Olas peligrosas para el barco de Kerry
"Me parece que tienen intención de ir a Chicago o a algún otro sitio y estrellar el avión contra un edificio. No te preocupes, papá, si ocurre, será muy rápido. ¡Dios mío, Dios mío!". Peter Hanson, pasajero del vuelo 175 de United Airlines, habla con su padre, Lee Hanson, a las nueve de la mañana del martes 11 de septiembre de 2001.
Está convencido de que va a morir. Su compasión instintiva de hijo le hace ver más allá de la tumba e intentar consolar a su padre: "No te preocupes, papá, si ocurre, será muy rápido". Dos minutos después, su avión choca contra el World Trade Center de Nueva York y Peter Hanson muere.
Esta transcripción de su conversación telefónica, sacada del informe de la comisión del 11-S, recién publicado, nos recuerda por qué Estados Unidos sigue considerándose un país en guerra.
Mientras escribo estas líneas, en Washington y Nueva York acaba de proclamarse el segundo nivel más alto de alerta contra atentados terroristas. El presidente Bush ha anunciado la creación del cargo de director nacional de los servicios de información y un nuevo centro de lucha antiterrorista, con lo que se ha apresurado a aplicar las recomendaciones fundamentales de la comisión bipartidista sobre el 11-S.
Según una encuesta reciente, el ejército es, con mucho, la institución en la que más confían los estadounidenses. Cuatro de cada cinco ciudadanos dicen que confían en los militares, frente a sólo uno de cada cinco que confía en el Congreso. En la campaña presidencial predominan las imágenes de guerra. Es como si Bush y Kerry se presentaran, sobre todo, para el cargo de comandante en jefe.
La semana pasada, John Kerry comenzó su discurso de aceptación en la Convención Demócrata de la candidatura a la presidencia con un saludo militar y esta frase: "Se presenta John Kerry, a sus órdenes". Le precedió, en un momento muy conmovedor, un veterano que perdió ambas piernas y un brazo cuando luchaba en Vietnam. Sobre el escenario se encontraban otros veteranos de Vietnam que sirvieron con John Kerry en una de las llamadas lanchas rápidas que subían por el río Mekong.
Aquella lancha rápida suministró la metáfora que utilizó durante todo el discurso. Se acordó de "nuestro grupo de hermanos". "Puede que seamos un poco más viejos, puede que tengamos unas cuantas canas más, pero todavía sabemos luchar por nuestro país". Señaló una bandera gigante de Estados Unidos y recordó que "la Vieja Gloria" ondeaba "en la torreta, detrás de mi cabeza, agujereada por los disparos y hecha jirones, pero sin dejar nunca de ondear al viento". Y volvió a la lancha al final del discurso, al afirmar que a los hombres que habían servido en ella no les importaban las diferencias de raza ni origen. "Ésa es la América que gobernaré como presidente: una América en la que todos estemos en el mismo barco".
Este patriotismo sin reparos, emocional y militante, es inimaginable en la Europa contemporánea. Mientras lo observaba durante horas y horas, pegado a la pantalla del televisor desde California, tuve emociones contradictorias: sentí cierta envidia de un país que sigue teniendo el optimismo y la confianza capaces de evocar valores primarios y sencillos, "libertad, fe y familia", como dijo Bill Clinton en un brillante discurso; sentí cierta alarma al ver lo fácil que era manipular mis emociones, porque la Convención Demócrata estaba dirigida como una película de Hollywood. (Steven Spielberg contribuyó al documental que sirvió de presentación de Kerry). Además, sufrí un ataque de ironía europea ante la cursilería patriótica.
John Kerry sirvió con valor en Vietnam, pero sólo durante cuatro meses y medio. Vamos a oír hablar de ello durante mucho más tiempo. Me recordó un viejo chiste checo sobre la legendaria revuelta nacional eslovaca contra los nazis: "¿Qué duró más, la revuelta eslovaca o la película sobre la revuelta eslovaca?". Y, sin embargo, todo el tiempo tuve la sensación abrumadora de que allí, entre aquellos hombres y mujeres entusiastas, de todos los colores y procedencias, estaba el otro Estados Unidos, el mejor, el que los europeos han perdido de vista en medio de los Cheneys, los Rumsfelds y los Bushes.
