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El alcalde asfalta el último tramo adoquinado del paseo del Prado

Tierno Galván lo mandó colocar en 1982 para realzar el museo

El penúltimo bastión adoquinado de Madrid ha caído víctima del asfalto. Este tramo del paseo del Prado se ubicaba en el entorno de las Cuatro Fuentes y frente al museo. El Ayuntamiento argumenta que ha tomado la decisión de asfaltarlo a causa de las protestas de taxistas y conductores, que se quejaban de que la amortiguación de los coches podía dañarse. Los adoquines cubrían esta parte del paseo desde 1982. El alcalde socialista Enrique Tierno Galván ordenó colocarlos para crear un ambiente más tranquilo ante el Museo del Prado.

Salvo en el área del Palacio Real y en raros enclaves callejeros donde aún se mantiene encastrado algún tramo de raíl de tranvía, como en la Ciudad Universitaria, no quedan ya en la ciudad vestigios de esa forma de pavimentar las calles. El trecho del paseo recién asfaltado databa de 1982.

"No estaba protegido", aclaran desde el Ayuntamiento de Madrid. "Pedimos un informe a la Dirección General de Patrimonio y nos respondieron que podíamos asfaltarlo, ya que no estaba declarado Bien de Interés Cultural. Fue Tierno Galván quien lo colocó en 1982. De todas formas, con el objeto de no dañarlo y por si algún día se cambia de opinión, el adoquinado no ha sido levantado. Sobre él se ha colocado una malla que lo protege", señalan fuentes municipales.

Ese pavimento fue instalado al tiempo que se desmontaba el paso elevado de Atocha, a comienzos de los años ochenta. Su colocación obedeció al propósito de mantener una pavimentación en torno al Museo del Prado que recordara a los automovilistas su paso ante un hito monumental de gran entidad y envergadura, junto a las Cuatro Fuentes.

"Que digan lo que quieran, pero era un tostón cruzar por ese trecho", refunfuña Ángel, un taxista cansado de sufrir en los bajos de su Mercedes el cruce sobre el adoquinado recién suprimido. José Antonio, barrendero del área del Prado, piensa de forma diferente: "Era bonito mantener un tramo de piedra así, que relucía con la lluvia, apenas se manchaba y hacía que los coches redujeran la velocidad al pasar frente al museo".

El adoquinado de Madrid se realiza mediante lo que el arquitecto y profesor de la escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, Javier G. Mosteiro, define como "aparejo ortogonal con junturas enfrentadas: la unión entre dos adoquines de una hilada nunca se corresponde con otra juntura en la hilada siguiente, ya que se alternan", explica. Su disposición se asemeja a la de los muros de los castillos.

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Cierta tosquedad

Mosteiro se refiere al adoquinado asfaltado en los siguientes términos: "Desde el punto de vista de su fábrica específica, se trataba de una obra de cierta tosquedad, pero su principal función no era la ornamental, sino que constituía más bien un recordatorio de la monumentalidad del Prado, que lo circundaba y una señal que demandaba allí reducir la marcha".

A juicio del arquitecto madrileño, "es muy de lamentar su desaparición, porque este amortiguamiento de la velocidad humaniza la vida ciudadana, mientras que el asfaltado de Madrid parece imponer un mensaje único: las calles son autovías".

Según subraya Mosteiro, "los adoquines procesan el agua de lluvia de una manera tal que refresca la calle y la limpia; además, los adoquines mantienen la identidad de cota de la calzada, a la que uniformizan, mientras que el asfalto va alterando en ascenso numerosas aceras de Madrid que sobresalen ya, de manera desmesurada, encima del firme de la calzada".

En cuanto a la señalización, el arquitecto, ironiza: "Los adoquines presentan la ventaja de ser enemigos de indicaciones de tráfico".

El Ayuntamiento mantiene que las protestas de los conductores eran constantes y que, por eso, tomó esta decisión.

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