Medallas
No importa que el Consejo de Ministros de 26 de diciembre de 2003 aprobara un contrato con el despacho de abogados Piper Rudnick para la prestación en EE.UU. de "consejo, asesoramiento y otros servicios en una amplia gama de asuntos políticos, económicos y de otro tipo al Gobierno de España". No importa que el contrato se adjudicara, en contra de tres informes jurídicos, mediante procedimiento negociado sin publicidad. No importa que, en marzo de 2004, una factura de Piper Rudnick recogiera las gestiones realizadas para facilitar la concesión a Aznar de la medalla de oro del Congreso. No importa que la factura fuera devuelta y se pidiera otra más discreta que aludiera a la "resolución 2131". No importa porque la contratación de un lobby norteamericano quizás sea legal; y porque sobre la calidad de Aznar ya está todo dicho; y porque este es el país de las medallas, como comprobamos cada tanto, en virtud de reconocimientos institucionales que sólo encubren recompensas partidistas y que ensanchan la grandeza de los pocos que se niegan a recibirlas. No importa todo esto porque sólo es una excusa para hablar de algo importante.
Las culturas anglosajona y latina se diferencian, entre otras cosas, por su diferente concepción de lo público y lo privado. Ello determina, en el imaginario colectivo, la creación de dos caracteres casi costumbristas. Los anglos son rigurosos, trabajadores, tienen un alto concepto de la democracia y se guían por la eficacia. Los latinos son dispersos, perezosos, contaminan la democracia con intereses particulares y se entregan al desorden y a la improvisación. En general, los países latinos han acabado convencidos de que sus sociedades están peor organizadas, que el modelo anglosajón es admirable y que deben imitarlo. Hay una diferencia más: los anglos siempre están contentos con su sueldo, mientras que los latinos son corruptos sin remedio.
Pero el último sainete de Aznar y sus esfuerzos por ser galardonado a costa del dinero de los contribuyentes nos ha desvelado el trabajo de los lobbies, esos grupos de presión dedicados a promover intereses en las instancias públicas de EE.UU. Sabíamos de la existencia de esos grupos institucionalizados, pero ahora sabemos cómo actúan. A ello se han acogido los populares para disculpar las miserias de su anterior cabecilla. Esperanza Aguirre dice que la acción de los lobbies es habitual en la "cultura anglosajona".
Pues vale, pero a cambio habría que revisar algunos prejuicios culturales. Hace tiempo tuve noticia de un libro que analizaba cómo en Argentina el pago a funcionarios es el medio habitual para conseguir la agilización de ciertos expedientes. Por otra parte, todos tenemos la imagen de cientos de películas norteamericanas donde al protagonista anglosajón le basta aflojar un billete de cinco dólares para conseguir cualquier cosa del policía mexicano. Sí, los países latinos serán corruptos, pero sólo porque no han tenido la inteligencia de institucionalizar la corrupción como los anglosajones. La moral protestante es esencialmente hipócrita: hacen pasar por miserable a un funcionario del Tercer Mundo porque, si media precio, renuncia a poner una multa de tráfico, pero ellos ejercitan la corrupción mediante "prestigiosos bufetes de abogados", "agencias de relaciones públicas" o "firmas dedicadas al asesoramiento y la gestión".
La medalla de Aznar importa un demonio. Hay tantas medallas miserables que la suya no añade ni quita nada al universo. Ni siquiera le añade o le quita nada a él, que ya ha quedado retratado para siempre ante la historia. Lo grave, lo escandaloso, es que sigamos viendo en la cultura anglosajona un prodigio de virtudes, cuando en realidad no resulta menos deshonesta que la nuestra. La firma Piper Rudnick me parece un nido de facinerosos con corbata. Son peores que mafiosos sicilianos, buhoneros gitanos, charlatanes griegos o buscavidas de Marsella. Frente a atildados ejecutivos que gestionan "intereses", prefiero la llaneza de un policía mexicano, que si se presta a ayudarte lo hará por mucho menos dinero.
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