El malvado Caballos
No sé por qué, tengo la impresión de que esta columna me va a salir muy callejera. Los socialistas andaluces volvieron del congreso federal cantando a voz en cuello aquellos caracoles tan bonitos: "Qué bien reluce,/ qué bien reluce/ la gran calle de Alcalá,/ cuando suben y bajan/ los andaluces". En cambio, los socialistas sevillanos han vuelto de Granada cantando por lo bajini la amarga soleá: "Mi calle ya no es mi calle,/ que es una calle cualquiera,/ camino de cualquier parte".
Así y todo, aceptaron, en un acuerdo con el todopoderoso poder de la calle San Vicente de Sevilla (sede del PSOE), una especie de empate en el último minuto, que dejó a las tribus más o menos pacíficas. Más o menos. Pero he aquí que una carambola estatutaria deja vacante la secretaría general de Sevilla, y que se abre el proceso electoral. Para que queríamos más. Fue como abrir la caja de los truenos. No contaban en San Vicente con que a esa vacante se podía presentar cualquiera, incluso el malvado Pepe Caballos, además del bueno de José Antonio Viera. Y lejos de alegrarse de que la democracia interna se pusiera en marcha para decidir libremente, alegremente incluso, entre dos estupendos candidatos, va y se desata el torbellino. Los teléfonos empiezan a crujir. En vez de guardar la más estricta neutralidad, como árbitros en cumplimiento de su obligación (o como hacen en otra calle, la de Ferraz, en Madrid, sede del PSOE grande) el aparato total empieza a presionar, con la total fuerza de los teléfonos oficiales, a favor de uno de ellos y en contra del otro. Y no sé yo por qué me he puesto a pensar en cuando Alfonso Guerra, hace 20 años -que ya saben no es nada- marcaba el número de los despachos de los alcaldes y los ponía firmes. (No es metáfora; más de uno, pobrecitos, se levantó de su sillón). Y, curiosamente, contra el mismo, terrible adversario: Pepe Caballos. Y sigo con mis cosas: ¿Pero qué tendrá este hombre que no tenga Drácula, por ejemplo? Y piensa: por fin, y al cabo de tanto tiempo, alguien nos va a explicar en qué consiste, pero con precisión escolástica, la culpa irreparable de este tipo, además de ganar elecciones como una fiera y con más porcentajes que nadie. Y me dispongo a lo peor: si habrá robado a alguna ancianita, si por ventura mató a Manolete, o si se exhibe ante las niñas a las puertas de los colegios, allá por el Otoño. Y ávido me tiro a los periódicos. Pero nada. Pizarro, el número dos del partido en Andalucía, empezó asegurando que Caballos "no encaja", "no da el perfil", y otras simplezas semejantes. (Hombre, guapo, guapo, no es, las cosas como son). Ahora ya va más lejos, y atribuye la mayoría democrática de los socialistas sevillanos a "imposición" o a "la opinión de una sola persona". Otros habladores del llamado sector crítico dicen que "esta agrupación no puede ser una isla o una especie de gueto". ¡Cielo Santo, la mayoría ahora es un gueto! O que "Caballos ya lo ha sido todo", como indicando que ahora le toca ser nada, o sea, que a la calle. (¿No se lo dije yo a ustedes?). Tal vez no se dan cuenta de que ofenden a la inteligencia de doce mil personas, los militantes de Sevilla. Y sigo entre mí, como diría don Quijote: si esa es toda la argumentación que tienen contra este malandrín, mejor me voy echando a temblar.
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