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Columna
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Agua va

El cronista está muy conmovido por lo besucón que se ha mostrado Rajoy en Valencia: impartir cariños, zalemas y caricias es un modo de asegurarse la jefatura de la oposición, y que los dioses se la conserven por muchos años. Le guste o no, Mariano Rajoy ya come en la mano de Zapatero. Su cambio de talante lo delata, pero no debe de sonrojarse por eso. Eso no es una derrota, eso es una mejora. Una mejora de donde le viene el reconocimiento, sin veladuras ni pretextos, de los problemas que tiene planteados el PP de la Comunidad Valenciana. Problemas de calado. Problemas de titularidad de un feudo en el que se maneja mucho pringue. Las apreciaciones de Rajoy sobre el estado del partido y su naturaleza han debido dejar despanzurrados a cuantos se andaban con florituras y subterfugios: lo de las sensibilidades y todo el cuento, o la broma de que sólo era el resultado de un ejercicio de libertad de expresión. Pues cómo se expresan algunos, es que tumban. Pero al secretario nacional de los conservadores no le han dolido prendas: "Hay problemas", confesó. "Me gustaría que se resolvieran a la mayor celeridad y voy a trabajar para que eso sea así". Echarse en un tajo de tal calibre, a determinadas horas de sol, no es como para arrendarle las ganancias. Además, Rajoy debe olerse dónde está la culpa y los culpables, mirar para el sitio justo, que le cae cerca, y ponerlo patas arriba. Tal y como está el patio mayor del PP, que parece una pista de circo, o un bebedero de patos, no se puede tolerar que en el patio trasero se le embosque una panda de enmascarados, con la identidad en la boca. Por eso, se trasladó a Valencia -Zaplana a lo suyo, que ya va bien apañado, y supuestamente nada se le ha perdido por aquí, ¿o aún se le puede perder demasiado?-. Rajoy quería echarle una mano a Camps y darle las bendiciones ante la militancia, incluyendo a los tapados, a los que se les nota un buen paquete de deslealtades. Así que lo de Nuevas Generaciones le vino de perlas para achantar a quienes aún calientan el desolado asiento del ex. Era casi una escena evangélica: señaló a Francisco Camps y dijo: "Este es el presidente de la Generalitat y su principal obligación es gobernar". El cronista se pregunta cómo, en medio de un mar de zancadillas y sacándose del cuerpo el coraje a migajas.

Menos mal que estos conservadores aprietan las filas cuando le dan al manubrio del PHN. El PHN más que un plan hidrológico nacional, un trasvase o dos trasvases, es como el Ripalda: se lo saben todos de carrerilla y van a recitárselo al Tribunal Constitucional. Pues Mariano Rajoy, con la astucia siempre afilada, además de darle un público y rotundo espaldarazo a Camps -sin que se le encogiera el ombligo a Ripoll y aún menos a De España, porque no tocaba milagro-, anunció que cincuenta senadores del PP marcharían a tan alta institución, con delicadeza franciscana: "Alabado, Señor, seas por la hermana agua, tan útil, tan humilde, tan preciosa, tan casta", mientras en el congreso de octubre, Camps y el presidente murciano Ramón Luis Valcárcel recitarán a dúo la ponencia "agua y solidaridad" o así. Cuando Joan Ignasi Pla, momentos antes de iniciar el congreso del PSPV sentó poderío: "Nunca hemos renunciado al agua del Ebro". El Ebro, qué épica. Y con este calor. Agua va.

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