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Reportaje:LOS PARQUES DE MADRID | El Campo del Moro

El abrazo de la naturaleza

Es un lugar romántico y melancólico adonde acuden los recién casados para fotografiarse

"No puedo decir que este parque sea el más bonito de Madrid porque no los he visto todos", comenta Javier, uno de los vigilantes de seguridad del Campo del Moro, "pero éste es mi preferido". Y es que estos jardines tienen algo "mágico y especial", algo que les hace ser diferentes a los demás. Tal vez sea su "asimetría", por la que es un placer perderse. Tal vez su "penumbra", en la que no da miedo esconderse. O tal vez sea su "belleza", por la que es muy fácil enamorarse. Sea lo que sea, visitar este espacio es un evento que no puede "dejar a nadie impasible", opina. Y su opinión está avalada por 10 años de experiencia.

Encuadrado al norte por la cuesta de San Vicente, al oeste por el paseo de la Virgen del Puerto y al sur por el paseo de la Ciudad de Plasencia, el Campo del Moro tiene el lujo de tener como marco de fondo, al este, el Palacio Real y la catedral de la Almudena. Y el Palacio Real es, precisamente, la primera imagen que se ve nada más descender por una de sus dos escalinatas. "Posa con indiferencia" detrás de las praderas de Vistas del Sol y de las fuentes de las Conchas y de los Tritones. "Por muchas veces que lo haya contemplado", dice Javier, "nunca deja de impresionarme lo bien que queda entre las praderas y el cielo". La verdad es que es una estampa digna de ser "inmortalizada".

Son unos jardines poco concurridos a los que los visitantes van en busca de tranquilidad

Además de bello, este parque tiene historia. Si el terreno en el que se aposenta hablara, nos contaría que a comienzos del siglo XVII Felipe II se convirtió en su dueño. Nos explicaría, además, que fue ese monarca quien decidió darle forma de jardín, para, entre otras actividades, celebrar ostentosas fiestas cortesanas. Un siglo más tarde, su finalidad cambió de sentido 180 grados: pasó a ser el contenedor de las obras de construcción del nuevo Palacio Real. No fue hasta 1844, durante el reinado de Isabel II, cuando este parque comenzó a adoptar su actual forma. Su diseñador fue el arquitecto mayor de Palacio, Narciso Pascual y Colomer. En 1890, durante la regencia de María Cristina de Hasburgo y Lorena, se realizaron nuevos trazados bajo la dirección del maestro jardinero Ramón Oliva, quien, influenciado por los parques ingleses que imitan a la naturaleza libre, construyó caminos con suaves y onduladas curvas, alternando praderas de césped con macizos de flores. A pesar de que sangre real corre por sus venas, este espacio se bautizó como Campo del Moro porque durante la Edad Media, en 1109, el caudillo musulmán Alí Ben Yusuf, en un intento por reconquistar Madrid, acampó sus tropas en él.

Pero de lo militar no queda ni rastro. Todo lo contrario. Ahora, muchas de las pisadas son de quienes quieren dejar la huella de su amor. Y ésa es una de las curiosidades de este parque: aquí acude "el 80%" de las parejas recién casadas para hacerse sus primeras fotografías, cuenta Javier. "Hace un par de años vinieron más de 60 parejas en menos de dos horas". Mientras lo explica, se divisan un par de ellas a lo lejos. Sonríen delante de una cámara, que capta el momento para siempre.

Pasear por este parque debería ser obligatorio. En estos jardines se encuentran más de 100 familias arbóreas distintas, como las sequoias, tejos, cedros, tilos, acebos y pinos, que se concentran creando una atmósfera tranquila, muy propicia para la relajación. Pero entre tanto árbol hay poco espacio y casi nada de luz para las flores. La penumbra que envuelve a estos jardines provoca que cultivarlas sea un acto estéril. Los senderos curvilíneos, también denominados "románticos", están delimitados por piedras y se cruzan unos con otros. Al haber faisanes y pavos reales sueltos, no es difícil encontrarse con ellos. También se pueden ver cisnes y patos flotando en un pequeño estanque. Todo está muy limpio. No se ve un papel en el suelo. La única "suciedad" son las hojas caídas, infinitas.

En la década de los sesenta, el parque contó con la presencia del que hasta ahora ha sido su mejor inquilino: el museo de Carruajes, en el que se pueden contemplar coches de caballos y otro tipo de carruajes que pertenecieron a la Casa Real.

El rey Juan Carlos I se ha dado alguna vez un paseo por el parque. "Por eso, está casi todo prohibido": no se puede andar sobre el césped ni patinar ni montar en bicicleta. Tampoco se permite la entrada de perros. Está abierto al público desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, pero ahora, con la llegada del verano, cierra su única puerta a las ocho de la tarde. Con tantas restricciones, escaso horario y sólo un acceso, en el paseo de la Virgen del Puerto "es normal que sea uno de los parques menos concurridos", argumenta Javier.

Pero el hecho de ser un espacio alejado del ruido de las masas, lo convierte en un terreno fértil para sembrar paz y tranquilidad. Petra tiene "muchísimos años" y es una de las pocas "afortunadas" que recoge sus frutos "cada día", desde que hace "casi tres décadas", el Campo del Moro abriera sus puertas al público. "Aquí es donde más a gusto me siento". Su hilo de voz es tan débil que el canto de los pájaros apenas hace audible lo que quiere decir. "Tanto los trabajadores como los visitantes tienen un talante distinto: son mucho más respetuosos con la naturaleza que en otros parques en los que he estado", asegura con una serenidad pasmosa.

En este parque se ve a más personas leyendo que haciendo ejercicio, a más parejas besándose que a grupos de amigos riendo. Es un entorno propicio para la reflexión, para la introspección. "Después de unas horas", susurra Petra, "salgo nueva".

A pesar de que muchos de los que entran lo hacen de forma solitaria, "aquí nunca te sientes solo". La frondosidad de los árboles te envuelve en una penumbra melancólica. Es el abrazo de la naturaleza.

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