Salvaje de corazón
Dennis Hopper estaba en México cuando presintió que había estallado la tercera guerra mundial. La primera medida que tomó, después de unos instantes de pasmo, fue bajarse del automóvil en que iba, quitarse la ropa y correr desnudo carretera abajo rumbo al corazón del bosque. El actor fue encontrado horas después por la policía y trasladado al avión que lo llevaría de regreso a Los Ángeles. Cuando la nave avanzaba rumbo a la zona de despegue, Hopper, lleno de magullones y todavía con briznas de pino en el pelo, presintió que Wim Wenders y Coppola iban a bordo filmándolo y no tuvo más opción que comportarse a la altura: abrió la puerta y, ante la mirada aterrorizada de azafatas y pasajeros, comenzó a arrastrarse por el ala. A partir de aquellos dos presentimientos, que un médico identificó como delirium tremens, Dennis Hopper fue internado tres meses en una clínica psiquiátrica de Los Ángeles. Esto sucedía en 1982, trece años después de Easy Rider, la película que en unas cuantas semanas lo había situado en el olimpo de la contracultura, junto a personajes como John Lennon o Timothy Leary, el gran gurú del LSD, y desde aquel olimpo Hopper se había desbarrancado durante más de una década de películas casi siempre fallidas, observando una dieta rigurosa que, según él mismo ha dicho, consistía en beberse diariamente dos litros de ron, 30 cervezas y una raya de cocaína, "del largo de una estilográfica", esnifada cada 10 minutos.
Como su vida turbulenta le ha dejado un poco paranoico, vive, con su quinta esposa, encerrado en una fortaleza en California
Dennis Hopper tuvo la certeza de que quería ser actor cuando vio a Marlon Brando en la película Viva Zapata; su empecinamiento ligeramente maniaco más su increíble buena estrella lo pusieron, tres años después de aquella certeza originaria, a actuar junto a James Dean en Rebelde sin causa y un año más tarde en Gigante. Dennis admiraba sin reservas a James y aprovechó cada pausa en los rodajes para convertirse en su amigo, aunque lo que de verdad pretendía era convertirse en él, como pudo comprobarse cuando sobrevino la trágica muerte de James Dean a bordo de su automóvil y Hopper, espoleado por otro de sus presentimientos, supo, sin asomo de duda, que él era su heredero, el nuevo rebelde del cine, y con ese ímpetu se fue a plantar en una película de John Wayne que filmaba Henry Hathaway, en un papel donde más que hacerla de nuevo rebelde había que actuar siguiendo un guión, y ahí fue donde Hopper se dio su primer frentazo porque Hathaway, incapaz de distinguir en Hopper al heredero de Dean, le hizo repetir 85 veces una toma, aunque hay quien asegura que fueron más de 100. "Nunca volverás a trabajar en esta ciudad", dicen que Hathaway le dijo, y como esta sentencia había sido pronunciada en Hollywood, Dennis Hopper emigró a Nueva York y se inscribió en el prestigioso Actor's Studio, para estructurar con un poco de técnica sus actuaciones furibundas, que ya desde entonces estaban asociadas con su afición al alcohol, una costumbre que observaba desde los 12 años, cuando ayudaba a su abuelo a cosechar trigo en su natal Kansas. Cuando Hopper regresó a California ya estaba casado con Brooke Hayward, la mujer que asistió a la metamorfosis de Dennis, que en un abrir y cerrar de ojos pasó de bebedor profundo a psicópata de cuidado, un estado vital que se agudizaba por las complicaciones de Easy Rider, el proyecto que entonces echaba para adelante con la ayuda de su amigo Peter Fonda.
