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Gaziel, nuestro contemporáneo

Lo primero que de él me atrajo -hace ya bastante tiempo, andando entre libros viejos- fue su firma, que era un seudónimo, un nombre propio en principio desconocido porque no era el suyo de verdad, aunque su eufonía y misterio se impusieron para siempre. ¿Por qué me fascinan los seudónimos? Es muy sencillo, porque se trata de una invención, no de una fatalidad real, ni de algo impuesto de antemano. Es como un nombre "elegido", como una ficción, la primera de todas, como si fuera el principio de toda literatura. Y lo primero que plantean todos es la razón de su origen, saber de dónde nacen los seudónimos, cómo, cuándo y por qué. Y entonces, ¿cuándo decidió Agustí Calvet i Pascual (Sant Feliu de Guíxols, 1887-Barcelona, 1964) reconvertirse en Gaziel y hacer popular este seudónimo por encima de su propio nombre, darle la carta de naturaleza con la que al final ha pasado a la historia?

Lo contó pronto su propio autor enmascarado con una maravillosa 'Autobiografía de un seudónimo', publicada en el número 14 (15-7-1927) de la revista de Ernesto Giménez-Caballero La Gaceta Literaria, que ya había irrumpido en el panorama cultural español como la palestra de todas las vanguardias, y que para empezar había tomado la defensa de las manifestaciones literarias catalanas (aunque después y al final se haría fascista a lomos de su impresentable director). Allí, el propio Gaziel hablaba de su nacimiento en una buhardilla parisiense antes de la primera gran guerra, cuando su padre (el propio Agustí Calvet) intentaba escribir un artículo para La Veu de Catalunya, y, dado su desdén por el periodismo (él iba para filósofo), tuvo que buscarse un seudónimo para embozarse tras él. Tras buscar en el Olimpo de sus dioses o demonios (Sócrates, Critias, Belfegor o Merlín), recordó el nombre con el que los platónicos árabes designaban al "daimon" interior de Sócrates, el que le llevaba a interrogar sin parar, lo que inspiró en buena medida muchos de los trabajos periodísticos de Calvet, que así dio vida a Gaziel como medio de subsistencia y máscara a la vez.

El resto del artículo -un recuerdo puesto en la boca del seudónimo recién nacido y de su padre, el "pobre" Calvet- es ya una obra maestra literaria y periodística a la vez, pues para entonces Gaziel era ya una firma habitual en la prensa española, y en la catalana también, aunque escrita casi siempre en castellano, pues el periódico que le contrató fue La Vanguardia, donde realizó toda su fulminante carrera, primero con sus trabajos desde París al empezar la primera gran guerra (que fascinaron al director de aquel periódico, Miquel dels Sants Oliver, uno de los maestros de Gaziel, junto al poeta Joan Maragall), hasta su integración en la redacción del periódico, del que llegó a ser redactor jefe y codirector hasta dirigirlo ya en solitario durante los difíciles años de la Segunda República.

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La Guerra Civil interrumpió esta floreciente carrera cuando ya alcanzaba el medio siglo de edad. Odiado por el catalanismo radical y separatista por vendido al castellano (siempre fue federalista), por las izquierdas por ser el incansable defensor de la burguesía liberal (democrática y republicana, no se olvide), y mal visto por su propia empresa por catalanista impenitente, a pesar de haber contribuido poderosamente a su éxito comercial y desarrollo industrial, tuvo que salir por piernas de Barcelona, donde su domicilio fue asaltado por los anarquistas, que dispersaron su biblioteca personal (unos cinco mil volúmenes). Mientras tanto, los franquistas tampoco le querían demasiado por su catalanismo y su defensa a ultranza de la legalidad republicana. "Si vuelve, le espera un pelotón de ejecución", dijo de él Juan Pujol, jefe de prensa en el cuartel general de Burgos, respondiendo a peticiones de clemencia de Francesc Cambó y Eduardo Aunós, pues tampoco le faltaron protectores.

Naturalmente, la segunda gran guerra le empujó a volver a España (pues un intento de emigrar a Colombia salió mal), donde fue expulsado de su profesión y La Vanguardia, y sometido a un proceso que le depuró por sus responsabilidades republicanas (del que fue sobreseído), pero sus relaciones con el mundo editorial (primero con Seix Barral y Gustavo Gili) le llevaron a dirigir en Madrid la editorial Plus Ultra, en el que quizá fue el periodo más amargo de su vida, pues falleció su esposa y escribió un amargo testimonio (Meditacions en el desert) sobre el franquismo que había aplastado todas las veleidades de los liberales de la época (que Jordi Gracia ha utilizado muy bien en su reciente La resistencia silenciosa). Al final, al borde de los setenta años, volvió a Cataluña, y entre Barcelona y su tierra natal de Sant Feliu completó una obra literaria bastante plural, fragmentada, discontinua y bilingüe que ya se ha convertido en catalán y castellano en un legado literario y periodístico de primera magnitud. Y debo recordar que mi reencuentro anterior con Gaziel fue en el volumen Cuatro historias de la República (Destino, 2003), desigual reunión de tres libros de Josep Pla, Julio Camba y Chaves Nogales con un conjunto de artículos de Gaziel, La República sin republicanos, reunidos por Xavier Pericay, pero que nunca había visto la luz como libro aparte.

Autor de 14 libros en catalán, de 8 en castellano y de otras tantas traducciones (de Stevenson, Defoe y Paul Valéry), algunos de sus títulos son imprescindibles: como Sant Feliu de Guíxols, la Trilogía Ibérica (Castilla endins, Portugal enfora y La Península inacabada), Cura d'aires (sobre Suiza y Florencia), Quina mena de gent som y sus memorias, Tots els camins duen a Roma, junto a sus divertidos y emotivos recuerdos de L'expres de França. Éste ha sido "el escritor político más inteligente que ha dado la derecha catalana en nuestro tiempo" (Josep Benet en Obra Catalana Completa, 1970). Y no puedo dejar de citar la gran monografía de Manuel Llanas Gaziel, vida, periodisme i literatura (Abadía de Montserrat, 1998). En verdad, Gaziel nunca ha salido del todo de mi vida y es un consuelo pensar que ya nunca lo hará, pues al final, en esto de la literatura, todo está ya jugado de antemano para siempre; menos mal.

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