_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Empleítos

Hace una década el principal problema socioeconómico de nuestra sociedad era el paro. Un paro considerado estructural por la propia OCDE, a cuyo análisis dedicaba en 1994 un voluminoso estudio. Eran tiempos de deterioro del entorno laboral, con graves consecuencias sobre la situación de los hogares, muchos de los cuales pasaron a engrosar el mundo de la denominada nueva pobreza, referida a aquellas personas y hogares anteriormente prósperos que, como consecuencia de la pérdida del empleo del cabeza de familia, entraban en un proceso creciente de vulnerabilidad y deterioro de sus condiciones de vida. Sólo la expansión registrada a partir de 1988 por el sistema no contributivo de garantía de rentas, con la incorporación al mismo de los ingresos mínimos de inserción, compensó relativamente la crisis del empleo. En todo caso, más allá de las cifras existía un vivo debate sobre el futuro del empleo, expresión de un profundo temor al incremento incontrolable del paro, cuyo ejemplo más destacado puede ser El fin del trabajo de Jeremy Rifkin, publicado en España en 1996. En este contexto las organizaciones sindicales reivindicaban con energía el reparto del trabajo como la única estrategia coherente para combatir un paro derivado de una oferta de empleos irremediablemente escasa.

Sin embargo, para el año 2000 los datos y los discursos sobre el empleo y el paro habían dado un giro espectacular. A partir de 1994 el paro inicia un progresivo descenso, pasando de una tasa del 23,9 hasta el 12,8 por ciento al finalizar el año 2003. Pero más allá de los datos, Europa ha recuperado el discurso del pleno empleo. Objetivo: llegar al año 2010 con unas tasas de paro que ronden el 5 por ciento. La cuestión del reparto del trabajo ha desaparecido de la agenda socioeconómica. ¿Por qué se recupera ahora un objetivo tradicionalmente vinculado a la socialdemocracia orillado durante los años de la contrarreforma neoliberal? El pleno empleo del que se habla ahora no es el mismo pleno empleo de los años Cincuenta y Sesenta; es el pleno empleo estadounidense, un pleno subempleo. Y si aquel era a la vez consecuencia y causa de la capacidad de influencia de los ciudadanos y los trabajadores sobre las políticas públicas, este otro "pleno empleo" es consecuencia y será causa de su debilidad.

Hoy, salir del paro no significa necesariamente salir del espacio de la precarización vital. Más bien al contrario: en la actualidad se ha configurado una zona gris, un territorio de permanente vulnerabilidad laboral y vital, de manera que se sale del desempleo con relativa facilidad, pero sólo para volver a la misma situación al cabo de un tiempo tras pasar por alguno o algunos de los empleos precarios que predominan en nuestro mercado de trabajo. De ahí que la OIT considere imprescindible revisar el concepto de pleno empleo introduciendo elementos indicativos de lo que constituye un trabajo decente: un empleo productivo en el que se protegen los derechos, lo cual significa que se perciben ingresos adecuados con una protección social apropiada. No se trata simplemente de crear puestos de trabajo, sino que han de ser de una calidad aceptable. No cabe disociar la cantidad del empleo de su calidad. ¿Por qué este énfasis en el contenido del empleo? Porque la OIT ha constatado que durante la década de los Noventa la característica clave del mercado de trabajo ha sido la inseguridad: no sólo en los países en desarrollo, donde la inmensa mayoría de la población ha vivido y vive en una situación crónica de inseguridad; también en los países desarrollados muchas personas viven inseguras de sus derechos en el trabajo y en la sociedad, sintiéndose expuestas a una evolución económica y social que parece haber escapado a su control.

Crece el empleo, baja el paro. Sin embargo, el paro sigue ocupando el primer puesto entre los temores de los ciudadanos. ¿Cómo explicar la persistencia del temor al paro cuando el paro está dejando, a la luz de los datos, de ser un problema? Crece el empleo, de acuerdo, pero ¿qué empleo? ¿Son empleos o son empleítos los que alimentan el crecimiento de la tasa de ocupación? Es esta una cuestión fundamental. Porque sólo la generalización del trabajo decente permitirá sostener sociedades decentes. Lo demás son juegos malabares con datos que encubren más de lo que muestran.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_