Fruta madura
No es la única versión que circula ni puede, por ello, certificarse sin más su autenticidad, pero por su especial significación merecería ser cierta la tesis que vincula el logotipo de Macintosh, la mundialmente famosa manzana arco iris a la que le falta un bocado, con la trágica historia personal de Alan Turing.
Este científico británico, reconocido padre de los ordenadores y pionero también en las investigaciones sobre inteligencia artificial, fue detenido en 1952 por ser homosexual. Para evitar ir a la cárcel aceptó someterse a la castración química, inyectándose estrógenos durante un año. Fue también apartado de su trabajo en la Universidad de Manchester, y al poco tiempo se suicidó, con sólo 42 años, mordiendo una manzana que previamente había bañado en cianuro.
Pasar de la tolerancia de todas las opciones sexuales a la experiencia politico-real de la multisexualidad
El logotipo Macintosh, la multicolor manzana incompleta, sería así un doble homenaje a Turing: por un lado, el recuerdo y el reconocimiento de su decisiva aportación al campo de la informática; por otro, el símbolo de la lucha de los homosexuales por alcanzar la igualdad de derechos (la bandera arco iris representa al movimiento gay).
Insisto en que aunque no lo fuera (se cita también la inspiración del árbol de la ciencia o de la manzana de Newton), merecería ser éste el origen del diseño Apple; o al menos, dado que ya se ha producido esa conexión llamativa, merecería utilizarse más al servicio de una causa que dista mucho de estar resuelta. En más de 70 países se persigue aún la homosexualidad, lo que significa que los homosexuales padecen, por el mero hecho de serlo, situaciones personales trágicamente próximas a las de Alan Turing. Y en la mayor parte del resto del mundo, a la manzana de la igualdad de derechos le sigue faltando un pedazo; y/o sigue habiendo mentalidades empeñadas en quitarle mordiscos más o menos profundos.
El hueco faltante, aunque tiene distinta forma según las legislaciones, siempre se acaba concentrando en la posibilidad o no de contraer matrimonio, de formar una familia y de acceder a la adopción en las mismas condiciones que las parejas heterosexuales. El debate siempre se atasca o se escora en esos puntos. No sólo, en mi opinión, porque la estructura familiar sea unos de los pilares de la organización de nuestras sociedades; sino porque para dar ese paso, para completar de una vez la manzana de los derechos del colectivo gay, la sociedad tiene que cambiar radicalmente no tanto de perspectiva como de actitud. Pasar de la tolerancia de todas las opciones sexuales -tolerancia que es pasiva, un simple dejar estar y expresarse, un elemental no reprimir- a la experiencia político-real de la multisexualidad. O lo que es lo mismo, de la teoría contemplativa a la práctica activa del respeto de esa pluralidad.
El Gobierno presentará pronto el proyecto de legalización del matrimonio gay. Se planteará entonces, en serio, el debate sobre si a esa manzana igualitaria hay que quitarle o no el bocado esencial de la adopción. Personalmente estoy a favor del fruto entero; no le encuentro sentido a mantener esa última discriminación, o no más sentido que el de la contradicción, antes apuntada, entre la teoría que no compromete y la exigente obra del respeto.
Y tampoco les encuentro demasiada lógica a las objeciones más frecuentes "en favor de los niños". Que la familia convencional no garantiza la felicidad lo sabe todo el mundo. Que tampoco es sinónimo de seguridad lo prueban fenómenos tan lamentables como la violencia doméstica. No es el modelo sino la calidad familiar -la profundidad del afecto, la fluidez de la comunicación, la solidez del proyecto- la que hace que los niños se desarrollen plenamente. Y creo que la protección de la sociedad no debe concentrarse en negar ciertas familias sino en contribuir a que todas sean aceptadas y representadas como normales (en los libros de texto, en los medios de comunicación, en los discursos). Y en dedicarles a las nuevas no la acidez de la fruta prohibida, sino las razones de la fruta madura, la que cae por su propio, legítimo, peso.
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