Campanilla se viste de negro y rojo
Como hace justo seis meses en un pequeño café de Madrid, Jane Birkin volvió a ejercer de médium para hacer retornar a este mundo a su segundo marido, Serge Gainsbourg, el fallecido compositor francés, pianista de jazz, sátiro y libertino, ingenioso melodista y letrista revulsivo y cáustico que escribió para ella las mejores canciones de su repertorio. Cambió el escenario y la audiencia, pero en nada la intensidad y emoción de la Birkin, entregada en todo momento e ilusionada tal que una adolescente como si nada hiciera creer que esta gran dama de la elegancia y la seducción ande cerca de cumplir sesenta años.
Tiene Jane Birkin la actitud de la joven ingenua, de la muchachita que se atreve a preguntar de todo y por todo, aunque las respuestas parezcan obvias. Pero ese candor, casi de Campanilla que se niega a crecer junto a Peter Pan, no disimula su compromiso maduro con el arte y el mundo. Elige el tempo de las canciones para explicar su visión de las cosas, y habla de amor como una enloquecida, con extensas parrafadas entre canción y canción. Asombra la facilidad, y rapidez, con la que combina el francés y el inglés, y enternece con sus vanos intentos de comunicarse en castellano. Pero a ella no le hace falta el idioma para transmitir emoción. Para eso tiene su frágil voz y su corazón. Camina entre los versos de Ces petit riens o La chanson de Prévert a solas con su pianista, y arranca con la estremecedora Elisa -una de las primeras canciones que grabó de Gainsbourg-, la larga tanda acompañada de las percusiones, laúdes y violines árabes, tal y como concibió Arabesque, el disco que volvía a presentar esta vez.
Jane Birkin
Jane Birkin (voz), Djamel Benyelles (violín y dirección musical), Amel Riahi El Mansouri (laúd), Fred Maggi (piano) y Aziz Boularoug (percusión). Cuartel del Conde Duque (Madrid), 28 de julio de 2004.
No hubo asomo del reciente Rendez-vous, el álbum que ha publicado este año haciendo duetos con Bryan Ferry, Paolo Conte, Françoise Hardy o Manu Chao, acaso por no contar con ninguno de ellos en esta gira; y volvió a desgranar con esa magia de mujer que vive ensimismada en su mundo irreal la revisión del repertorio Gainsbourg llevado a los ecos arabizantes.
Una gran sonrisa
Sale en babuchas, camiseta y pantalón negros y enseñando el ombligo. Baila a saltitos con una magnífica sonrisa contagiosa que hace que le brillen todo el rato los ojos. Es un duende que se pone seria para recitar poemas sentada al borde del escenario con los pies colgando. Unas gafas de vista cansada para leerlos es lo único que puede delatar su edad, y se pregunta dónde va el mundo, que no es capaz de arreglar sus cuitas, ella que ha presentado Arabesque ante árabes y judíos, ante cristianos, ateos y budistas. Y caen Valse de Melody, Amour des felines, L'amoir de moi o la divertida Colour Café, con tumbao caribeño, donde cuenta que siempre se la bailan los distintos públicos en todo el mundo. Madrid no es menos.
La recta final del elegante recital lo acomete Jane Birkin con un precioso traje rojo, similar al que ilustra la portada de Arabesque. Descalza, se suelta el pelo y baila una danza al compás de Les clés du paradis, coqueteando con su violinista, el músico que ha dirigido la transformación magrebí de las melodías pop que creó Gainsbourg. La clásica Comment te dire adieu es su primera despedida, agradeciendo repetidamente "la curiosidad" de Madrid por ir a verla. Se reservó para la tanda de bises Baby alone in Babylone, la última canción que le escribió Gainsbourg, y dijo adiós definitivo con su esperada versión a capella de la exquisita La Javanaise, animando al público a tomar la mano del que tuviera al lado, un monumento de canción ante la que se guardó un estremecedor y respetuoso silencio.
Babelia
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