¿Votará Al Qaeda por George Bush?
Acabo de entrar en Estados Unidos. Dado que tengo un visado de los denominados J-1, la cosa tiene mérito. Primero tuve que rellenar un impreso en el que pedía a mi universidad de acogida que me enviara otro impreso. Armado con él, rellené otros tres impresos, en los que incluí información tan claramente necesaria como el número de teléfono de mi hermano y los nombres de dos personas que podían confirmar dicha información. Luego tuve que ir a Barclays a obtener un recibo especial para pagar las tasas. Después tuve que suministrar una fotografía de pasaporte, de 5 x 5 centímetros, en la que "la cabeza (medida desde la parte más alta del cabello hasta la punta de la barbilla) debe medir entre 25 y 35 milímetros, con los ojos a una altura de entre 28 y 35 milímetros desde la parte inferior de la foto". Hay pocos sitios que hagan ese tipo de fotos; en Snappy Snaps me cobraron 24,99 libras por un juego doble. Qué hábiles. Además de todo esto, la primera vez que se hace la solicitud, hay que someterse a una entrevista en la embajada.
Un funcionario conseguía que una chica acabara con los nervios rotos con preguntas impertinentes sobre lo que pensaba hacer con su novio estadounidense
El Gobierno de Bush ha puesto en peligro la dimensión económica del poder estadounidense al acumular déficit comerciales y presupuestarios
¿Es posible que John Kerry, progresista, multilateralista y francófono, pueda devolver un halo kennediano a la imagen de Estados Unidos?
Dotado, por fin, de la preciada patente de nobleza, llegué al aeropuerto de San Francisco, donde me tomaron las huellas dactilares y me hicieron una fotografía. El año pasado, me apartaron a un lado para investigarme con más detalle, mientras, en el mostrador de al lado, un funcionario del Departamento de Seguridad Interior conseguía que una chica acabara con los nervios destrozados a base de preguntas impertinentes sobre lo que pensaba hacer con su novio estadounidense. Y ella, como yo, procedía de Gran Bretaña, el más estrecho aliado de Estados Unidos. Imagínense cómo debe de ser para los que llegan de Libia o Irán.
Ya sé que Estados Unidos sufrió un atentado terrorista el 11 de septiembre de 2001 y que algunos de los autores habían entrado en el país con visados J-1. Por supuesto, comprendo que es necesario tener controles de seguridad más estrictos, pero esto no es una mera queja personal. Los rectores de las principales universidades estadounidenses han protestado públicamente porque estos procedimientos tan burocráticos y molestos están reduciendo el número de estudiantes que quieren y pueden ir a estudiar allí. (En Londres, algunos dicen que es una gran oportunidad para las universidades británicas.) La pregunta que surge, de alcance más general, es si el "poder blando" de Estados Unidos, su capacidad de atraer a otros y conseguir que hagan lo que le conviene porque les parece atractivo, ha disminuido debido a la reacción del Gobierno de Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Y esta pregunta, a su vez, suscita otra todavía más amplia: ¿quién está ganando esta "guerra", Al Qaeda o Estados Unidos?
"Dios bendiga a América", escribió el poeta Philip Larkin, "tan grande, tan amistosa y tan rica". Y la hiperpotencia estadounidense, a diferencia de la superpotencia unidimensional que era la Unión Soviética, siempre ha dependido de sus tres dimensiones, la militar, la económica y la "blanda". El poder blando de un país es más difícil de medir que su poder militar o económico, pero hay un criterio que yo llamo "la prueba de la Estatua de la Libertad". En esta prueba, se valora cada país con arreglo al número de personas de fuera que desean entrar en él, dividido por el número de personas de dentro que quieren salir. Durante la guerra fría, por ejemplo, eran muchos los que querían emigrar de la Unión Soviética, mientras que muy pocos querían ir a vivir allí; en cambio, cientos de millones de personas deseaban entrar en Estados Unidos, y muy pocos irse. De acuerdo con este criterio aproximado, Estados Unidos sigue teniendo grandes cantidades de poder blando.
