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Reportaje:JUEGOS OLÍMPICOS DE LA 25ª OLIMPIADA | FALTAN 5 DÍAS | Atenas 2004

Un desafío monumental

Pese a las dudas anteriores, Atenas ha cumplido en cuanto a ingeniería y a organización. Pero son los primeros Juegos después del 11-S, por lo que la seguridad se ha convertido en la principal obsesión

Santiago Segurola

Atenas era ayer una ciudad tranquila, sin apenas rastro del caos que preside su existencia. El tráfico era fluido, el ruido no abrumaba y el calor casi resultaba agradable. Nada que ver con el infierno anunciado. El día tenía un aire de tregua: un pacífico fin de semana en una gran capital cualquiera. Pero ahora mismo Atenas no es una ciudad cualquiera. Durante dos semanas se convertirá en el centro del mundo. Después de 108 años vuelve a organizar los Juegos Olímpicos. Aquí nacieron en la antigüedad, en los borrosos días del siglo VIII antes de Jesucristo. Durante más de mil años permanecieron como la celebración máxima del espíritu deportivo. En definitiva, de una vertiente primaria del hombre: el placer de la competición. En Atenas renació el espíritu olímpico que promovió Coubertin. Fue en 1896. Participaron 331 atletas de 14 países; 230 eran griegos. Nadie podía pensar que se inauguraba no sólo una nueva era del deporte, sino uno de los acontecimientos sociales y económicos más potentes de nuestro tiempo.

Phelps es la excepción a la desconfianza y a la falta cada vez más evidente de astros con carisma
No sólo el terrorismo es una amenaza, porque el daño del dopaje resulta cada vez más hiriente
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El antiguo estadio de Herodes Aticus, construido en el siglo IV antes de Cristo, con una capacidad para 70.000 personas, todas sentadas sobre piedra de mármol, ha sido sustituido por una sofisticada estructura de acero diseñada por Santiago Calatrava.

Su construcción revela las dificultades, pero también la voluntad de éxito, de la capital griega. El característico trazo del arquitecto español se observa con cierto respiro: hasta hace dos meses se dudaba de la instalación del techado en el estadio olímpico. Así ha sido la lucha de Atenas para llegar en perfectas condiciones a la hora prevista. Arrancarán los Juegos el próximo viernes y atrás habrán quedado las amonestaciones del Comité Olímpico Internacional a los organizadores, las acusaciones de retraso, las amenazas de trasladar los Juegos a otra capital, la preocupación por las insólitas resistencias que se encontraban en una ciudad que había recibido como insulto la designación de Atlanta como sede de los Juegos del Centenario, en 1996. En aquellos Juegos se celebró definitivamente el triunfo del comercio, del dinero, sobre cualquier otro ideal. Atenas recibe su recompensa ocho años después. Con todos los problemas de esta ciudad ingobernable, famosa por su polución, el tráfico disparatado y un calor salvaje, todo está a punto: los recintos han sido construidos y son magníficos, la villa olímpica ha merecido todo tipo de elogios por parte de los atletas, las autopistas han aparecido donde antes sólo había carreteras tortuosas. Y la Acrópolis sigue perfecta donde siempre.

Si finalmente han funcionado la ingeniera y la voluntad de organizar unos excelentes Juegos, si Grecia se dispone a demostrar, como antes lo hizo España en 1992, que es un país pujante, también es cierto que estos Juegos ofrecen rasgos desconocidos, quizá temibles. Son los primeros después del 11 S, la fecha que inauguró un tiempo definitivamente nuevo y bastante más angustioso. La seguridad se ha convertido en la obsesión de los Juegos de Atenas. Atrás, desde el atentado que acabó con la muerte de 11 representantes de la delegación israelí en los Juegos de Múnich, han quedado los días de la ingenuidad. Desde entonces se han cifrado en 170 las acciones terroristas relacionadas con deportistas o acontecimientos deportivos. Hay motivos sobrados para pensar que Atenas es un objetivo. Lo es por la magnitud del evento, por su carácter simbólico, por las condiciones que ofrece una ciudad situada en medio de un polvorín de conflictos, por las características de la geografía griega, definida por una multitud de islas, muy porosas al acceso ilegal.

El gobierno griego ha destinado a 70.000 policías y soldados para salvaguardar la seguridad. Es un despliegue impresionante que trata de lograr el difícil equilibrio entre lo disuasorio y lo discreto. Nadie quiere unos Juegos militarizados porque, de alguna manera, amenazaría el futuro del mayor acontecimiento deportivo contemporáneo. No es posible pensar en la existencia de los Juegos en condiciones cada vez más opresivas de seguridad. Se terminaría por estrangular el deporte, la economía y cualquier sensación festiva. Así que los soldados y policías patrullan las calles, defienden recintos y vigilan hoteles. Sin embargo, su presencia no parece apabullante, aunque todo el mundo sabe que están ahí, como también están ahí los buques de la armada estadounidenese, los misiles Patriot y los aviones Awac, con sus radares incansables. Hay temor, desde luego, y a ellos se atribuye el lento flujo de venta de entradas, al menos hasta los últimos días, cuando la inminencia de la competición ha agitado la venta.

Es cierto que los Juegos se sienten amenazados, pero no sólo por el terrorismo. El daño del dopaje es cada vez más hiriente. La gente comienza a descreer de lo que ve, y no hay lugar para el cinismo en el deporte, que es cosa de convencidos o fanáticos. Las revelaciones del caso BALCO han arrastrado por el fango a un buen número de las mayores estrellas del deporte norteamericano. No hay nada peor que Estados Unidos, faro del mundo en tantos asuntos, se vea también involucrado en el más turbio de los problemas del deporte. El resultado es la desconfianza y la falta cada vez más evidente de astros con carisma. O se han dopado, o son sospechosos de hacerlo -como Marion Jones- o han bajado su rendimiento por miedo a las controles. Sólo el joven Michael Phelps, el nadador que pretende superar el número de medallas de oro de Mark Spitz en Munich 72, siete, llega a Atenas con un desafío homérico.

Vista aérea del estadio y del complejo olímpico, que también incluye las canchas de tenis, piscinas, velódromo y el pabellón cubierto.
Vista aérea del estadio y del complejo olímpico, que también incluye las canchas de tenis, piscinas, velódromo y el pabellón cubierto.AFP

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