Evelio, mon amour
Dice Evelio que se me nota a la legua que no soy feliz y que hace falta ser muy estúpido para no darse cuenta. Eso dice Evelio. Lo dice y para el coche (me está acercando a casa) y me mira a los ojos, y oyes, me da vergüenza decirlo, pero de pronto Evelio me turba. Dice Evelio, ahora con el coche parado, que el campo no es para mí. Como Martínez Soria pero al revés. Y yo pienso, es verdad, Evelio. Dice Evelio que hay hombres que en vez de dar alas a las mujeres se las cortan y dice Evelio, ese hombre al que yo consideraba un cateto insensible, que en mis ojos se ve la nostalgia de la gran ciudad. Y yo pienso, cuánta verdad, Evelio. Dice Evelio que aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión. Evelio dice que yo soy la cronista de la mundanidad. Y yo le digo, Evelio, ¿pero usted me ha leído? Y Evelio dice que no, él se niega a leer el mismo periódico que Zapatero, pero dice que no le hace falta, que el talento es algo que yo no puedo ocultar. Gracias, Evelio. Dice Evelio que somos almas gemelas, que somos de esas personas que no pueden estar viendo pasivamente cómo crece un manzano verano tras verano. Nosotros, dice Evelio, queremos la manzana ya. Sí, Evelio, queremos morderla. ¿Qué nos dice a nosotros un manzano?, pregunta Evelio. Nada, digo, asombrada por tener tanto en común con este Evelio ignoto. Evelio afirma que mi santo es un sabio, que eso hay que reconocérselo, y yo le digo, por supuesto, y miramos melancólicamente los adosados de la urbanización Los Mostrencos, esa urbanización que Evelio levantó con sus propias manos. Pero, se pregunta Evelio, ¿cuándo se ha dicho que un sabio sepa tratar a una mujer?; yo le digo, nunca, no se ha dicho nunca. Cuándo se ha dicho, pregunta Evelio como si fuera el fiscal hablando al jurado y mirándome las tetas como si yo tuviera a dicho jurado en el canalillo, a ver, cuándo, que un sabio sea sensible para saber que su mujer está hasta las pelotas (concretamente) de pasar el verano en un pueblo. De pronto siento que Evelio me mira como si quisiera hacerme suya. No teman, queridos lectores: Evelio hace un extraño, sale del coche y me da la espalda. Coño, ya sé a quién me recuerda Evelio: a Julián Muñoz. Ha sido verle mear bajo la solanera como hiciera el mítico Muñoz en el Rocío y caer en la cuenta. Evelio se la sacude con energía. Vuelve al coche. Yo, sinceramente, estoy azorada. Entonces, Evelio recupera su tono habitual y dice: "En total, señora, que a ver si convence usted al sabio y me venden ustedes el terreno, porque serán conscientes de que se les ha quedado a ustedes el chalé en mitad de Los Mostrencos, y me afea la urbanización. Ahí donde está su chalé me construyo yo un Caprabo porque la zona lo está pidiendo a gritos". Me bajo del coche, doy un portazo y pienso: qué suerte tienen los hombres, porque si una quisiera (es una hipótesis), en un momento de debilidad, ser infiel, tú me dirás cómo lo haces con semejante ganado. Rebajando el listón, tía.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.