Atractivo
Sin embargo, es evidente que su atractivo global ha disminuido, no sólo por los procedimientos burocráticos, sino por Guantánamo, Irak, cierta perspectiva dura, militarista y nacionalista respecto a los asuntos mundiales, y la creencia errónea de que la "guerra contra el terrorismo" se puede ganar sobre todo, o incluso solamente, mediante métodos militares, policiales y de espionaje. Si se observan los resultados de la encuesta mundial llevada a cabo por el Centro de Investigaciones Pew, se ve que el resentimiento contra Estados Unidos en todo el mundo ha alcanzado niveles sin precedentes en los dos últimos años. El Gobierno de Bush ha puesto en peligro la dimensión económica del poder estadounidense, al acumular déficits comerciales y presupuestarios por valor de 500.000 millones de dólares, al tiempo que ha aumentado el gasto militar a 400.000 millones de dólares, y ha despreciado, en gran parte, la tercera dimensión, la del poder blando. Mientras tanto, incluso ese uno de cada cinco estadounidenses que tiene pasaporte se muestra más reacio a viajar fuera de Norteamérica. Un ejemplo: los clientes estadounidenses de los coches de alquiler Avis en Europa han disminuido en un 40% respecto a los niveles del año 2000. Existe una verdadera sensación de "fortaleza estadounidense".
¿Es posible que John Kerry, progresista, multilateralista y francófono, cuya campaña comienza en serio la semana que viene en la Convención demócrata de Boston, pueda cambiar toda esta situación y devolver un halo kennediano a la imagen de Estados Unidos en el mundo? En Europa, mucha gente responde ya a esa pregunta con un enérgico "no". Se ha alterado algo más profundo, dicen. Aunque Estados Unidos volviera a su postura anterior, la actitud hacia ellos no cambiará, pero yo no estoy tan seguro. Tal vez no sea más que el efecto de estar sentado aquí, bajo el sol californiano, mientras contemplo esta extraordinaria sociedad multiétnica en marcha a mi alrededor, pero creo que los atractivos esenciales de Estados Unidos siguen presentes, dañados por el 11-S y reducidos por la competencia económica de un continente asiático en expansión, pero todavía impresionantes. Si Kerry puede reunir una chispa de carisma, con la ayuda de su atractivo compañero de candidatura, John Edwards, y si el monstruoso ego de Ralph Nader tiene la amabilidad de caer bajo las ruedas de un autobús debidamente ecológico, el candidato demócrata tendrá una posibilidad de recordarnos que todavía existe otro Estados Unidos. Y gran parte del mundo, incluso el mundo árabe y musulmán, reaccionará en consecuencia.
Por eso, si Osama bin Laden sigue en condiciones de hacer cálculos políticos, debe de estar deseando la victoria de George W. Bush. El objetivo del terrorista, muchas veces, es sacar al descubierto el "auténtico" carácter represivo del Estado contra el que dirige sus acciones y, de esa forma, obtener más apoyos para su causa. Si Estados Unidos se hubiera limitado a actuar en Afganistán y luego se hubiera dedicado a limpiar los restos de Al Qaeda, seguramente estaría hoy venciendo en la "guerra contra el terror". Pero, como debía de esperar Bin Laden, el Gobierno de Bush tuvo una reacción desmesurada y, tanto en Irak como en Guantánamo, contribuyó de tal forma a aumentar las filas de Al Qaeda que a Osama debió de parecerle un sueño.
Así, pues, en este mundo de ironías y contradicciones, los republicanos apoyan a escondidas a su oponente más extremo, Ralph Nader, porque le va a quitar votos a John Kerry, y los terroristas de Al Qaeda apoyan a Bush porque es el que más les ayuda a reclutar gente. ¿Pueden hacer alguna cosa para influir en el resultado de las elecciones estadounidenses? Por supuesto. Un gran atentado terrorista en suelo de Estados Unidos, unos días antes del 2 de noviembre, no tendría las mismas consecuencias que el atentado cometido en Madrid antes de las elecciones españolas, que hizo que los votantes indecisos se sumaran a la oposición contra la guerra. En un reciente sondeo de opinión para The Economist, la responsabilidad de la "guerra contra el terror" era una de las pocas áreas en las que los votantes preferían a Bush que a Kerry. Lo más probable es que se produjera una oleada de solidaridad patriótica con el presidente actual. Es decir, las posibilidades electorales de Bush pueden depender de la inventiva despiadada de Al Qaeda, y las de Kerry, de la capacidad del Departamento de Seguridad Interior de Bush para combatirla.
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