Se armó el sambódromo
Todo aquel que conozca la plaza de la Trinidad donostiarra y se la imagine con las sillas y gradas que se colocan durante el Festival de Jazz y, además, abarrotada de público comprenderá de inmediato que en un entorno así resulta imposible bailar samba. Pero, en cosas carnavaleras, Carlinhos Brown es capaz de alterar esas percepciones y de mucho más. Así que, ni corto ni perezoso, se lanzó en la noche del domingo al patio de butacas, como quien dice al ruedo, y convirtió la Trini en un sambódromo.
En realidad todo el mundo lo esperaba, Carlinhos Brown llegó a San Sebastián con su fama bajo el brazo, pero aun así ver como todo aquel enjambre humano entraba en movimiento casi al unísono no dejó de ser un espectáculo alegre y colorista. Ése es Carlinhos Brown: capaz de mover masas con los mínimos ingredientes. En la noche del domingo las masas que llenaban la Trinidad se movieron y mucho, se sudó samba pero ahí acabó casi toda la historia.
Aquel enjambre humano en movimiento fue un espectáculo alegre y colorista
Musicalmente Carlinhos Brown no fue mucho más allá de unas efectivas percusiones y ritmos tomados de diferentes procedencias (del mambo al reggae) que él adereza con su don de gentes y convierte en espectáculo callejero apto para todos los públicos. En San Sebastián retomó algunos de los temas de su disco Carlito Marrón y los aderezó con éxitos anteriores siempre en clave festiva y carnavalera. Justo lo que el público esperaba.
Como ya desde un principio la velada apuntaba verbenera la actuación que precedió a Brown siguió esa misma tónica pero con patrones cubanos. El nuevo combo del contrabajista pamplonés Javier Colina es, en realidad, una pequeña orquesta de son cubano en la que destaca una vez tras otra el tresero Pancho Amat. Música pegadiza, bailable y muy bien interpretada.
En la Trinidad se armó el sambódromo pero la perla musical del día había ocupado horas antes el auditorio del Kursaal. Con el recinto casi lleno el cuarteto de Jan Garbarek ofreció un concierto soberbio. Una música luminosa y reconfortante que se balanceaba conscientemente en las fronteras del jazz, de la música pre-clásica y del folclore. Eso sí: un folclorismo imposible de ubicar geográficamente pero con las raíces clavadas en la tierra. Lejos del exhibicionismo que había marcado el inicio de su carrera Garbarek se mostró en San Sebastián como un músico profundo y sensible, más contenido con el saxo soprano que con el tenor y capaz de improvisar sobre un amplio abanico de melodías cambiantes.
Los saxos de Garbarek y su personal y lacerante sonoridad son la punta de lanza del cuarteto pero nada sonaría igual si sus cuatro integrantes no estuvieran tan compenetrados. El grupo se mantiene unido desde hace más de una década y se nota sobre el escenario. Si añadimos el virtuosismo contenido y estimulante tanto del bajista Eberhard Weber como del teclista Rainer Brüninghaus y de la percusionista Marilyn Mazur, los altos vuelos del resultado se pueden presentir pero no por ello dejan de reconfortar.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.