Mis vergüenzas
Hay hombres que no me leen. A mí (personalmente) me chupa un pie. Hay hombres que son gilipollas; lo digo sin acritud. Y no porque no me lean, sino porque lo son y punto pelota. Hay matrimonios que se me plantan delante en plena calle y él me ordena que le firme un autógrafo a su señora, que es muy fans, dice el hombre. Sí, dice ella que tiene un pavazo colosal: soy superfans. Y yo les pregunto, ¿el autógrafo se lo dedico a los dos?; y el hombre hace un gesto como de espanto, como si fuera una deshonra que su nombre se vea involucrado: "¡No, por Dios, a mí no, la fans es ella, a mí no me gusta!". Ya lo siento, le digo. "Pero no te vayas a molestar, habrá que decir la verdad, lo bueno y lo malo". Pues claro, pienso yo, usted no se corte. Yo es que leo otras cosas, dice el hombre, como dándome a entender que él está un poquito por encima de la media. La media, siempre según el hombre, somos yo y su señora. Miro a los ojos a ese pedazo de humanista y creo adivinar cuáles son sus intereses: editoriales sobre multiculturalismo, artículos de fondo sobre la excepción cultural, guerra de civilizaciones, entrevistas sobre republicanismo con Philip Pettit, el filósofo que le pone a Zapatero; en fin: nivelazo.
"En agosto -dice el hombre mirando a su mujer con orgullo indisimulado, como el pastor mira a su cabra-, aquí donde la ves, me roba el periódico y se ríe sola; bueno, a veces se empeña la tía en leerme tus artículos en voz alta". Pues póngase tapones en los oídos, le digo yo con una sonrisa llena de dientes, que parezco Nati Mistral. Y el tío da un codazo a su señora y dice, ¡anda, que se ha picao! Y yo, casi ridícula, digo no, no me he picao. Pero es verdad, pienso, me he picao, lo noto a nivel piel, hasta roja me he puesto; noto que estoy ahora mismo para que me ponga el veterinario de urgencias la vacuna antirrábica, noto que ahora mismo le volvía la cara del revés a ese cretino, pero no sólo a él; noto que también le he tomado ojeriza a ella, por leerme y estar casada con el cretino (para mí son dos cosas incompatibles, perdóname que te diga).
Pero la rabia peor de todas la tengo contra mí, por escribir esto que escribo, que atrae hacia mi persona física a semejantes matrimonios. Yo quisiera escribir sobre el mundo árabe, qué caramba, sobre Aznar y su lobby, qué tema polémico; sobre Matas y Rasputín, qué morbazo. Mas, ¿por qué no lo hago? Seré sincera, aunque quede como el culo: porque hay que pensar más y encima te vienen a pagar lo mismo. Y para colmo, ¿qué conseguiría, que me leyera el cretinazo en vez de su señora?
No me sale a cuenta, como lo pienso lo digo. Arthur Miller escribió en sus memorias (a veces leo) que cuando un escritor escribe algo realmente bueno, tiene que sentir un poquillo de vergüenza íntima. Lo que yo digo: por esa regla de tres, lo que yo escribo en agosto debe ser cojonudo.
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