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Columna
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Casas que caen

Las casas en construcción se parecen a las casas en ruinas, pero son justo lo contrario: unas son el principio y otras el final, unas un sueño y otras una pesadilla. Pero hay algo en lo que todas las casas son iguales, da lo mismo si se trata de un pequeño piso del extrarradio de Madrid, de una mansión de Los Ángeles o de un siniestro castillo hecho sobre un acantilado de Escocia: todas son iguales porque todas conservan para siempre entre sus muros las historias que ocurrieron en ellas, no importa si esos muros están en pie o son sólo un montón de escombros, porque, sea como sea, una historia nunca puede escapar del lugar donde ocurrió.

Hay una casa que era el castillo donde, hace 125 años, el escritor Bram Stoker imaginó su novela Drácula. Hubo, y pronto habrá de nuevo, un bloque de pisos de Leganés donde se suicidaron, hace cinco meses, algunos de los terroristas del 11 de marzo, malditos sean. Hubo una vez, hace 35, una casa de Los Ángeles donde vivía el director de cine Roman Polanski y donde una noche entraron los cuatro asesinos que enviaba el loco Charles Manson para matar a la actriz Sharon Tate y a otras cuatro personas. Todas esas casas son ya un poco fantasmales, pero todas conservan su historia.

Bram Stoker utilizó para escribir Drácula algunas leyendas del folclore rumano sobre una figura de Vlad IV, que fue rey de Valaquia a mediados del siglo XV y era conocido, a causa de las atrocidades que cometía contra sus enemigos, como El Empalador y también como Drácula, que significa demonio o Hijo del Dragón; pero el castillo siniestro en donde se le ocurrió la novela no está en Transilvania, sino en Escocia. Ese castillo, que llevaba 70 años abandonado, lo acaban de comprar unos empresarios que lo van a reconstruir siguiendo el plano original, pero convirtiéndolo por dentro en una serie de apartamentos de lujo. ¿Habrá una sola persona en el mundo que sea capaz de dormir en esos apartamentos sin soñar que se acerca el vampiro para beber su sangre?

La casa norteamericana de Polanski y su mujer inglesa, Sharon Tate, estaba en una zona residencial de Los Ángeles, en el número 10050 de Cielo Drive, y después de que el nueve de agosto de 1969 la familia falsa de Charles Manson entrara en ella con un rifle y unos cuantos cuchillos, nadie volvió a querer alquilarla. Fue demolida hace justo 10 años y sobre su solar se hizo un nuevo edificio, pero no sirvió de nada: no hay quien la quiera comprar o alquilar. ¿Existirá sobre la Tierra una sola persona capaz de entrar en ese lugar sin ver a los cómplices de Manson escribiendo con sangre por las paredes Helter Skelter, el título de la canción de los Beatles en la que, según ellos, estaba escrita la orden de cometer el crimen?

La casa de Leganés donde se suicidaron los miserables del 11 de marzo no era un castillo al borde de un acantilado, sino sólo un modesto edificio de vecinos, gente que no podía imaginar siquiera que en el piso de al lado volvía a vivir, con otros rostros y otros nombres, el conde Drácula de Bram Stoker, aquel monstruo sediento de sangre que siempre mata a traición y sin remordimientos; que parece humano, pero no lo es; que sólo existe a partir de la destrucción de los otros y se cree un ser eterno, pero no es más que un triste lacayo de la muerte. ¿Cómo iban a intuir todo eso?

La casa de Leganés tampoco era una mansión de Los Ángeles, ni ninguno de sus dueños era una estrella de cine o un director que soñaba con escribir una película que se iba a titular El día del delfín. No era nada de eso, sino sólo un edificio más, exacto a otros, un bloque de casas donde las personas normales hacían su vida normal, hasta que se acercaron las sirenas, se encendieron los megáfonos y estalló la pólvora. Ahora el edificio se ha empezado a construir de nuevo y las mismas familias volverán a habitarlo dentro de un año. ¿Dejarán de ver en las escaleras o en el portal, cuando cierren los ojos, a los hombres que se inmolaron en nombre de su dios y de su guerra?

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Los muros que han caído se pueden volver a levantar. Habrá quien piense que hubiera sido mejor hacer en ese solar un parque conmemorativo o un monumento, como pensaron que las velas rojas de Atocha no se debían retirar, que debían seguir allí, recordando cada segundo el espanto: pero otros creemos que la mejor lección que se le puede dar al horror es la normalidad, como lo mejor que se puede hacer después de un golpe es levantarse: que la vida siga, que las ventanas vuelvan a encenderse, que las puertas se abran y los pasos reanuden su camino sobre las baldosas del suelo. El conde Drácula no va a morir nunca, ni los dementes como Charles Manson van a dejar de afilar sus puñales en la oscuridad, pero y qué. En cuanto las paredes de la vida se levantan, los escombros de la muerte desaparecen.

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