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SEMANA GRANDE
Columna
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Cuando llueve

Los ciudadanos de Bergen tienen razón. Por si no lo saben, la ciudad noruega de Bergen ostenta el dudoso record de que sobre sus tejados llueve dos de cada tres días del año. Por eso sus ciudadanos están más que cualificados para emitir opiniones acerca de lo que es mojarse. ¿O no? Pues bien, los ciudadanos de Bergen sostienen que no hay tiempo malo sino gente mal equipada. O sea, que su Semana Grande llevará katiuskas. Si es que tienen Semana Grande porque lo más probable es que con tanta agua se les haya encogido. Por estas latitudes opinamos más bien que la lluvia no les sienta nada bien a las fiestas incluso mejor equipadas.

Dado el cariz poco halagüeño de los pronósticos meteorológicos, donostiarras y visitantes andan medio con tortícolis de tanto mirar al cielo. Y es que la lluvia representa lo peor. Para empezar, nadie va a la playa, ese entretenimiento de la Semana Grande que le disputa a los fuegos la primacía en cuanto al número de asistentes aunque con la ventaja a su favor de que le cuesta al Consistorio mucho menos. Y, claro, toda la gente que suele ir a la playa se echa a la calle armada de chubasqueros multicolores y paraguas sacaojos atestando la vía pública mientras buscan un entretenimiento que tampoco puede ofrecerse por culpa de la lluvia.

Y la gente se echa a la calle armada de chubasqueros multicolores y paraguas sacaojos

Ya se sabe que las fiestas de San Sebastián son unas fiestas por turnos. Durante el día no hay fiesta -los comercios permanecen abiertos y ninguno de los actos programados reúne más que a puñados de personas-, la casi fiesta empieza en el turno de noche, con los fuegos, verbenas y conciertos. Por eso, quienes han sido expulsados de la playa y vagan a la búsqueda de ambiente, ven cómo los puestecillos callejeros, que son los que mantienen semiencendida la llama de la fiesta, o naufragan o zozobran. ¿Qué iba a hacer una llama bajo el agua? Los vendedores de bisutería han de cobijar su pacotilla bajo plásticos que la vuelven poco comercial. Los tatuadores de jena y los retratistas de carboncillo y pincel han de echar la persiana forzosamente so pena de que se les aguachinen las obras y se les acatarren los modelos. El pintor de paisajes en azulejo con el dedo, ni siquiera puede pintar marinas y uno ve cómo se le priva de la oportunidad de que el artista le unja con alguno de sus colores a fin de incorporarle mágicamente al cuadro donde vivirá una vida liliputiense y fosforito.

Bandas y charangas han de replegarse porque se les inundan los saxofones y los platillos aplastan entre sí el líquido elemento dejando en el aire tortillas transparentes. A veces se abren claros que permiten que los críos sueñen a ser Armstrong encima de sus bicicletas (Euskaltel sigue comunicando) mientras corren esprints en el Boulevard. Aunque la mayor preocupación son los fuegos. Todavía no se han inventado unos fuegos impermeables, es decir que se abran dentro de una lámina de plexiglás, pero si la lluvia los respeta, no se habrá perdido el día. Entretanto los hombres, ¡y mujeres!, estatua quedan reducidos a barro primordial. Los títeres se guarecen en sus casas de maleta y el respetable se resigna a mirar escaparates diciéndose que eso es lo que hacen cuando no es Semana Grande.

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