20 millones de euros fue denegada, y la junta de gobernadores de este exquisito museo de artes decorativas se ha visto forzada a reconsiderar el camino a seguir.
En cambio, la City de Londres, barrio financiero por excelencia, ha retomado el vuelo ajena a constricciones de capital. Está aprovechando la apertura de la veda en la construcción de rascacielos, que tanto disgustan al príncipe Carlos pero que cuentan con el respaldo condicional de la alcaldía de la ciudad. La nueva sede de la aseguradora Swiss Re, un edificio de 180 metros de altura diseñado por el estudio de Norman Foster -con una forma parecida a un misil, un supositorio o un pepinillo erótico, según distintas descripciones-, se levanta desde este año sobre el horizonte londinense.
A corta distancia, Richard Rogers proyecta construir una torre de cristal para oficinas que asciende casi hasta los 225 metros, con una cima en forma de aguja. Conocido como edificio Leadenhall, y con una fecha de inauguración prevista en 2007, se ubica frente a otro símbolo de la City, el Lloyds Building, obra también de Rogers. El éxito de la Tate Modern ha empujado la reurbanización de barrios al sur del Támesis. Destaca la sede de la alcaldía y asamblea gubernamental de Londres, con un diseño semicircular de Foster, inaugurado en 2002. El nuevo ayuntamiento quedará quizá pequeño cuando se materialice la propuesta de Renzo Piano, una torre de cristal de unos 300 metros que dominará el área en torno al puente de Londres. La timidez de décadas pasadas ha dado paso a una carrera a relevos para conquistar el firmamento londinense.
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