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Reportaje:

Teatro de secretos

Benicàssim ofrece 'Créature', un espectáculo teatral para un solo espectador

María Fabra

Un espectáculo que no acaba con un aplauso no es un fracaso. Al menos no en el caso de Créature, en el que puede existir, o no, el aplauso como fin del espectáculo. Ésa es una de las muchas diferencias del montaje que Le Luxe ofrece en Benicàssim, dentro del XI Festival de Teatro con Buen Humor. Sin embargo, no es la más destacada porque sólo es el final. Desde el principio, es distinta. Especial. Sugerente. Puede no lograr la carcajada, o sí, pero seguro que arranca, siempre, una sonrisa de complicidad, de ternura, de sonrojo o de inquietud.

Su anuncio ya es todo un atractivo: "Espectáculo para un solo espectador". Y es que Caroline Bergeron se enfrenta, en este montaje, cada veinte minutos y en tres turnos por tarde, a un total de doce representaciones diarias con un único espectador, en cada ocasión, como testigo de su arte. Créature (que se ofrece en Villa Elisa hasta el próximo día 1 de agosto) plantea una paradoja de difícil resolución a la hora de hablar de ella porque, al tratarse de una representación íntima en la que sólo un espectador conoce su desarrollo, no existe un referente colectivo que permita dar cuenta de sus posibles virtudes o presuntos defectos.

Y por si fuera poco, desvelar lo que ocurre en su interior es privar a futuros asistentes del derecho a sorprenderse, a buscar sus propias percepciones, a expresar su propia sensibilidad en el "cara a cara" con la actriz belga. Créature habla de secretos personales, quizá inconfesables, con lo que resulta inútil el esfuerzo de tratar de describirlos. Así, cada persona que entra, sale con el suyo propio guardado en algún lugar de la memoria, único e intransferible y para el resto de sus días.

Al final, también queda un olor. Es algo que enlaza con el principio de esta especie de "función", cuando el espectador se encuentra a la espera de su turno, sobre un almohadón de gelatina endurecida donde se percibe un algo exótico, en una especie de chill out envuelto en aromas irreconocibles, pero que resultan familiares a la vez. Tan irreconocible y tan familiar a un tiempo como es la atmósfera del pasillo que conduce a la escenografía de un "confesionario" que no es tal, y que se convierte en otro lugar mucho más cercano. Su interior, surrealista, onírico, silencioso, está habitado por un ser extraño, inesperado, mudo. Con un único sonido, tan frecuente como es el día a día, aunque sea sordo fuera del escenario.

La actriz Caroline Bergeron lleva la interacción con el espectador a una situación límite, con el único lenguaje del gesto. La soledad obliga a afrontar lo que ocurre sin que exista un grupo, u otra cara que no sea la propia, para refugiarse. Hace inútil esconder el rostro cuando la "criatura" reclama voluntarios para subir a escena, porque el espectador ya está en ella y lo que ocurre es, en cierto modo, inevitable. También lo es para la actriz que protagoniza la representación. Se supone (sólo la creadora de la obra sabe su parte) que las reacciones son siempre distintas, pero lo cierto es que a partir de esta experiencia se podría redactar un extenso tratado sobre el comportamiento humano.

Entrar en el territorio de la "criatura" implica disponerse a la formulación inmediata de una batería de preguntas, qué hacer, por qué no hacerlo, cómo, cuál será la reacción. El espectador puede dejarse llevar por la intuición, o no. O por el deseo. Puede sentir o irrumpir. Pensar en la ternura o en el erotismo. La "criatura" obliga a observar, permite extraer conclusiones, deja relajarse o seguir con la tensión que conlleva lo desconocido. Todo para acabar seducido o seducida por esta extraña obra en la que nadie actúa, aunque quiera.

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