Camps vence, pero su batalla sigue
Nada de cuanto está ocurriendo en el PP valenciano puede sorprendernos. Si acaso, la virulencia de algunos enfrentamientos personales que contrastan con las buenas formas habituales entre gentes educadas, bien avenidas hasta ahora y presuntamente saciadas con la cuota de poder per cápita de que disfrutan. Pero resulta obvio que un virus agresivo de la discordia ha penetrado en el tejido del partido y será prodigioso que la bronca no acabe con afrentas irreversibles, pues tal es el enconamiento que se ha constatado en el trámite que se desarrolla para elegir a los compromisarios que han de acudir a Madrid en octubre para aclamar sin fisuras a Mariano Rajoy. El problema no está allí.
El problema está aquí y, como es sabido, consiste en el enfrentamiento entre las huestes de Eduardo Zaplana y el mismo presidente Francisco Camps, que se resiste a ser rehén -o eso afirman sus parciales- de quien le eligió y aupó al cargo mediante el acreditado procedimiento del dedazo. Es muy probable que el ex molt honorable se haya arrepentido estos meses últimos de la elección que un día hizo creyendo que su patrocinado reunía, entre otras cualidades, la docilidad y capacidad integradora de todas las facciones que coexisten en el partido, aunque éstas no hayan necesitado coruscar o destaparse hasta el momento.
La batalla, repetimos, está aquí y todos los indicios delatan que el presidente Camps se ha llevado el gato al agua. Ha ganado sobradamente en Valencia y Castellón, rebañando un altísimo porcentaje de compromisarios en la plaza fuerte del zaplanismo que es Alicante y su provincia, donde ha movilizado adhesiones partidarias y corporativas tan valiosas como imprevistas. Tampoco había que ser profeta para prever el desenlace, pues es evidente que el poder imanta y el poder está en la Generalitat. Por lo contrario, Eduardo Zaplana cotiza a la baja. Otro gallo cantaría si todavía cortase el bacalao en La Moncloa o en la calle de Génova, sede central del PP. Y aún así, algunos de cuantos han desertado de sus filas estos días se desvelarán sobresaltados con la pesadilla de que el líder ha regresado y les ajusta cuentas.
Pero no olvidemos que solo estamos en el primer asalto de este combate que presuntamente ha de cerrar el contencioso en el congreso regional del PP a celebrar a finales del año en curso. Desde este momento hasta las aludidas calendas, el jefe del Consell, que será legitimado entonces como presidente del partido, habrá de recomponerlo, integrando o amansando el sector discrepante, que no es poca cosa, precisamente. Por lo pronto, suman dos de las tres diputaciones valencianas, varios consejeros, altos cargos orgánicos y la mayoría -hasta ayer mismo, al menos- del grupo parlamentario popular en las Cortes, por no citar a los militantes de base resistentes al beaterío y al peligro de que éste recupere, de la mano de Camps, antiguas cotas de influencia. En la derecha también hay tipos así. Añadamos a lo dicho la necesidad de ubicar a la nueva clientela -Antonio Lis, por ejemplo- que ha salido muy brava del armario rompiendo lanzas por el ganador in pectore.
En todo caso, esta es una confrontación de lealtades -en el mejor de los casos- y de intereses. Nada parecido a la pugna de ideologías o de proyectos. Ni siquiera significa, como diagnostica la consejera Alicia de Miguel (¡vaya cacicada electoral la cometida con esta dama!), "dos maneras distintas de entender el PP". Y si mucho se nos apura, el meollo del conflicto se reduce a repartir la tarta sin ensañarse con el zaplanismo declinante. A eso es a lo que se le llama integración y a lo que ha de aplicarse el presidente Camps si quiere conjurar el riesgo de que le presenten una candidatura alternativa en el anotado congreso regional pendiente. También ganaría el lance por las razones anotadas, pero no sin dejarse pelos en la gatera. Esto es, sin salir chamuscado.
Resulta temerario pronosticar que este partido, el PP valenciano, ya no será la formación obediente y exultante que fue bajo el amparo de Zaplana. Habrá que esperar a que cierre su actual crisis, supere la convalecencia y consolide el liderazgo. Puede tomarse su tiempo: no hay moros en la costa ni oposición que le hostigue.
EL ALCALDE DE RELLEU
El municipio de Relleu fue elegido para instalar en su término un centro al aire libre para la aclimatación y residencia de chimpancés. Armonizaba con el carácter rural del entorno, conllevaba un atractivo turístico singular, la primatóloga Jane Goodall garantizaba el proyecto, estaba financiado por Holanda y contaba con todas las bendiciones oficiales, incluida la del Ayuntamiento. Ahora, el alcalde del pueblo, Santiago Cantó, diciendo digo donde antes dijo Diego, frena la iniciativa y se suma a la manada de ediles que rinde culto al adosado. Quizá favorezca a un promotor, pero no al vecindario ni al país.
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