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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Farruquito, entre el duende y el mal fario

Su abuelo Farruco ya había pisado el escenario del Festival del Cante de las Minas, pero la noche del viernes fue el estreno del bailaor de 21 años en La Unión (Murcia). Los "olés" y el público en pie aclamaron al artista, que está en libertad bajo fianza. Por Amelia Castilla

Amelia Castilla

Antes de salir al escenario, Farruquito se peina la melena. En el patio de butacas del Mercado de La Unión -emblemático edificio de acero y estilo modernista-, escenario de la 44ª edición del Cante de las Minas, le espera un público experto en soleás, romeras y siguiriyas. Hay bebés acunados en su cochecito, adolescentes con el ombligo al aire, vestuarios coloristas y aficionados con más oro encima que una imagen de Semana Santa. Por la mañana, el nieto de Farruco se ha presentado en el juzgado de primera instancia donde tiene que comparecer, todos los 6 de cada mes, desde que fue acusado de un presunto delito de homicidio por imprudencia y omisión del deber de socorro. Juan Manuel Fernández Montoya vive entre el juzgado y el escenario. Sabe que cometió un grave error y está dispuesto a pagarlo. A partir del día de septiembre de 2003 en que causó, por atropello, la muerte de un hombre de 35 años, su vida se mueve entre el ensueño y la pesadilla, y eso se transmite a su arte. Su baile es "más hondo y profundo", dice. "En el escenario se nota si eres feliz o desgraciado y yo paso sin transición de un sentimiento a otro", aseguró antes de ser aclamado por los expertos de esta clásica ciudad minera.

Su baile racial se transmite de padres a hijos y no se ha contaminado por nuevos estilos
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En Alma vieja, el espectáculo que presentó en el Cante de las Minas, participan 15 artistas entre cantaores, guitarristas, palmeros y bailaores. Un Manuel Molina -terno y mocasines de blanco riguroso y barba exuberante- en trance profético, abre y cierra el espectáculo cantando la historia de los Farruco, una dinastía flamenca, apoyado en su guitarra en posición supina. Su tía la Gorda aparece desafiante en el escenario. Es todo volumen, pero destila la inmensa energía que esta raza ha acumulado a lo largo de su historia, y bastan unos giros de muñecas y unos meneos de caderas para que el Mercado se venga abajo. Con una cadencia muy medida se desarrolla esta sinfonía flamenca. Economía de medios para una elevada intensidad expresiva. En el espectáculo, Farruquito se muestra generoso y permite la exhibición de dos bailaoras y tres bailaores más, sin ningún afán de protagonismo. Bastan sus elegantes movimientos, su endiablada rapidez y cadencia de taconeo y su intensidad para demostrar en torno a quién gira el espectáculo.

Farruquito debutó en Broadway a los 15 años. De los escenarios no conserva demasiadas imágenes, pero sí ha guardado en su memoria algunos fragmentos de su primera borrachera, que coincide con esa época: "Me dediqué a beber lo que quedaba en las copas de los mayores". En su recuerdo se ve acunado entre los brazos de Fernanda Utrera y también revive la emoción que sentía cuando sus ojos de niño miraban cómo se vestían El Güito o Farruco para salir al escenario. "Me he quedado atrapado en una época y me resulta difícil dejarme arrastrar por lo que ocurre ahora", aclara este bailaor que, con apenas 21 años, se ha convertido en el patriarca de su familia. Muertos su abuelo y su padre, tomó las riendas de la casa. Los Farruco representan el orgullo gitano. Su baile racial se transmite de padres a hijos y no se ha contaminado por nuevos estilos. "¿Por qué tengo que dejarme tentar por otros estilos si estoy muy seguro de lo que hago? No creo que el flamenco haya cambiado tanto con el tiempo. Las oportunidades ahora son mayores y llegamos a un público más amplio, pero no creo que haya diferencia en la manera de interpretarlo. El arte no se tiene que fijar en los alrededores".

Su bisabuelo murió defendiendo Madrid durante la Guerra Civil y a su bisabuela, canastera de profesión y en la que tiene su origen el apodo de esta dinastía, le pagaron con frutas y verduras "cuando ganó un concurso por farrucas". El viernes, el hermano pequeño de Farruquito cumplió siete años y "hay que verlo bailar por soleá o por bulerías. Es algo que llevamos en los genes". Lo cuenta con orgullo Farruquito, condenado a ejercer de patriarca y a velar por el sustento de más de 20 personas. No echa de menos la infancia perdida: "Se me pasó sin darme cuenta mientras los demás niños jugaban yo ensayaba y cuando ellos se acostaban yo salía de casa. Pero eso es lo que me ha tocao y lo digo con orgullo". No quiere dar nombres, pero le gustan los artistas que no se esconden detrás del baile, los que se arriesgan a ser ellos mismos. "Si fuiste un minero o un señorito lo tienes que demostrar en el escenario. Así es el flamenco y el arte". Los muchos años que lleva trabajando le han demostrado que cada público es un toro diferente. "No es lo mismo bailar en La Unión que en Japón. En Tokio, donde actué en 1995, la gente lloraba de emoción, y en Madrid o Sevilla el público tiene otra perspectiva porque lo vive más de cerca". Fue elegido por The New York Times mejor bailarín de 2001. La revista People le seleccionó como uno de los famosos más guapos del mundo, pero en España muchos taxistas ni le paran. "Sufro el racismo cada día", cuenta. Su representante, Eva Rico, añade que suele ser ella la que levanta el brazo para pararlos mientras Farruquito y su hermano pequeño aguardan escondidos para subir al vehículo. El truco no siempre funciona. De esa rabia nace el orgullo de los Farruco.

Farruquito, durante su actuación en Las Minas de La Unión.
Farruquito, durante su actuación en Las Minas de La Unión.FRAN MANZANERA

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