El culebrón interminable
El COI aplaza otras 48 horas la audiencia a los atletas Kenteris y Thanou, quienes recibirán hoy el alta hospitalaria
El espectáculo que ofrece la puerta del hospital KAT, al mediodía, es fascinante. Un guardia con un gran silbato y un minúsculo mando a distancia dirige las operaciones. Según su voluntad y las órdenes que le dan desde una garita, la verja se abre para dejar salir a heridos en pijama y escayolas escandalosas, a parientes afligidos, a médicos y enfermeras que van a echar un pitillo o para dejar a entrar a médicos airados, a ambulancias ululantes, a coches de policía, a una furgoneta blindada con policías antidisturbios, a un BMW negro, serie 7, con una sirena al techo, del que se baja un orondo caballero de pelo blanco y traje de lino también blanco...
Flanqueando las idas y venidas de la verja, nueve cámaras de televisión montan guardia. A su lado, decenas de periodistas se mueven a impulsos de las llamadas en los teléfonos móviles, de las entradas y salidas del personal. Si no hay movimiento en la puerta, las cámaras enfocan a las balconadas curvas de la sexta planta, a los ventanales de las habitaciones 601, 602 y 603, en las que desde el viernes 13 están Kostas Kenteris y Ekaterini Thanou, los pacientes más famosos de Grecia, los atletas más repudiados, las víctimas de un accidente de motocicleta imaginario. Cuando suenan las horas, las cámaras bajan a la calle. Es el momento de que los reporteros comuniquen las últimas noticias del caso.
Ayer, a las 12.45, la rutina había cedido paso mínimamente a la expectación porque se había corrido el rumor de que el director médico de la Comisión Médica del COI, el francés Patrick Schamasch, iba a rendir visita al hospital para comprobar que los atletas no habían volado. Entonces se organizó una asamblea espontánea de los periodistas para ponerse de acuerdo en lo que se sabía, lo que no se sabía, lo que se imaginaba y lo que pasaba.
El resumen era el siguiente: Kenteris y Thanou seguían en el hospital. No habían podido huir. Las cinco puertas de entrada y salida al recinto estaban controladas. Los informantes internos no habían hecho sonar la alarma. Su estado de salud, se podía adelantar, era lo bastante bueno como para no temer por nada, aunque no lo suficiente para dejarles salir del hospital. Se sabía que aún estaban atados a un gotero con suero y que por la tarde llegaría un parte médico -el parte llegó: los dos están tan bien que hoy serán dados de alta-. Se sabía también que la federación internacional de atletismo había confirmado que en las últimas semanas había habido tres intentos fallidos de control antidopaje a los dos atletas. Uno, en Tel Aviv; otro en Chicago; el tercero, en la Villa Olímpica, con lo que se les incoaría un expediente por el que podrían ser suspendidos un año. Se sabía que a las nueve de la mañana la comisión ad hoc del COI para instruir el caso de sus dos controles fallidos en periodo olímpico había recibido en el hotel Hilton al abogado de los atletas, Michalis Dimitrakopulos, y a su entrenador, Christos Tzekos, quienes habían pedido un aplazamiento de 48 horas de la audiencia prevista. "El miércoles vendrán, aunque sea con muletas", precisó el letrado. Se sabía que el COI, celoso de conceder las máximas oportunidades de defensa a los acusados, había accedido a la petición. Y se sabía que el pez gordo del pelo blanco y el traje también blanco era alguien de la oficina del fiscal que había acudido para acompañar al forense que iba a reconocer a la pareja porque la fiscalía griega ha abierto su propia investigación sobre el posible dopaje y el supuesto accidente de moto.
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