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Columna
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Desde el larguero

Enrique Martín Navarro, Quique, portero histórico del Valencia Club de Fútbol, finalizado y ganado (3-0) ante el Barcelona el encuentro de la final de Copa de 1954, ahora hace pues cincuenta años, con el carismático Salvador Monzó como capitán, y tras haber solicitado la preceptiva autorización de su entrenador Jacinto Quincoces, que para todo se requería entonces, procedió a encaramarse y sentarse en lo alto del larguero de una de las porterías del Estadio de Chamartín, en fotografía que inmortalizó Finezas.

Años más tarde Enrique Martín sería uno de los entrenadores que llevaría al Levante a su primer ascenso en el año 1963 y hace poco regaló la fotografía a Manolo Preciado, entrenador del ascenso de este año, asegurándole que el gato de la historia volvería a subir a la palmera, como así ha sido, es decir el Levante a primera. El Levante estuvo dos temporadas en Primera división durante las cuales ganó las dos veces en Vallejo al Valencia y perdió las dos correspondientes en Mestalla, reforzando así la rivalidad entre ambos clubes. Valencia y Levante son como las dos caras deportivas de una misma ciudad, distante de sus poblados marítimos apenas una larga avenida pero toda una mentalidad en pasiones o amores.

Es la doble lealtad de esta ciudad nuestra que en ocasiones ignora que su centro histórico le da carácter universal, que el mar le aporta gran parte de su riqueza, que su huerta debe ser incluida entre los bienes culturales a proteger, y que su patrimonio artístico se ve amenazado cada vez que la piqueta se aproxima a los barrios tradicionales, como su cultura se perjudica cuando se descuida su gastronomía, se posterga su lengua, o se silencia a sus intelectuales, llámense Vives o Fuster.

Valencia se encuentra hoy ante el nuevo reto de saber cómo quiere reconocerse en Europa. La reciente ampliación, la nueva Constitución, el reparto de influencias, y la concepción de los nuevos espacios desde la consideración de los viejos imperios, obliga a todas las ciudades a hacerse otra vez visibles en el marco europeo. Valencia, que lo ha hecho de forma brillante este año en el terreno deportivo con las victorias del Valencia y del Levante -y con la obtención para 2007 de la Copa del América- debe saber también cómo hacerlo en el ámbito económico y social.

Repensar su papel como capital de una región próspera y dinámica que plantee sus relaciones con las regiones de su entorno desde una posición global no excluyente, que contemple la necesidad de unas infraestructuras logísticas y tecnológicas que contribuyan a aliviar la situación de los sectores económicos tradicionales, que opte por una visión de la deslocalización industrial donde prime el mantenimiento de la sede social como instrumento para facilitar el mantenimiento de los empleos y la recuperación de las exportaciones, y que observe el nuevo posicionamiento de los sectores agrícola y turístico ante la entrada de nuevos países competidores.

Todo ello con la perspectiva de una sociedad cada vez más preparada que valore más su sentido cívico que sus victorias, sus gentes que sus hinchas y su desarrollo social que su crecimiento económico. De esta forma los éxitos deportivos no serán sólo euforia pasajera sino que desde el larguero deportivo se habrá podido contribuir a dinamizar una realidad ciudadana, para lo cual el próximo día 27 de agosto en Mónaco la sociedad valenciana tiene una nueva oportunidad. Hasta entonces, buen verano y suerte en la Supercopa.

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