Agazapadas y peligrosas
Detrás de los chicos, de los que se espera tanto que entra la duda sobre si tamaña expectación podrá ser recompensada, las chicas aguardan tranquilas. Fuera de los focos y las inevitables quinielas sobre las medallas que pueblan los medios de comunicación y las charlas de chiringuito, nuestras baloncestistas llegan a Atenas sin hacer ruido y hablando de esas cosas que se cuentan cuando uno no quiere pecar de ambicioso: "Esto es ya un premio", "venimos a divertirnos", "aquí están los mejores del mundo" y... ambigüedades por el estilo. Pero, para cualquiera que las haya visto en la pista, este mensaje no cuela. Porque lo que esta noche saltará a la pista ante la República Checa para debutar en la competición es un colectivo por encima de todo, ambicioso, guerrero; uno de ésos a los que lo que dicten la lógica, la estadística o la historia le trae sin cuidado.
Disputan su primeros Juegos por derecho propio, no cuentan con el pedigrí de la mayoría de sus rivales y deberían estirarles unos cuantos centímetros a cada una para equipararlas en estatura a lo que se van a encontrar estos días. ¿Y qué? Después de haber estado en el infierno y lograr salir de allí indemnes, nada puede serles imposible.
Cualquiera que fuese testigo de lo que ocurrió hace un año en el partido por la medalla de bronce del Europeo y que otorgaba el pasaporte para Grecia debe de estar de acuerdo con que nuestra selección es uno de esos equipos que se han tenido que acostumbrar a luchar contra la corriente, a buscarse la vida en circunstancias en las que otros tiran la toalla, hasta convertir en su mejor arma un estado de ánimo en el que la rendición no tiene cabida. Aquella tarde, ante Polonia, nuestras chicas se hicieron mayores y dieron el salto de calidad por el que habían luchado tanto y que a alguna le ha llevado a emigrar, a romper tabúes, a mirar frente a frente posibilidades vetadas hasta entonces.
Aquel día, precisamente en Atenas, escribieron una página emocionante y heroica por su inconformismo, su rabia al ver que su mayor sueño se esfumaba, su capacidad para estando a un paso del abismo sacar fuerzas de vete a saber donde y ganarse el respeto y la admiración de sus escasos seguidores. Remontaron 15 puntos en los últimos ocho minutos. Pero, lo que es más importante, demostraron que el juego es misterioso y afortunadamente atiende a otras cosas que se escapan del nombre, los centímetros o la tradición de un país.
Por todo ello y aunque las miradas se centren en Gasol y compañía, merece la pena no perder de vista a Amaya Valdemoro, Marta Fernández, Lucía Pascua o Laila Palau. Han llegado a Atenas con apariencia de tener satisfecha su ambición. No se fíen, porque este grupo tiene mucho peligro. Sobre todo, para sus rivales.
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