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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Regreso triunfal de Claudio Abbado a Lucerna

El director italiano ha vuelto a dirigir con éxito la orquesta del festival en la jornada inaugural. Hubo momentos muy elevados, como la actuación impecable de la soprano americana Renée Flemin en los cuatro últimos lieder de Strauss.

El idilio de Claudio Abbado con el Festival de Lucerna tiene un lado utópico. Después del espectacular éxito del año pasado, el director italiano ha vuelto a dirigir a su orquesta de grandes solistas y no menos grandes amigos en la jornada inaugural, con la compañía de Renée Fleming en los Cuatro últimos Lieder, de Richard Strauss, y con John Treleaven, Violeta Urmana, René Pape y Mihoko Fujimura en el segundo acto de Tristán e Isolda, de Wagner.

La orquesta del Festival de Lucerna es un monumento a la solidaridad. De hecho surgió como una muestra de apoyo a Claudio Abbado en un proceso de deterioro físico del maestro debido a una grave enfermedad. Afortunadamente parece que los efectos del cáncer de estómago se han estancado y Abbado, a pesar de la delgadez, se manifiesta sonriente y con buen aspecto, dirigiendo con energía. Se dosifica con extremo cuidado, desde luego, haciendo lo que más le apasiona e imprimiendo a todas sus actividades un toque cálido y sustancialmente educativo, desde su dedicación a formar músicos en Cuba hasta la gira este año con la ópera Cosí fan tutte por Ferrara y otros lugares de la Emilia Romagna.

La base de la orquesta del Festival de Lucerna es la Mahler Chamber Orchestra, uno de los grandes proyectos de Abbado, reforzada por individualidades de la talla de Kolja Blacher, Natalia Gutman, Alois Poch, Sabine Meyer, Wolfram Christ o miembros de los cuartetos Hagen o Alban Berg. La orquesta tiene una dimensión de universalidad, y así figuran en sus filas instrumentistas de las filarmónicas de Berlín, Múnich o Viena, la Gewandhaus de Leipzig, la Filarmónica de La Scala, la Orquesta del Mayo Florentino o la de la Ópera de Zúrich, la Royal Filarmónica de Liverpool, la Orquesta de Valencia (Juan Real Pérez, solista de trombón) y otras muchas. Algún español como el trompetista Martín Baeza milita en la Ópera de Berlín, y la flautista Julia Gallego en la Mahler Chamber. Además del diálogo de culturas, la orquesta aspira a un sonido de estilo camerístico, con un virtuosismo en función de la transparencia. Los músicos se reúnen sólo para el Festival de Lucerna, tocando bien en grupos parciales o bien en la gran orquesta, con Abbado de carismático líder. En la edición anterior del festival consiguieron dos hitos interpretativos con El mar, de Debussy, y con La segunda sinfonía, de Mahler.

Para la edición de este año la orquesta incluso se ha reforzado, con lo que era lógico pensar que los resultados artísticos podían ser aún más elevados. Pues no ha sido así, al menos en el concierto de anteayer. En el caso de Tristán e Isolda existe un factor que desniveló el equilibrio: la sustitución a última hora del tenor que encarna a Tristán. Abbado desplegó a toda vela todo el encendido lirismo que ya había mostrado en Salzburgo. Pero el peso del personaje de Tristán es muy fuerte y la diferencia artística del simplemente correcto John Treleaven con todo lo demás condicionó por completo el resultado global, a pesar de la más que notable actuación de Violeta Urmana como Isolda y la excelente de René Pape como el rey Marke. La ópera, y más todavía en versión de concierto, es un encaje de bolillos en el que todos los hilos deben ir conjuntados.

Los maravillosos cuatro últimos lieder de Strauss gozaron de una actuación impecable de la soprano americana Renée Fleming, especialmente soberbia en Beim Schlafengehen o en Im Abendrot. La orquesta acompañó con exquisitez y perfeccionismo. Fue una interpretación sin artificios y en cualquier caso de voluptuosidad muy particular, llegando a la emotividad sobre todo si se prescinde de condicionamientos históricos. Richard Strauss se contempla hoy en muchas ocasiones así. Es comprensible que más de uno echase de menos una brizna más de sensualidad, pero la versión fue impoluta desde la técnica y desde el concepto. La seducción llegó con un tipo de belleza envolvente ligeramente distante, muy de nuestra época. Asistieron a esta jornada inaugural directores de orquesta como Bernard Haitink, cantantes como el histórico tenor E. Haefliger y la mezzosoprano Teresa Berganza.

Claudio Abbado, dirigiendo la orquesta del festival de Lucerna.
Claudio Abbado, dirigiendo la orquesta del festival de Lucerna.PRISKA KETTERER

Furtwängler, 50 años después

En las horas previas al concierto inaugural el Festival de Lucerna presentó dos exposiciones de carácter musical. La primera rinde homenaje al director de orquesta alemán Wilhelm Furtwängler en el 50º aniversario de su muerte. En Lucerna dirigió en 1954, tres meses antes de su fallecimiento, una versión de la Novena sinfonía, de Beethoven, considerada hoy de referencia. La muestra está dividida en siete capítulos. Cinco de ellos son de carácter cronológico, uno versa sobre su pensamiento artístico y el otro es un estudio comparativo de directores emblemáticos. No se eluden aspectos conflictivos, como la permanencia en Alemania del director durante el III Reich.

La otra exposición contiene una selección de fotografías de Betty Freeman sobre Gente de la música, y está distribuida por toda la ciudad, aunque el bloque principal se encuentra en el Auditorio y Palacio de Congresos. Destacan las fotos de artistas como Harrison Birtwistle, compositor en residencia; Maurizio Pollini, intérprete estrella, y Pierre Boulez.

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