De puerto en puerto en el 'buque-disco'
El barco discoteca 'Nightology boat' va de puerto en puerto. Hoy atraca en Palma, donde la música electrónica y afrolatina marcarán los ritmos desenfrenados de una pista de baile flotante que zarpó el 9 de julio de Málaga.
El mercante amarillo transporta una única carga: música para la discoteca abierta en su cubierta. El barco (Nightology boat) abre su pista de puerto en puerto. Baile al descubierto en una fiesta que atraviesa la noche con son y ritmo. Desde Málaga (desde donde zarpó el 9 julio) hasta Barcelona, Ibiza o Palma (donde atraca hoy y permanece hasta el viernes), el espectáculo flotante -llamado Bongo Lounge- ha iluminado la diversión en la frontera litoral. El viaje culminará en Santander el próximo 14 de agosto.
El rito es selecto, para apenas 400 pasajeros que han logrado las invitaciones a través de Internet o de un sorteo.
Patrocinado por J&B, en el buque-disco ambulante, de 80 metros de eslora, ofician el ritual dos capitanes, el Profesor Ángel Dust y De Lippo, dos pinchadiscos conocidos como los Dope Brothers. Los juegos de pinchazos y coreografía circense que duran cuatro horas fueron bautizados como Bongo Lounge. "No nos gustan las sesiones lineales", dicen. Se rodean de músicos, voces, maestros de ceremonias, luces, vídeos, bailarines break y gogós y trashumantes de diverso pelaje.
Ángel se llama Paco y tiene 40 años, y su hermano, Diego, 33. En los pasaportes son López Morán, mejicanos, recriados en Canadá y habitantes de Barcelona, donde reinan en el templo del viejo salón de baile La Paloma.
Una docena de artistas cena a las diez de la noche a contrarreloj y a escote en un restaurante indio de Ibiza. Avezado a manejar varios discos a la vez, el Profesor, tatuado con dragones y santa Rita, cargado de plata, come, consulta y contesta a las preguntas. Prepara su fuga al dique exterior del puerto donde actúa. Sin parar, atiende su lluvia de mensajes en el móvil y documenta su apodo alado en el más duro alucinógeno de James Brown. De Lippo, de blanco, cubierto con un gorro, cuida su inmediata compañía y rememora su mote por sus labios gruesos y pasión por Harpo Marx.
"Estamos en la onda electrónica, negra, afrolatina, alternativa. Somos hijos del son", dicen. Su pasión creativa nació en los conservatorios, en el orden cultural clásico. Al mando de acontecimiento músico naval itinerante, la hermandad postula: "Nos movemos en el respeto a la obra de otros, trabajamos en vivo con saxo, voz y percusiones". Niegan ser sincopados, reiterativos, caníbales, amantes de las mixturas incesantes.
De pronto, la cena se para y el pinchadiscos Ángel sale como una exhalación. Ha de abrir a las once en punto la sesión porque la retransmite en directo Radio 3. "¡Deja de chingar, ya vamos¡". Corre a un taxi, cuyo conductor es por fortuna fresco y enrollado, y cruza la imposible ciudad de Ibiza sorteando atascos, convenciendo a los sucesivos controles: "¡Dejen pasar, ahí van los músicos del barco. Llevan la acreditación!".
La fiesta es relativamente abierta. La seguridad, los camareros y la organización deambulan en uniforme negro. Cada espectador del Nightology boat está fichado, ha sido invitado a través de la Red o en sorteo a tomar los consiguientes tragos de la marca patrocinadora. Es una actividad para clientes, una plataforma para la publicidad colateral. Antaño esta misma marca patrocinaba el circuito de voley-playa, y ahora hasta el 14 de agosto en Santander ha programado la travesía del que anuncian como "el acontecimiento más sorprendente de este verano en España".
El fin es el medio, y su envoltorio el mensaje. La pista de la nave tiene 80 metros de eslora y el casco ha recibido una generosa mano de más de 23 toneladas de pintura para su identificación comercial. Una valla de rejilla no agobiante cierra la cubierta (de negro, sin obstáculos), donde los controles de acceso no permiten agobios ni asomarse por la borda. Una pantalla de vídeo recortada en el puente es una gran ventana de la misma realidad festiva del barco, con tres bares en sus áreas lúdicas. No hay escalones ni trampas.
