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Pie de foto | 9 de noviembre de 2003 | ESTILO
Columna
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El cóndor pasa

Juan José Millás

Aunque no resultó cierto que debajo de los adoquines estuviese la playa, fue un hermoso sueño. Quizá por eso se continúan levantando. Los adoquines de esta foto pertenecen a una calle de La Paz, pero el manifestante que salta sobre ellos es el mismo que hemos visto saltar en otros tiempos sobre las barricadas de París, Berlín, Madrid, México, Roma, Milán... Lleva toda la vida intentando pasar de un lado a otro de la historia, siempre con el rostro oculto y con más ropa de la que necesita. El vuelo de la chaqueta, que evoca el de una capa, le da un aire extraordinario, capaz de convertirlo, si fuera necesario, en un cóndor, un halcón, un águila. Parece que está a punto de caer al otro lado, pero lleva años, si no siglos, suspendido en el aire, con los brazos abiertos como un pájaro, sobre la línea que separa el lado de los insurgentes del de los sumisos; el de los pobres del de los ricos; el de los indígenas del de los colonizadores; el de la razón del de la locura. El movimiento impide ver con claridad lo que porta en su mano derecha, pero podría ser una antorcha con la que propagar en el otro lado la hoguera de la igualdad, la fraternidad, la solidaridad.

Cuando el fotógrafo de Reuters disparó su máquina sobre este halcón humano, los bolivianos llevaban un mes en pie de guerra contra la decisión de su Gobierno de exportar gas a los EE UU. Pero el gas no fue sino la chispa que hizo explotar un cóctel de desnutrición, de analfabetismo, de epidemias, de ausencia de planes de desarrollo rural, por no hablar de la escasa presencia de la población indígena en los centros de decisión política. En Bolivia, donde los indígenas son un 61% de la población, su representación parlamentaria no pasa del 26%. Y es la más alta de América Latina, pues en Perú, con un 43% de población indígena, su representación no llega al 1%. Y así sucesivamente. Durante las revueltas murieron decenas de manifestantes, entre ellos algunos niños. Pero son muertos digeridos y olvidados hace meses por los del lado de acá de la barricada, cuyos hábitos de consumo informativo nos obligan a una dieta constante de noticias, desgraciadas o no, que duran en la conciencia lo que un canapé de caviar en el estómago. ¿Quién se acuerda de que el presidente de Bolivia presentó al fin su dimisión y huyó a Miami? ¿Quién, de que se llamaba Sánchez de Lozada? ¿Quién, de que, cerrada la crisis, el Banco Mundial sentenció que Bolivia debería seguir exportando su gas?

Pero queda al menos la fotografía de ese hombre cuyos brazos aletean sobre la desigualdad y el caos como el espíritu de Dios, en el Génesis, aleteaba sobre las tinieblas antes de que se hiciera la luz. No sabemos qué fue de este insurgente, quizá murió o fue herido en los disturbios de los días posteriores, pero, aun así, continúa suspendido en el aire, sobre la línea que separa la justicia de la injusticia, con la antorcha redentora en la mano. Cuando el cóndor pasa y levantamos la cabeza, todos soñamos con ser él.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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