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Columna
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Fuego olímpico

Ella. Mi amor. Mi azafata en tierra. Éste verano los SMS inundan nuestros teléfonos móviles de vibrantes, irreverentes, románticas declaraciones que surcan los cielos de antena en antena hasta que son recibidos por nuestros corazones, otro tipo de antenas palpitantes, sensibles a las ondas pasionales. Por los mensajes sé que el fuego sagrado del amor sigue ardiendo sobre el pebetero de nuestras almas, y las flechas de Cupido me alcanzan vía satélite. Ella ha volado hasta Atenas, donde se desarrollan los Juegos Olímpicos, y desde allí me habla: "La atleta portuguesa Ana Bolizante ha ganado los cuatrocientos metros vallas: nuevo récord mundial". ¿A qué se refiere? ¿Acaso quiere expresar con otras palabras que ha superado todos los obstáculos que la separan de mí? Antes era el cronómetro, la fotografía y la cinta métrica para confirmar el idilio, ahora son las células fotoeléctricas, los bits, el láser y las imágenes digitales las que dan pruebas de que nos queremos a tiempo récord.

El RTDS (Real Time Distribution System) me confirma mi amor con un nuevo guiño: "El gimnasta rumano Altius Fortius recibe la medalla de plata por su ejercicio de anillas". Ah, picaruela; qué forma de decirme que había otro pretendiente, otro hombre que ha quedado en segundo lugar cuando te ha ofrecido un anillo de matrimonio, y que yo siempre seré medalla de oro en el podium de tu corazón, y me lo confiesas así, indirectamente, en el increíble tiempo de un segundo, suficiente para transmitirme el resultado de nuestros Juegos Olímpicos de pasión.

Hay que felicitar a la empresa española MSL, mensajera de nuestros devaneos secretos, porque yo sólo te entiendo, porque aunque alguno de tus mensajes -en un raro caso- se pierda en el cementerio de los SMS, siempre podré perdonarte cuando llegue el siguiente, que me dice ahora: "La gimnasta rítmica americana -de origen italiano- Tenessee Zito, alcanza la máxima puntuación con un ejercicio íntimo y sensual".

Estos son los mensajes que le dan sentido a mi vida. Quizás no debería decirlo, pero estoy trempado de la emoción. Saber que piensas en mí a todas horas -y que a veces no puedes contenerte- me llena de deseo, y cuento las millonésimas de segundo que me separan de ti. ¿Cuándo vuelves de Atenas? ¡Atiende a los pasajeros del primer vuelo, te lo pido! Te confieso que los Juegos no me importan nada, que lo único que deseo en éstos momentos es estar contigo. ¡Por favor, bate tú también el récord de velocidad olímpico, y ven cuanto antes! La pista cubierta de las cuatro esquinas de mi cama te están esperando: sin público, sin ovaciones, nada que nos moleste, amor.

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