Los Dope ejercen "el mestizaje latino y del soul" con inyecciones de música tecnológica, mezclada "en el easy-listerning y el lounge, con bases de bosa nova". Su actuación desde las once de la noche hasta las tres de la madrugada cotiza la música eléctrica con la metálica y étnica: saxo, una trompeta, unos timbales. Sobre los platos de los tocadiscos giran, paran y van para atrás los viejos elepés de vinilo. En la pista, bajo el escenario, hay acrobacias y acciones: entre la insinuación erótica y los equilibristas hip-hop y brake-dancers.
"Cada puerto ha tenido un público distinto. Hay lugares en los que el barco ha representado el acontecimiento del año, y en otros es una curiosidad relevante", observa un representante. "La cultura de acoplamiento, de ofrecer el espectáculo, es distinta a nuestro Bongo Lounge de Barcelona", indica Ángel. "Los espectadores se hallan. En general es gente de entre 25 y 35 años, estudiantes con nivel cultural. Un 70% del personal que baila son chicas, porque están más sueltas, son más sensuales, sus miembros vuelan a otra frecuencia", teoriza el creador, que hace música para anuncios, películas y clips. "El sonido comercial es otro rollo", asegura.
"Mi pasión era venir a una discoteca de Ibiza, y el marido se me duerme", clama una italiana -que ha cultivado el cuerpo y reducido su ropa- al señalar a la víctima derrengada. Un colectivo de boys culturistas se ha disfrazado con gorras de grumete marinero. Domina la clase media nativa, la juventud iniciada y escasean los transeúntes y la purpurina.
Las luces de posición de los buques en tránsito trazan el camino de la isla exterior que perfila los islotes y la línea de la ciudad amurallada, que aquel día acoge el festival de jazz. Destellos lejanos y atascos de coches indican la situación de las discotecas clásicas de verano de la isla. En el buque pirata bajo control se alternan los pinchadiscos, y durante horas no paran los gigantes disfrazados. El hombre de los espejos, rodeado de los saltimbaquis policromos: "Es un espectáculo de sensualidad", advierte el animador.
Los ritmos y las melodías artificiales y en directo se casan y mecen con el oleaje, con suavidad, reconocibles, sin angustias ni estridencias. La pequeña multitud que viaja y baila sin desamarrar se resiste a ceder el ámbito de la madrugada que ha conquistado con tranquilidad.
"Esto es la libre esencia que por su simpleza tiene su grandeza", se esfuerza la bailarina Sandra Rus para labrar el epitafio. Suena You are the champions. Tocan las tres y la bola blanca pende de la cúpula del cielo. No hay ningún taxi a mano. Es el fin del mundo. Media hora de caminata. Muchos espectadores reenganchan con el fulgor millonario de otras grandes marcas en la isla ibicenca: Pachá, Divine, Privilegi, Amnesia. En algunas discos se pagan 60 euros tan sólo por entrar. Te inundan en espuma y te fastidian el móvil del bolsillo. A decenas. "Estará patrocinado por una firma de teléfonos", diagnostica el psiquiatra R.
Masajes y frutas
El Nightology boat es un nuevo concepto, un ejemplo vivo de una filosofía con "posibilidades sorprendentes", dicen sus creadores.
A bordo, el cocinero Ferran Adrià y su tripulación de diseño han convertido y adaptado al gusto las bebidas: mojitos, combinados de fruta y alcohol con un toque de espuma, un gesto vegetal, un sabor sorprendente...
Es el pequeño tesoro de los cócteles del bucanero gastronómico. Tragos para mirar, catar y recordar, en instantes, ajenos al transporte espirituoso.
La militancia blanca de los gestores de la multinacional escocesa que patrocina el evento invita a "beber con moderación; es tu responsabilidad". Así, en el muelle donde está anclado el barco transformado, hay una carpa para adictos a las bebidas sanas: de frutas, sorbos naturales sin destilación, ni química. Es un espacio para la meditación y la charla, en taburetes bajos para esperar turno a que una masajista te libere las cervicales o lumbares. Una aportación al relax para seguir en la efervescencia de la danza.
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