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Tribuna:DEBATE | ¿Hay que apostar de nuevo por la energía nuclear?
Tribuna
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Insostenible e ineficaz

En julio de 2001, en la cumbre de Bonn del Convenio Marco de Protección del Clima, la energía nuclear quedó excluida de los mecanismos del Protocolo de Kioto, que regula las políticas y medidas para combatir el cambio climático.

Esta decisión supuso un varapalo para la industria nuclear, que había puesto sus esperanzas en exportar su tecnología a los países en vías de desarrollo al amparo de los mecanismos financieros previstos en este Protocolo. La puerta que vislumbraba para superar varias décadas de continuado declive a nivel global finalmente no llegó a abrirse.

Las razones de ese declive son bien conocidas. En primer lugar, la energía nuclear es peligrosa. La tragedia de Chernóbil puso punto final al debate sobre la seguridad de las centrales nucleares. En segundo lugar, la industria atómica no ha sido capaz de encontrar una solución satisfactoria al inmenso problema que supone generar residuos radiactivos cuya vida activa se cuenta en decenas de miles de años (un claro ejemplo de su insostenibilidad). En tercer lugar, la energía nuclear ha perdido la batalla de la competitividad económica en unos mercados energéticos cada vez más liberalizados. Vista la experiencia en EE UU, la prestigiosa revista Forbes calificó a la energía nuclear como "el mayor fiasco en la historia económica norteamericana". Asimismo, el Banco Mundial y otros bancos multilaterales no financian desde hace tiempo proyectos nucleares, por no ser una opción eficiente en coste.

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Abandonar la energía nuclear es una cuestión de voluntad política

Pero, si como hemos visto, hasta el Protocolo de Kioto considera que la energía nuclear no cumple los requisitos necesarios para ejercer un papel significativo en la lucha contra el cambio climático, ¿cómo debemos entender la reciente irrupción de artículos (algunos realmente contradictorios, como el de James Lovelock, creador de la hipótesis Gaia) a favor de un resurgimiento de la energía nuclear para hacer frente a este fenómeno?

Es un intento desesperado de supervivencia. Ante las escasas perspectivas de negocio, la industria nuclear se ha planteado dos objetivos. Por un lado, procurar a toda costa mantener en operación las centrales nucleares actualmente en funcionamiento, aunque éstas estén plagadas de graves problemas de seguridad, para lo cual le resulta indispensable conseguir la connivencia de los organismos reguladores (como es el caso en España con el Consejo de Seguridad Nuclear, organismo de dudosa independencia y opaco donde los haya, y necesitado de una profunda reforma legal). Presionando a la opinión pública y a los responsables políticos con el pretexto del cambio climático para que se construyan nuevas centrales, esta industria espera lograr que, al menos, no se cierren las existentes.

En segundo lugar, tratar de hundir cualquier intento serio de implantación de las energías renovables, su antítesis energética. Transmitiendo el mensaje de que no son rentables y que habrá que esperar muchas décadas para que estén disponibles. Propiciando políticas energéticas que minimicen la aportación de las renovables. Históricamente, acaparando el grueso de las inversiones en I+D en energía. "Energía nuclear hoy, energía solar mañana", la versión del lobby nuclear del "vuelva usted mañana" de Larra. A pesar de todas las dificultades, la energía eólica y la solar están tecnológicamente maduras.

Afortunadamente, la solución eficaz al cambio climático existe: un modelo energético sostenible cuyo eje fundamental sea las energías limpias (renovables y tecnologías de ahorro y eficiencia). Aplicadas en todos los ámbitos -generación de electricidad, transporte....- pueden lograr reducir de forma efectiva (incluso en términos económicos) las emisiones de CO2. Las inversiones dirigidas a promover la eficiencia energética son siete veces más efectivas que las dirigidas a la energía nuclear a la hora de evitar emisiones de CO2. Incluso obviando el incremento del riesgo de accidentes y del desvío potencial de materiales nucleares para usos terroristas, el aumento del volumen de residuos radiactivos, etcétera, sustituir a escala mundial todos los usos de los combustibles fósiles por energía nuclear sería prohibitivo desde el punto de vista económico, dados sus elevados costes (la construcción de una central de 1.000 megavatios ronda los 3.000 millones de euros). Sería imposible financiar económicamente una expansión masiva de la energía nuclear para combatir el cambio climático. Por el contrario, se estima que la transición a un sistema basado en energías limpias tendría un coste de menos del 5% del PIB, lo que, a la vista de los daños que presumiblemente ocasionará el cambio climático, sería perfectamente asumible.

La energía nuclear sólo ha sido capaz de sobrevivir en los países donde ha contado con fuertes subsidios estatales y con apoyo político cuando surgían los problemas financieros. Este ha sido durante mucho tiempo el caso de España, donde se han trasladado a la tarifa eléctrica (que pagamos los ciudadanos) todas las ineficiencias económicas de la energía nuclear: desde el coste de la minería del uranio hasta el de la gestión de los residuos radiactivos y el desmantelamiento de las instalaciones. Y aun así, las compañías eléctricas, que se mueven en un mercado liberalizado donde ya no existen moratorias nucleares de tipo político, no han solicitado la construcción de ninguna nueva central nuclear. Sin duda son conscientes de la enorme deuda que les provocó la construcción de las centrales nucleares existentes y los costes hundidos que ello generó (que también pagamos todos a través de la tarifa, bajo el concepto de "costes de transición a la competencia").

Abandonar la energía nuclear es una cuestión de voluntad política, no hay ningún problema técnico, energético o económico que lo impida. Es lo deseable desde la óptica ciudadana y medioambiental. El actual Gobierno socialista ha manifestado tener esa voluntad. Si de verdad el Gobierno desea crear un modelo energético sostenible que permita cumplir con los compromisos de Kioto, debe poner en marcha, cuanto antes, un plan de cierre progresivo de las centrales nucleares, empezando por las más peligrosas, como Garoña, e impulsar decididamente las energías limpias.

Carlos Bravo Villa es responsable de la Campaña de Energía de Greenpeace.

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