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Reportaje:EL POETA CUMPLE 100 AÑOS

Tres encuentros con el Rey Midas

Conocí tres veces a Pablo Neruda. La primera vez fue en los encuentros -irrepetibles- organizados por el poeta Gonzalo Rojas en la Universidad de Concepción, en 1962. Vinieron escritores de todo el continente iberoamericano. Neruda presidía como si acabase de salir del mar, un Neptuno en vacaciones. Patriarca de las tormentas, las apaciguaba con la lenta majestad de sus movimientos. La inteligencia irónica del ángel caído se disimulaba detrás de su mirada dormilona y sus párpados de tortuga. Parecía un animal sin tiempo. Podía ser tan vasto y anónimo como el océano. Podía ser tan largo y filoso como la tierra chilena que se cuelga como una espada entre el Pacífico y los Andes, del desierto de Atacama a la Tierra del Fuego.

Neruda tiene una magnífica página sobre lo real en literatura. "El poeta que no sea realista va muerto. Pero el poeta que sea sólo realista va muerto también..."

Neruda portaba a todas partes cuatro cosas. La tierra chilena en primer lugar: "... Nació un hombre entre muchos... y esto no tiene historia, sino tierra, tierra central de Chile...". El padre ferroviario: "Aunque murió hace tantos años / por allí debe andar mi padre / con el poncho lleno de gotas / y la barba color de cuero". Su madre murió un mes y medio después del nacimiento de Neruda. El niño veneró a la segunda esposa del padre, pero se negó a llamarla "madrastra": "oh dulce madre -nunca pude decir mamadrastra-... vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro...". Y la lengua castellana, la palabra: "... las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes, el idioma... Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Nos dejaron las palabras".

Versos del 'Canto general'

Que esas palabras eran de todos lo comprobé ese mismo año de 1962. El escritor chileno Poli Délano me llevó a la costa de Lota, donde el carbón se extrae de minas debajo del mar. Al salir del océano, al anochecer, los mineros se sentaron alrededor de una fogata a cantar con guitarras. Reconocí la letra: eran versos del Canto general de Neruda. Les dije que al poeta le gustaría saber que ellos cantaban sus palabras. "¿Cuál poeta?", inquirieron a coro. Tenían razón. La poesía de Neruda, como la de Homero, no tenía autor. Era, como dijo Croce de La Ilíada, "la poesía de un pueblo entero poetizante".

Creo que sin Neruda no tendríamos poesía moderna en Hispanoamérica. Sor Juana, Darío y mucho mérito, pero escaso genio, entre ellos. Y una lengua constantemente amenazada por discursos huecos y proclamas grandiosas, cortesías alambicadas y groserías banales. Neruda asumió todos los riesgos de la impureza, la imperfección y aún de la misma banalidad, con tal de bautizarnos de nuevo. Nos condujo a las zonas olvidadas de nuestra lengua. Nos liberó de las normas, de la exquisitez y el buen gusto formal. Nos enseñó a comer y a beber de nuevo. Nos obligó a mirar dentro de las peluquerías, cantarle a las alcachofas y mirar nuestros fantasmas en las vitrinas de las zapaterías. Nos sacó de los estériles jardines de nuestros Versalles literarios para arrojarnos al lodo de las alcantarillas urbanas y a la putrefacción de las selvas tropicales. Nos mostró nuestra desnudez en el desierto y nuestra altura en las montañas: "Piedra en la piedra, el hombre, ¿dónde estuvo?".

Esta pregunta recorre toda la poesía de Neruda. Las cosas no le pertenecen a todos. Pero las palabras sí. Las palabras son la primera y más natural instancia de la propiedad compartida. Escribir es siempre una comunión, aunque se debatan las maneras de recibir la hostia. Neruda tiene una magnífica página sobre lo real en literatura. "El poeta que no sea realista va muerto. Pero el poeta que sea sólo realista va muerto también... Para tales ecuaciones no hay cifras en el tablero, no hay ingredientes decretados por Dios ni por el Diablo, sino que estos dos personajes importantísimos mantienen una lucha dentro de la poesía, y en esta batalla vence uno y vence otro, pero la poesía no puede quedar derrotada" (Confieso que he vivido).

Neruda también usó las palabras políticamente y no siempre estuve de acuerdo con él. Sus conflictos con escritores de su generación fueron amargos, pero con nosotros, los escritores que él conoció cuando éramos jóvenes, Neruda siempre fue generoso, abierto, inteligente, dialogante. Porque cuanto nos unía era incomparablemente mayor que lo que nos separaba. Nuestras novelas se escribieron bajo el signo de Neruda: darle un presente vivo a un pasado inerte, prestarle una voz actual a los silencios de la historia. Esta raíz genésica era a todas luces superior a nuestras discrepancias acerca de la forma que queríamos para el futuro. Neruda nos dijo a todos: Si no salvamos nuestro pasado y lo hacemos vivir en el presente, no tendremos futuro alguno.

El trabajo del escritor, a la vez solitario y solidario, tarea de soledad indispensable y de comunidad anhelada, recorre un camino amplio, pero lleno de pequeñas piedras. Esos pedruscos se llaman la envidia y Neruda la provocó como pocos. Incluso un enano amargo lo perseguía de presentación en presentación para atacarlo -fue hasta Oxford cuando Pablo recibió allí un doctorado-. Neruda confesó que posiblemente "alguna vez me irritaran esas sombras persecutorias... Cuarenta años de persecución literaria es algo fenomenal. Con cierta fruición me pongo a resucitar esta solitaria batalla que fue la de un hombre contra su propia sombra, ya que yo nunca tomé parte en ella". Sabia lección contra todas las pedradas de las cabezas de piedra: "La verdad", escribe Neruda, "es que cumplían involuntariamente un extraño deber propagandístico, tal como si forzaran una empresa especializada en hacer sonar mi nombre".

La muerte del poeta

Los pigmeos son chinches. Pican y desaparecen. Los gorilas, en cambio, asesinan y duran. Éste es mi tercer encuentro con Neruda: la muerte del poeta, muerte simultáneamente física y política, pues tuvo lugar días apenas después del golpe del infame traidor Pinochet y de la muerte de un político demócrata y leal, Allende. No olvidemos, en estos tiempos de hegemonía imperial, que el Gobierno de Nixon intervino activamente para destruir lo mismo que decía defender: un régimen democráticamente electo, el de la Unidad Popular en Chile. Por eso también, en este aniversario de su nacimiento, Neruda resucita para recordarnos que no sólo fue dueño de las palabras que escribió, porque Neruda no es Neruda, es todos los hombres: es el poeta.

El poeta no es. Se hace. Nace después de su acto, el poema. El poema crea al autor. En las fechas hermanas de su nacimiento y de su muerte, la poesía de Neruda regresa como una promesa de libertad genésica. Regresa como desierto y mar, montaña y lluvia. Como en el principio, su poesía vuelve a llamarse Temuco, Atacama, Machu Picchu.

Pablo Neruda fue el rey Midas de la poesía. Tocó todas las palabras y las convirtió en oro.

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