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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La pasión y el coleccionismo

El gusto es, probablemente, uno de los mayores enigmas de la estética y una facultad -o cualidad de la experiencia sensible- que se identifica con la tradición europea. Sólo en Europa ha habido "hombres de gusto" que se reconocen a sí mismos como tales, gentes que presumen de poseer o cultivar una exquisita sensibilidad estética y/o moral. Por los caprichos de estos individuos podemos discriminar entre los modos y los estilos del arte y de la vida europeos, que han sido variadísimos hasta que la revuelta moderna, en gran medida denegadora del gusto, acabara con la belleza y con los estetas. El célebre anatema de Adorno contra toda forma de goce privado so pretexto de que éste encubre una "mixtificación" burguesa, aunque justificado desde un punto de vista sociológico, a la postre ha revelado ser más una excusa que un argumento. Al final resulta que quienes más denostan el gusto suelen ser los que claramente carecen de él. La revuelta contra el gusto liberó al arte de los extravíos ornamentales y los manierismos de salón e impuso ese arte ascético que convive con nosotros, pero también nos ha legado una multitud de objetos feos y ha hecho que el "mal gusto" y la chabacanería reinen por doquier.

LA CASA DE LA VIDA

Mario Praz

Prólogo de J. F. Yvars

Traducción de C. Artal

DeBolsillo. Barcelona, 2004

534 páginas. 9,50 euros

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Un intelectual fuera de su tiempo

La exaltación del gusto burgués produjo obras de un refinamiento incomparable, y la mirada voluptuosa de Mario Praz, en esta curiosa autobiografía, nos permite rescatar una parte sustancial de esa tradición denegada por los modernos, y por momentos incluso consigue reconciliarnos con el esteticismo decimonónico. Pero conviene no olvidar que esa misma cultura produjo piezas sobrecargadas de ornamentos y semejantes a pasteles de nata, obras efectistas y grandilocuentes como las de Franz Lizst, ejercicios de extravagante decadentismo y muchos otros ejemplos de kitsch abominable, como los castillos de Luis de Baviera o los palacetes de Sintra, que -dicho sea de paso- hoy día encuentran contrapartida digital en esa saga pastiche titulada El señor de los anillos.

de gusto, cualidad personal que despliega de forma espléndida en este libro singular, construido en torno al placer inequívocamente perverso que le producían los objetos con los que paciente, profusa y celosamente decoraba los interiores en que vivía. En tanto que artefacto literario, La casa de la vida es sin duda uno de los libros más curiosos que han pasado por mis manos en los últimos años. Como queriendo que la esfera de su intimidad nunca trascendió el escenario marcado por sus objetos atesorados, Praz reconstruye su vida a partir del repertorio de las piezas rescatadas en ferias y tiendas de anticuarios durante décadas, y que guardaba en su apartamento en el palacio de los marqueses Ricci-Paracciani en la Vía Giulia de Roma, donde vivió, entre 1934 y 1958. Lo hace minuciosamente, con delectación, y se detiene en cada estancia para fijar todas las perspectivas y todos los detalles, de tal modo que el libro se convierte en un abigarrado, exhaustivo, tour de propriétaire cuyo verdadero propósito es desentrañar los fragmentos de vida -la suya y la de una época añorada- que permanecían encerrados en cada objeto. Así, cómodas, secrétaires, candelabros, cuadros, cenefas, picaportes, camas y baldaquinos, ceras, bibliotecas, en su mayoría del estilo imperio, se convierten por obra y gracia de la pluma de Praz y de su inmensa cultura en una experiencia única de reconstrucción de los fastos del XIX.

Unas veces el texto examina to

dos los matices de un color o se propone describir proustianamente un objeto cualquiera. Hace racconto de quienes lo poseyeron antes o de la ocasión en que lo hizo suyo y relata sus afanes por restaurarlo, y cuando ya parece que Praz va a extraviarse por los vericuetos de su propia erudición de aficionado a las antigüedades, cualquier detalle, el brillo de un bronce o el tacto de una cera, lo conduce al pasado. Asistimos a escenas de la ocupación alemana y aprendemos que Praz descreía de los groseros fascistas o de los vándalos bolcheviques, comprobamos su deuda intelectual con Benedetto Croce y, de paso, nos enteramos de qué pensaban sobre Byron las mujeres. Todo está allí: en las piezas de su colección están las claves de la ruina de su matrimonio, de su relación con la filosofía y el misterio de su pasión coleccionista. Al final, llegamos a habitar en la casa de la vida de Praz casi como él mismo, rodeados de fantasmas o reflejos de otras vidas y experiencias, como en un pequeño teatro o en una escenografía minuciosamente dispuesta por él.

Igual que en sus obras críticas sobre la literatura inglesa del XIX, hay también aquí un prazesco característico. Parece como si este libro fuera la exaltación de sus preferencias de gusto -Mario Praz adoraba los muebles de la primera mitad del siglo XIX, la Inglaterra de la Regencia (1820-1830) o la Francia napoleónica que fue cuna del estilo imperio-, pero en realidad es la exaltación de su propio goce lo que se lee aquí, que no es otro que el goce de la belleza. Es difícil, pues, encontrar un libro -o una vida del siglo XX- tan a contrario de su propio tiempo. Y quizá por esto mismo sea tanto más imprescindible leerlo.

Sala de la casa de Mario Praz en la Vía Zanardelli, en Roma. Actualmente abierta al público, muestra la colección del autor de 'La casa de la vida'.
Sala de la casa de Mario Praz en la Vía Zanardelli, en Roma. Actualmente abierta al público, muestra la colección del autor de 'La casa de la vida'.CORBIS

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