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Columna
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El color del cristal

Chávez ha ganado el referéndum con el que la oposición venezolana pretendía poner fin al mandato presidencial que comenzó a principios de 1999, cuando apelando al "patriotismo de los desheredados" consiguió auparse a un poder al cual había ya intentado acceder previamente por métodos más expeditivos. Apoyándose en el enorme descrédito de la corrupta clase política oficial, y en el descontento de una población mayoritariamente sumida en la pobreza, Chávez emprendió un camino de reformas políticas y económicas que, a la vez que mantenían la esperanza de muchos en la posibilidad real de un cambio en Venezuela, exasperaban a otros que no dudaron en invadir las calles y buscar diferentes caminos para acabar con el experimento chavista. Finalmente, los opositores optaron por la vía que consideraron más eficaz: aprovechar las posibilidades legales abiertas por el propio Chávez para reunir las firmas suficientes con las que convocar un referéndum de revocación del presidente.

Se ha solido argumentar que los referendos los convocan los gobiernos, y siempre para ganarlos. Esta vez, sin embargo, era la oposición la promotora de la consulta, pero de la euforia mostrada por la misma durante las horas que precedieron a aquélla, parecía desprenderse que daban por descontada la victoria y, con ella, la salida de Chávez. Por ello, no es de extrañar que el desconcierto se haya apoderado de quienes daban por hecho un resultado que, no sólo no se ha producido, sino que, además, les ha sido claramente adverso. Lo peligroso del asunto es que dicho desconcierto parece haberse traducido, al menos a corto plazo, en una clara negativa a aceptar los resultados de la consulta, apelando a un fraude masivo que, por el momento, ningún observador internacional ha acreditado.

Observando todo lo que rodea al referéndum venezolano, uno no puede evitar hacer ciertas comparaciones y analogías. Con independencia de las profundas diferencias que separan al iluminado Chávez del que fuera presidente de Chile Salvador Allende, lo cierto es que ambos países atravesaron -con tres décadas de distancia- por un proceso de enorme desestabilización social promovido en gran medida por los opositores a las reformas puestas en marcha. Huelgas salvajes, caceroladas, manifestaciones en la calle,... fueron en ambos casos los instrumentos elegidos para acabar creando una fractura social de resultados imprevisibles. Salvador Allende había decidido convocar un referéndum para salvar la situación y acallar al mismo tiempo a la oposición. Pero, dos días antes del anuncio de la consulta, llegó el golpe de Estado de Pinochet. El Ejército ponía el punto y final, como había sido tradicional en América Latina. En Venezuela, sin embargo, ha sido la oposición la que ha elegido la vía de la consulta, tal vez porque en este caso el Ejército estaba mayoritariamente con el presidente. Paradojas de la historia.

En otro orden de cosas, llama también la atención la manera en que los perdedores han deslegitimado un proceso consultivo con el que estaban de acuerdo en los días previos al referéndum. ¿Existían suficientes garantías democráticas? Es difícil saberlo, pero lo cierto es que quienes parecen tener más elementos de juicio -los observadores de la OEA o de la Fundación Carter- han dado por bueno el proceso. ¿Existieron suficientes garantías democráticas en las últimas elecciones de los EEUU en las que Bush se alzó con la victoria? También es difícil saberlo, pero en todo caso ahí quedaron para la historia las miles de reclamaciones de ciudadanos -mayoritariamente de raza negra- a los que no se les permitió votar, o las acusaciones de fraude electoral en el Estado de Florida. De todos modos, tanto Chávez como Bush, se creen designados por la Providencia para salvar al mundo, cada uno a su manera, y señalan a Dios como el responsable de sus éxitos, con lo que la cuestión de los procedimientos democráticos resulta más bien anecdótica. Dicen que las comparaciones son odiosas, y puede que así sea. Pero no es menos cierto que la realidad está llena de matices y colores, aunque éstos últimos suelan coincidir normalmente con el del cristal con que se mira aquélla.

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