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Columna
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La mala educación

¿En qué se conoce el verano? En que donde hubo curso hay cursos. Basta que se acabe el curso para que la enseñanza se lance a una desenfrenada carrera hacia los cursos de verano. No hay universidad, academia ni centro de estudios por correspondencia que no los ofrezca. Este año se están impartiendo cursos hasta en la cárcel, por más que los presos hubieran preferido del verano la playa.

Parece lógico que los profesores quieran viajar con el todo pagado para soltar unos bolos que además de lubricarles el bolsillo les inciensan el ego; lo que ya no está tan claro es que se peguen por asistir quienes tienen que pagarse el viaje a cambio de un poco de crédito y de pasarse las vacaciones tomando apuntes. ¿Será que los estudiantes de verano padecen agorafobia? Sé que no estoy haciendo amigos precisamente con esta forma de pensar y que estudiantes y profesores de verano se me echarán encima acusándome de resentido. Y tendrán razón: si me hubiera matriculado en unos cuantos cursos de verano no habría acumulado tanta insuficiencia intelectual. Porque se nota. Con unas cuantas lecciones veraniegas de partidología estaría al corriente de frases como ¡al suelo, que vienen los nuestros!, y no me extrañaría tanto que en los partidos predomine la ambición a la camaradería o que se promocione a los aparateros en lugar de a los buenos.

Con un cursillo de peneuvólogo podría haber entendido por qué Egibar se la quiere jugar a Imaz nombrando concejales a militantes de la izquierda abertzale, esa misma que le hizo la ola -para ahogarle- cuando salió elegido alcalde en Lizartza. También sabría por qué Imaz negocia con Otegi, pero no puede admitir que los de Otegi saquen otra tajada que la de no verse todavía disueltos como Sozialista Abertzaleak. Si fuera congresólogo podría comprender por qué los socialistas decidieron unánimemente marcarse la Constitución como límite de la reforma de los estatutos para que al día siguiente de acabar el congreso la facción catalana asegurase que el límite lo pondría la mayoría parlamentaria. Hay que ser un socialistólogo muy ducho para no sacar la falsa impresión de que los socialistas catalanes negociaron la redacción del acuerdo sobre la Constitución con la suficiente ambigüedad para poder impugnarlo, si no por la vía del recurso sí por la de la lectura interesada (y prevista). Desde luego, un socialistólogo como Dios manda no se echaría las manos a la cabeza por ello ni por el cambalache del sale Bono y sigue Montilla.

Hombre, con unos buenos conocimientos en noología podría haber asesorado humildemente a Zapatero sobre lo necesario que es a veces decir no. Y eso tanto dentro del partido, aun a riesgo de que ya no te consideren "una bendición de Dios" o de que no "vibremos en la misma onda", que dijo el portavoz del PSC Iceta, como también fuera del partido. Resulta un tanto extraño que, después de que el PSOE sostuviera la posición contraria, sea la facción vasca la que desempolve el asunto de los presos y la UPV cuando, de cumplirse los requisitos que apunta la Gallizo, afectaría sólo a un puñado de ellos. ¿Se estaría buscando un gesto simbólico del que extraer futuras ganancias electorales? El asunto es demasiado sensible como para enfocarlo sólo desde el punto de vista de la rentabilidad política. Como el del regateo del Cupo.

Después de haber reconocido que las peticiones nacionalistas sobre el Cupo eran injustas y su forma de apropiarse de los 32,5 millones en litigio, fraudulenta, ahora el Gobierno socialista quiere echar pelillos a la mar (pero no porque estemos en verano) pagando 29 millones en un contexto de no aceptación general del plan Ibarretxe (véase el Euskobarómetro) y con un 44% de los votantes nacionalistas pidiendo que Ibarretxe lo negocie con Zapatero. Claro, como uno sólo asistió a cursos de cienología en el Todo a Cien tiende a suponer que negociar desde una posición fuerte no suele ser malo, pero ya he decidido apuntarme, por si las moscas, a un curso de talantelogía.

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