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VIAJE DE CERCANÍAS
Columna
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La última cena

No es recomendable venir aquí habiendo leído recientemente Hormigón, la novela de Thomas Bernhard en la que el escritor austriaco relata su opresiva experiencia en Mallorca. Pero si ya ha transcurrido algún tiempo, y has olvidado los peores momentos de esa obra, una visita aunque sea rápida a las hormigoneras de Benidorm puede resultar entretenida. Insisto, no obstante, en que lo mejor es adentrarse en riguroso ayuno literario. A menos que se opte por fantasear que Benidorm es un Cancún sin enchiladas ni mordidas policiales. Pero todos sabemos que Benidorm es Benidorm, como el sol es el sol, y Zaplana sigue siendo Zaplana. En plena crisis de ocupación turística, Zaplana se lava las manos como los bañistas se lavan los pies para quitarse la arena de la playa.

Los turistas siguen paseando en cueros y cuando entran en una tienda todavía salen de ella con menos ropa de la que llevaban puesta

Benidorm se lanzó aún más al mercado de las grandes oportunidades. Los anuncios de vallas y farolas a la sombra de los rascacielos, junto con las emanaciones de monóxido de carbono de un tráfico de ciudad, marean más que los bañistas que se tuestan al sol hasta carbonizarse por el procedimiento tradicional: vuelta y vuelta. Una flecha orienta hacia el sex-shop detrás de Pizza Hutt. ¿Qué irá antes, el bocado o el pecado? Otro aviso implora que visites Terra Mítica hoy mismo, antes de la declaración de quiebra definitiva. Pero también te tienta Mundomar y Acualandia. Y un minigolf. Y los payasos de un circo, como si esto ya no lo fuera. Es decir, la oferta variada de diversiones, fiestas y festivales sigue en pie entre muchos otros carteles que, asomados a las ventanas de los apartamentos como desesperados suicidas, gritan ¡se alquila!, ¡se vende!... o de lo contrario nos arrojaremos al vacío. Todo esto en primera línea de playa.

Aunque las rebajas alcanzan en ocasiones el 60% los comercios siguen vacíos. Se regala calzado y toda clase de atuendos, pero los turistas siguen paseando en cueros y cuando entran en una tienda todavía salen de ella con menos ropa de la que llevaban puesta. ¿Vinieron a vender o a comprar? Pese a todo, la manita que te rasca la espalda, el burro de toda la vida, el palmito matamoscas y el todo a 0,60 euros (antes a 100) aguantan mejor la crisis que la hostelería pura y dura.

Nos deslizamos por un pasadizo que desemboca en el Carrer de Pérez Llorca, un poco a lo que venga, sufriendo el pedorreo de máquinas de aire acondicionado y los habituales orines y desperdicios urbanos hasta dar con un Bazar donde el dependiente ofrece una patera que es una bicoca. Y si no te interesa puedes llevarte una botella de agua mineral. Botella en la mano sorteamos un sinfín de tatuados y llagados a conciencia. ¿Quién rehusará un melanoma ibérico, con denominación de origen mediterránea, sin cargo alguno? El cáncer de piel es la mayor ganga, y en este vasto campo de concentración solar, los vigilantes de salvamento, encaramados en sus torres, se parecen mucho a los guardias de Guantánamo. Si un bañista intentara fugarse, ¿qué ocurriría? No conviene preguntar. El horno no está para bollos.

La mayoría de los restaurantes de primera línea ofrecen un menú de 9 euros con derecho a tres platos, siempre idénticos. Tendrían que indagar los expertos si el hecho de que estén todos los abrevaderos vacíos se debe en parte a ese tedioso mimetismo gastronómico: ensalada, paella y/o escalope o pescado de la bahía.

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El encargado de Mama mia dice que hagas lo que hagas la cosa no puede ir peor. Este hombre, con la bandera española en el bajo vientre del mandil, detiene a los peatones en la Avenida del Mediterráneo con la carta, igual que el personaje bíblico Josué cuando alzó un palito para parar el sol. ¡Alto! ¡Stop! ¡Halt! ¡De aquí no pasa nadie sin tragarse un salpicón de marisco! Pero ni por esas: "Ya ve, son las 2 de la tarde y tenemos un solo cliente, y por favor que no se me vaya en un descuido", dice aterrado. Pero, ¿será un auténtico cliente o un inspector de Hacienda? "La gente no tiene un duro, van con la bolsita de Mercadona a la playa, pan, una lata de atún y su refresco. Y la noche no nos salva del desastre. No sabemos qué ha pasado".

Por todas partes se ven locales en venta, traspaso o sencillamente cerrados. Algunos se defienden mejor aunque pocos cantan victoria. El hotel Sol (tres estrellas) sirve por 7 euros un bufé libre a base de potaje de patatas y carne, paletilla de cordero y/o lenguado con guarnición, crepes rellenas, ensaladas variadas, pan, vino y postre. Pero disponen de habitaciones libres. Las que usted quiera. Y lo mismo ocurre en el hotel Les Dunes. Y eso que en el primero, te dan cama, ducha y pensión completa por 60,25 euros. ¿Más descuento? Imposible. Es la línea de flotación.

Un dibujo en la Asociación de Jubilados, que está en la calle del Pintor Lozano, muestra a un mendigo que dice: "Yo también hacía descuentos". No hace falta decir más. El local es agradable. Hay mesas bajo un emparrado. Se juega al dominó de 13 a 18 horas. El edificio, de dos plantas, es antiguo y conserva todo su carácter. "Cuando Benidorm era un pueblo hace 50 años las casas eran así, pero se acabó", comenta un cliente.

La joyería Amsterdam sacó o a la calle el oro. Puso vitrinas en la acera de la Avenida del Mediterráneo. Es el último intento: "Nuestro gold line antialérgico está muerto de risa, y a precio de fábrica". Algunas piezas fueron rebajadas tres veces. En el escaparate ya se ven esos papeles marrones pegados al cristal.

A la altura de la avenida de Madrid, en la playa de Levante, un local de bicis enanas y otros artefactos colgó el rótulo de se alquila en la fachada. "Haga una oferta razonable y se lo queda usted", dice el propietario del negocio. Añade que ya son demasiados años de lucha para tener que aceptar ahora una derrota. ¿No retiramos las tropas españolas de Irak?. Pues lo mismo. "Si el patrón paga mal al obrero, el obrero no viene. Y el patrón tampoco. Así de claro".

En la playa podemos admirar una escultura de arena enorme y muy bien hecha: Jesucristo rodeado de los apóstoles en la Ultima Cena. El menú no puede ser más austero: pan y vino. Y la oportunidad del motivo parece profética, o tal vez providencial. Sí, la última cena. No conviene olvidarlo. Lo que le sigue -para qué extendernos- es el Calvario.

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