Por supuesto, todos sabemos lo que está detrás de este espectáculo bélico. Los demócratas, desafiantes, quieren asumir la autoridad moral en el terreno del patriotismo y la seguridad nacional, el terreno en el que la Casa Blanca de Bush ha decidido pelear estas elecciones. Para vencer en la guerra contra el terrorismo, los votantes indecisos deberían confiar más en el veterano de Vietnam, Kerry, que en Bush, que evitó que le reclutasen.
La crítica que dirige Kerry contra la forma de llevar adelante la guerra de Irak, con el distanciamiento de los amigos de Estados Unidos en todo el mundo y sin un plan concreto para ganar la paz, resulta convincente. Es más, en la convención, los demócratas esgrimieron prácticamente todos los argumentos que constituyen las críticas europeas contra el Gobierno de Bush. Pronunciaron palabras apasionadas sobre el medio ambiente. Ridiculizaron la dependencia estadounidense del "petróleo extranjero". Repitieron, una y otra vez, que Estados Unidos no puede ganar esta guerra por sí solo.
¿Tendrá resultado esta estrategia? Aunque dicen que Kerry suele acabar bien sus campañas electorales, tengo la sensación persistente de que quizá siga resultando demasiado lejano y acartonado para los votantes indecisos, encomparación con un Bush populista. (Un periodista que siguió a Kerry en Boston cuando era senador hace de él un elogio demoledor. Dice que John Kerry cumple todos los requisitos para ser presidente... de Francia). Las elecciones dependerán, en gran parte, de lo que suceda en las últimas semanas de campaña, tanto en Estados Unidos como en Irak. Si fuera posible que eso no quisiera decir más soldados estadounidenses que regresan en bolsas ni decenas de iraquíes corrientes muertos por cada estadounidense, me gustaría tener la maquiavélica esperanza de que la situación en Irak empeore visiblemente de aquí al día de las elecciones y luego, a partir del 3 de noviembre, mejore de forma espectacular.
Si Kerry consigue alcanzar la meta, Europa se encontrará ante el presidente de un Estados Unidos más agradable en casi todos los sentidos. Pero las cosas no volverán a estar como antes del 11 de septiembre de 2001. La diferencia fundamental está clara. Todos los dirigentes estadounidenses piensan que estamos en guerra; la mayoría de los dirigentes europeos piensan que seguimos en paz. El Gobierno de Bush creyó, al principio, que Estados Unidos podía ganar la guerra por su cuenta, si era necesario. El Gobierno de Kerry partiría de la posición de que esta guerra sólo se puede ganar colaborando con los amigos y aliados de Estados Unidos en todo el mundo. Por tanto, nos pedirá que salgamos a la palestra. La receta de Kerry para el futuro de Irak, cuidadosamente vaga, incluye la idea de que una mayor presencia de los aliados debería suponer la reducción de las tropas estadounidenses en el país.
Si Europa tiene algo de prudencia, debería empezar a pensar ya en cómo contestar al desafío demócrata. Nuestra respuesta debería ser: "Sí, siempre que": sí, siempre que ustedes vuelvan a dedicar sus esfuerzos al proceso de paz entre Israel y Palestina. Siempre que reconozcan que Irak tiene que entrar en un proyecto mucho más amplio de reforma y desarrollo de Oriente Próximo en general, plan que Estados Unidos y Europa sólo pueden llevar a cabo juntos. Siempre que cumplan sus promesas de desarrollar tecnologías alternativas, ocuparse de sus emisiones excesivas de dióxido de carbono, regresar a los tratados y organismos internacionales que el Gobierno de Bush derogó y despreció.
Nosotros también estamos en el mismo barco, y queremos estarlo. Ahora bien, antes de que el patrón Kerry ordene ponerse a toda máquina, tenemos que llegar a un acuerdo, no sólo sobre las normas de actuación, sino sobre quién es exactamente el enemigo y en qué río nos encontramos.
Timothy Garton Ash es historiador británico y director del Centro de Estudios Europeos, St. Antony's College, Oxford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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