Radiales
El otro día me colé en la radial 5. Fue por error, tuve un despiste en uno de los nudos y cuando quise darme cuenta había sobrepasado ya el punto de no retorno. Eran las cinco de la tarde de un miércoles vulgar y corriente y los primeros cinco kilómetros los recorrí en la más absoluta soledad. Ni mirando hacia adelante ni por el retrovisor aparecía coche alguno que compartiera el asfalto con los neumáticos del mío. Reconozco que me acojoné. La sensación fue tan desconcertante que por un momento llegué a pensar que rodaba por una autopista aún no inaugurada o que los extraterrestres me habían dejado solo en el planeta para castigar mi incredulidad ante los avistamientos de ovnis. Cuando surgió por detrás un macarra a más de 180 kilómetros por hora estuve a punto de hacerle señas para que parara y nos fundiéramos en un abrazo como únicos supervivientes del apocalipsis. Pagué unos cuatro euros por la experiencia sobrenatural.
Creo que a los concesionarios de las autopistas de peaje no les va muy bien. Que lo que me pasó en la radial 5 es lo normal y que de no animarse un poco la cosa el servicio de mantenimiento pronto deberá comprar máquinas cortacésped para que la hierba no se apodere del pavimento. Esa impresión personal está avalada por los datos que han trascendido de las propias sociedades concesionarias de autopistas de peaje, según los cuales hasta ahora sólo usan las radiales 25.000 coches, es decir, la sexta parte de lo que habían previsto. Aunque las empresas que explotan estas autovías hablan de un periodo de adaptación entre los dos y los tres años, mi impresión personal es que difícilmente llegarán a la cifra de 150.000 vehículos diarios que justificaron en su momento tan onerosa inversión. Lo justificaban, no sólo en el aspecto económico, que es el que a ellos realmente les importa, sino en términos de utilidad pública, que es el que nos debe importar a todos. Cuando el ministro de Fomento Rafael Arias-Salgado anunció en la primavera del 96 la construcción en Madrid de cuatro radiales de peaje en un lugar de una sola, la R-2, como había proyectado el Gobierno socialista, explicó que esas variantes aliviarían el congestionado tráfico de las nacionales. Parecía de sentido común: al haber una alternativa de pago, los pudientes y los que tuvieran más prisa pagarían por llegar antes y el hueco que dejaran descargaría la circulación en las nacionales. Todos ganaban y los recursos públicos podían ser invertidos en trenes, túneles y otras mejoras igualmente necesarias. Los resultados, sin embargo, son tan pobres que apenas si se ha notado el alivio en las nacionales. Algo han debido hacer muy mal en el diseño de las radiales y, por lo que me cuentan, el problema está en los entronques. Para empezar, no es lo mismo arrancar desde la M-50, que es lo fácil, que de la M-40, o de la M-30 como, por cierto se pensó inicialmente. Buena prueba de ello es que la R-3, la única de las radiales que entra directamente en la capital, con conexión directa a la prolongación de O'Donnell, es la más utilizada de las cuatro a pesar de ser la más corta. Algún diputado de la izquierda ha caído en la tentación de hacer demagogia manifestando que "es lógico que las radiales sean poco utilizadas porque resulta inmoral tener que pagar por ir a trabajar". Mucho o poco, todos pagamos por trasladar nuestro cuerpo de un lado a otro, y si la gente no se decide a usar las vías de peaje no es por cuestiones morales, sino sencillamente porque no les compensa. Tener que comerte un atasco para acceder a una vía de peaje disuade bastante y en muchas salidas de los municipios periféricos ocurre otro tanto de lo mismo. Un ejemplo notable es la R-2 en su acceso a Alcalá de Henares, que pasa obligadamente por la M-100, carretera que une Algete con la ciudad complutense, y que en las horas punta siempre está colapsada.
Los usuarios echan cuentas y cada uno de los diez o doce minutos que, según me dicen, pueden ahorrarse metiéndose por la autopista de pago les sale por más de diez céntimos de euro. Hay abonos que abaratan esa factura y casos puntuales en los que las radiales les solucionaron la vida, pero, en general, pagar por llegar un poco antes al atasco no convence a la mayoría. Estos primeros meses de funcionamiento han aportado experiencia suficiente para darle una vuelta a las radiales. Habría que pensar en planes de mejora que permitan sacarles algo de más de rendimiento.
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