_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una belleza traidora

Es lo que dice Odón Elorza, mi alcalde, que San Sebastián es de una belleza traidora. Yo, a veces, tango la impresión de que es de una belleza insidiosa, como si tuviera que arrepentirse de ella, too much para los vasquitos. Ocurre algo parecido a nivel general en esta tierra hermosa, bastante próspera, que presenta índices de satisfacción altos entre sus ciudadanos cuando se les pregunta por ello. Y sin embargo,...hay que pagarla. Esta tierra feliz, tiene que ser sufrida, ha de ser padecida, y quizá tenga razón Félix de Azúa, aunque duela, cuando en su artículo Luz de agosto asegura que el País Vasco "continúa aferrado al modelo católico de minorías asilvestradas, feudales, agresivas y trascendentalistas". Por supuesto que no todo es edénico, y cada cual arrastrará su cuota de infelicidad personal, pero es que es la tierra la que ha de doler, el hecho de ser de aquí. Esta tierra feliz ha de ser una tierra sufriente, el hecho de ser de aquí es un pecado a pagar. Y el hecho de ser de San Sebastián mucho más.

No sé si es esa la traición a la que se refería Odón. Ese fondo gris, triste, pegajoso como la sangre de Macbeth, que enturbia de forma obsesiva y recurrente la alegría de este paisaje hermoso. En la Parte Vieja donostiarra se quejan de problemas de seguridad. En el delirio esencialista-identitario que nos sacude, también las ciudades tienen sus zonas puras e impuras, y la Parte Vieja es una de las puras. Es como si no se hubieran enterado de que hace ya mucho tiempo que se derribaron las murallas de la ciudad, y que si San Sebastián fue eso, han pasado decenios desde que dejó de serlo. En su pretensión de comuna originaria, parecen distinguir entre violencia propia y violencia foránea, entre defensa y agresión. Lo digo porque la inseguridad de la Parte Vieja no es cosa de hoy ni de ayer. Durante muchos años, fue casi una aventura arriesgarse en su territorio y sé de muchos donostiarras que dejaron de frecuentarla. ¡Ah!, pero aquellos desmanes eran de nuestros chicos, los chicos defensores del territorio, que era zona nacional. Es posible que los residentes del barrio se sintieran seguros, pero muchos donostiarras se sentían allí tan o más inseguros que en la actualidad. El barrio consintió aquellos desmanes, y el conflicto deteriora y suele llamar al conflicto. Hoy la delincuencia es de cuño foráneo, pero sería interesante saber si es superior a la existente en otras zonas de la ciudad. No vivo ahí, y hace unos años me desvalijaron la casa; y no fui el único vecino al que le hicieron lo mismo. ¿Sigue floreciendo el espíritu nacional en nuestra zona nacional?

Dice Odón: "En la Parte Vieja se han producido hechos infames, inmorales, cierres obligados de establecimientos, de alguna importante librería, pintadas permanentes....y muy poca gente, muy pocas entidades de la Parte Vieja o de la política han expresado su grito de protesta más allá del PP o del Partido Socialista". Se expulsó a los "foráneos", aunque no fueran delincuentes. Por ejemplo, a la librería Lagun, que es la importante librería a la que se refiere Odón y que tuvo que trasladarse a otro barrio. Nadie protestó, y ya que hemos de salvar la memoria, hagamos memoria. Tras el primer ataque que sufrió Lagun, no sólo hubo escasas voces de protesta en el barrio, sino que el Gremio de Libreros de Guipúzcoa fue incapaz de condenar la agresión, aunque creo que más tarde rectificó. El argumento que utilizó para evitar la condena fue que, dada la naturaleza política del ataque, era difícil lograr un consenso para su condena: no había sido un ataque contra los libros, sino contra quien regentaba la librería.

Recuerdo que escribí un artículo a raíz de esas explicaciones. Se titulaba Glorioso gremio, lo envié a un periódico -no era éste- y no lo publicaron. Como aún lo conservo, les regalo un fragmento: "Señores libreros, es justamente porque se trata de un acto político por lo que hay que denunciarlo, porque tamaño acto de insania no debe ser jamás una acción política. Con su silencio, y con la explicación dada por su presidente, el gremio de libreros está legitimando esos actos y atribuyéndoles validez como acción legítima, tan lícita y tan libre de ser cuestionada como un mitin o una intervención parlamentaria. Señores libreros, sea cual sea la interpretación que dan al término político en el contexto de la barbarie sufrida por uno de sus compañeros, no cabe duda de que se sitúan ustedes del lado de los bárbaros". ¿No les suena? Son cosas de aquí, de este lugar tan bello.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_