Ayer sí hubo toros

Hoy merece hablarse de los toros. Salvo dos de ellos, segundo y cuarto, que resultaron quedados, con su puntito de descastados, el resto tiene buena nota y muy buena nota. El primero no humillaba pero embestía, aunque lo hiciera con la cabeza alta. El tercero fue un soberbio toro; y al sexto, en general, también se le puede asignar una aceptable nota, con la particularidad a su favor de haber hecho una meritoria pelea en varas. El quinto, aun con un mal estilo a la hora de enfrentarse al varilarguero, para la muleta se erigió en toro excepcional... Ninguno de los seis toros se cayeron. El tercero y cuarto eran cinqueños. La mayoría, si no todos, murieron con la boca cerrada. El primero se resistía a morir, hasta el punto de estar tumbado, cosa que parecía que iba a dejarse rematar por el puntillero, y en cuanto ese puntillero trataba de rematarlo, el toro, sacando un impulso de no se sabe dónde, se elevaba para no dejar que el cachetero hundiera el acero en su testuz. Fue como una constatación de que algo vivo tenía dentro todavía.

Además de los toros, asistimos a un espectáculo hermosísimo en cuanto a los hombres de plata. Y fueron estos hombres los de Serafín Marín. Los picadores Manuel Molina y Plácido Sandoval; y los banderilleros Rafael Perea Boni, César Pérez e Ismael González. Hicieron una labor ejemplar. Dignificaron la profesión con altas cotas de belleza y eficacia.

Miguel Abellán cumplió en su primero y atisbó falta de convicción en su segundo. Antón Cortés amagó sin dar en su primero y estuvo por debajo del toro en su segundo. Valen algunas pinceladas con el percal y muletazos sueltos. Serafín Marín estuvo el más entonado. Certificó algunos muletazos ligados, templados sumamente largos.

Pese a que Marín dejó buen regusto, en general, a la memoria viene ese toro, quinto de la tarde, que estaba pidiendo que le torearan bien. No creo exagerado decir que un buen toro está pidiendo que lo toreen lo mejor posible. Los toros bravos llevan en su sangre (o deben llevarla) la búsqueda incesante del mejor torero imaginable.