De las cinco esposas que ha tenido Hopper, cuatro se han quejado de sus malos tratos. Recientemente, una reportera del diario británico The Observer lo cuestionó al respecto y Dennis, con toda calma y gesto de santo, respondió que se trataba de puras exageraciones, pero que cuando una mujer se pone necia lo que desde luego procede es atenuar su necedad a base de hostias. Y así también, a fuerza de hostias, Dennis Hopper hizo Easy Rider, una historia enloquecida con Peter Fonda, Jack Nicholson y él mismo subidos en motos, en medio de una permanente humareda de porros y bajo la dirección férrea de Hopper, que cargaba dos pistolas para blandirlas en caso de que alguno de sus actores le hiciera lo que él mismo le había hecho a Henry Hathaway. Los rollos que produjo aquel caos fueron editados por el mismo Hopper, que entonces ya había superado con creces los niveles de rebeldía de James Dean, en una sesión drogota y dilatada que produjo una película de cuatro horas insondables y una frase suya megalómana, magnánima e histórica: "El problema de la cocaína en los Estados Unidos en realidad lo provoqué yo". Algún ejecutivo valeroso desafió las dos pistolas de Hopper y metió mano en aquella edición para reducir Easy Rider a la hora y media que tenía el día del estreno; el éxito fue total y en un instante la película se convirtió en la gran obra contracultural y en piedra fundacional del nuevo Hollywood, el del cine de auteur donde crecerían Altman, Coppola y Scorsese. El acierto de Hooper, por coyuntural que haya sido, lo inscribió en la posteridad a los treinta y tres años, lo convirtió en un personaje de culto y encima vino a poner en entredicho todos los métodos de dirección y de actuación que se usaban antes de 1969; Jack Nicholson, por ejemplo, declaró entonces que aprovechaba las virtudes de la hierba para ralentizar su tempo actoral. Aprovechando la cresta de la ola de Easy Rider, Dennis Hopper rápidamente se tiró a co-escribir y a actuar, con la misma metodología que había ensayado en su película anterior, The American Dreamer, un documental sobre sí mismo, dirigido por Kit Carson y Lawrence Schiller, donde aparece él fumando porros, practicando sexo grupal en la bañera y corriendo en pelota por la calle. Su fama de héroe de la contracultura, además de una cauda de acólitos, también le había generado más de un susto, como aquel que llegó en un helicóptero del que bajó John Wayne, visiblemente enfadado y gritando, mientras cruzaba a grandes zancadas el patio de la Paramount: "¡Dónde está ese maricón de Hopper!". El rey del western iba furioso porque sus hijas acababan de ver Easy Rider y les había gustado.
Después de aquel documental que fue un fracaso Hopper dirigió The Last Movie, película de título profético que rodó en Perú, entusiasmado por las vistas espectaculares de los Andes y francamente obsesionado por la oferta de plantas psicotrópicas que ofrecía la región. Después de estos dos fracasos, los dos en 1971, Dennis Hopper entró en ese bache que duraría hasta el día que vislumbró la tercera guerra mundial en México. Durante más de una década actuó en todo tipo de películas y series de televisión, casi todas intrascendentes, con la excepción de El Amigo Americano, de Wim Wenders, y Apocalipsis Now, de Coppola. Para esta última viajó hasta Filipinas, donde estaba el plató; iba acompañado de su novia Catherine Milinaire y hay quien asegura que una noche, en la habitación donde se hospedaban, luego de un jaleo espectacular donde hubo gritos y balazos, salió volando un colchón en llamas por la ventana.
Hooper salió limpio y saludable después de aquella estancia en la clínica psiquiátrica de Los Ángeles en 1982 y desde entonces lleva una vida menos descontrolada. En 1986 reapareció, luciendo un lustre heroico, en la película Blue Velvet, de David Lynch, haciendo el papel de Frank, un individuo siniestro adicto al gas por mascarilla, menos cercano a la ficción que al documental de sí mismo.
Hasta hoy, a sus sesenta y ocho años, Dennis Hopper ha dirigido media docena de películas y actuado en más de cincuenta. Como su vida turbulenta le ha dejado un poco paranoico, vive, con su quinta esposa, encerrado en una fortaleza, en California, llena de compuertas metálicas, personal de seguridad y un patio con techo de acero por si a alguien se le ocurre tirarle una granada desde la calle. Además de icono de la contracultura sigue siendo un actor notable, coleccionista de arte pop y fotógrafo inquieto, pero más que nada es un sobreviviente; lleva al parecer una madurez apacible y sobria, aunque en realidad nadie sabe lo que ocurre dentro de esa casa.
Éxitos y fracasos
La carrera de Dennis Hopper en Hollywood comenzó gracias a Nicholas Ray, que le permitió debutar en Johnny Guitar (1954) y luego le reclamó para Rebelde sin causa (1955). En aquella película, Hopper inició su amistad con James Dean, con quien luego volvió a coincidir en Gigante (1956), un año antes de su participación en Duelo de Titanes (1957). La definitiva consagración de Hopper como actor y director llegó con Easy Raider (1969). En la cresta de la ola, sumido en las drogas y el alcohol, el actor fracasó en sus siguientes dos proyectos, The last movie y The american dreamer, ambos de 1971. Rescatado del fracaso y las series de televisión por sus interpretaciones en El amigo americano (1976), de Wim Wenders, y Apocalipsis Now (1979), de Francis Ford Coppola, Hopper entró en los años ochenta con Caído del cielo (1980). Más de 140 películas contemplan su carrera como actor, entre ellas
Speed: Máxima potencia (1994) y Waterworld (1995), de Kevin Costner.
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