Boda de plata
Yo quisiera hacer de mi santo un hombre metrosexual. Pero, chica, no hay manera. Yo quisiera que flexibilizara sus posibilidades estéticas, y él me dice que si quiero jugar a los muñecos que me compre un Kent. Ya cuando nos conocimos quise que se dejara coleta y me dijo que los de su pueblo cuando se dejan coleta se parecen a Manolete; quise que se dejara la barba de dos días supersalvaje y me dijo que los de su pueblo cuando se dejan esa barba se parecen a esos niños-monos que saca la revista Pronto en su sección "Para reír y para llorar". Al niño-mono lo sacan en "para llorar", pero no todos los niños-mono que sacan son de Jaén, por mucho que diga mi santo. Por ejemplo, una vez sacaron un niño-mono del Ecuador. Lo que yo le digo: tienes un hándicap con ser de ese pueblo. Después de diez años de matrimonio aún intento introducir en esa mente cerril novedades que yo, mujer de vanguardia, voy asimilando. El otro día, por ejemplo, estuve cenando con un amigo mío que es metrosexual que te cagas. Mi amigo nos invitó a tres amigas al chino del hotel Palace. Cuando digo que nos invitó al "chino" me refiero al restaurante, aunque para nada nos hubiera importado que nos invitara al chino propiamente dicho, porque Roger, el dueño chino del restaurante es un chino sin paragón. Mi amigo metrosexual nos invitó porque cumplía sus bodas de plata con la masturbación. Veinticinco años dale que te pego. Mi amigo metrosexual es muy relimpio y mis amigas y yo pensamos que no remata con las mujeres por no mancharse. Además, mi amigo metrosexual, que es muy mitómano, piensa como Torrente Ballester, que no hay mujer que supere el toque final que se da el propio interesado. A mí la metrosexualidad me parece superinteresante. Se lo cuento a mi santo, por ver si aprende, le digo que un metrosexual es un hombre al que no le importa compartir conversaciones con las mujeres sobre sentimientos, es un hombre que se apunta contigo a Pilates y se pone malla; al hombre metrosexual le propones ir al Juteco y ese metrosexual vuela por acompañarte, y no sólo eso, es que se deja un huevo en cremas exfoliantes; el hombre metrosexual no es como todos los hombres, mirando como cerdos a todas las chinas del chino. Para nada. El hombre metrosexual tiene la mente limpia, el hombre metrosexual sólo mira a la mujer con la que ha quedado y la comprende, porque sabe ser amigo de las mujeres, y sabe ir de compras porque al hombre metrosexual le gusta la ropa más que a ti y puedes hablar con él sobre la calidad de tu flujo vaginal o sobre la tensión de tus pechos en el periodo premenstrual y te escucha sin lascivia. El hombre metrosexual de pronto te pide una pinza del pelo y se hace un moño. Mi santo dice que él se hace un moño y parece que va a ir a lavar a la fuente. Qué gracioso. Pues no va el tío y me suelta: "O sea, que se ve que eso de metrosexual es como ser un poquillo maricón". Lo que yo le digo, hijo mío, por algo no te han invitado al Fórum.
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