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Columna
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Adiós al medio gas

El Gobierno provisional de Irak ha decidido que no puede permitirse ya la continua provocación y el desafío de un grupo de delincuentes que, con pretextos del pietismo o fanatismo religioso, se han adueñado de la ciudad santa chií de Nayaf y convertido su cementerio en su particular base militar y santuario. Ahora amplían sus acciones hacia Basora para dar la impresión de una insurrección general. El clérigo Múqtada al Sáder ha conseguido crear un pequeño ejército propio gracias al prestigio de su difunto padre, a la ignorancia y demostrada impericia de las fuerzas de ocupación norteamericanas y pese a su desprestigio como rufián intruso en el honorable clero chií. Su objetivo es mantener indefinidamente secuestrada a la sociedad iraquí, que lo desprecia pero también lo teme cada vez más.

Las autoridades iraquíes e internacionales tienen el deber de acabar con una situación en la que unas bandas de este cura Santacruz versión mesopotámica impiden la normalización de la vida, la reconstrucción y la mejora de la seguridad y el bienestar de los iraquíes de la región. Hundir la exportación de petróleo no es sino un acto consecuente más en este intento de sumir a Irak en la miseria y el odio. Quien no coopere en la lucha contra semejante estrategia traiciona a los intereses de la sociedad abierta en Irak y de todo el mundo. Cierto es que todo podía haber sido diferente si la ocupación se hubiera producido en términos lógicos, con una presencia militar exterior masiva y aplastante, leyes marciales y una lucha contrainsurgente razonable que premiase y fomentase lealtades y no tolerase conatos de resistencia, ni en mezquitas, cementerios, madrazas ni tiendas de escapularios.

Gentes como Al Sáder no habrían podido erigirse en reyezuelos del bandidaje porque habrían sido detenidos. Con razón no dejaron los ocupantes en Alemania en 1945 que los Gauleiter de las SS anduvieran libres organizando manifestaciones de adeptos, exigiendo salarios, extorsionando a compatriotas que no se unieran a su causa y urdiendo atentados y secuestros para desestabilizar el país. El primer ministro iraquí acudió a Nayaf a explicárselo a Al Sáder, pero éste ya se cree capaz de robar mucho más pastel de poder. Ahora toca demostrarle lo contrario. A él y a la opinión pública iraquí. Pese a la ayuda exterior fanática del islamismo que reciben estos facinerosos, Irak y sus aliados han de imponerse. Quienes se rasgan las vestiduras por la reinstauración parcial de la pena de muerte en Irak olvidan que Al Sáder la tiene bien impuesta y que en las guerras existe por definición.

Las víctimas de este clérigo son los iraquíes que quieren trabajo para vivir en un país en paz y con futuro. Es momento de acabar con las tibiezas de una ocupación anormal. Seguirá habiendo, en países islámicos y en nuestros lares occidentales, gentes que se alegren de los crímenes de los resistentes de Al Sáder, pero el mundo civilizado se juega demasiado en esta gran apuesta como para seguir escuchando a quienes son capaces de poner en peligro la sociedad abierta de que disfrutan con tal de infligir derrotas a esos enemigos que ideológicamente se han construido a este lado de la trinchera.

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