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Columna
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Aragón

Una de las mejores noticias para la Comunidad Valenciana ha sido la mejora sustancial de sus comunicaciones con el norte peninsular a través de Aragón. La célebre autovía Sagunto-Somport, que debía estar acabada hace muchos años, sigue teniendo complejo de Guadiana, porque aparece y desaparece en un recorrido interminable de ineficiencia. En este caso, el anuncio de un tren de velocidad alta contribuirá a solucionar el problema. Zaragoza y Valencia estarán más cerca.

Para entender su conveniencia, que ya es necesidad imperiosa, únicamente hace falta trasladarse por carretera desde el País Vasco o Navarra hasta el litoral mediterráneo. Baches, desvíos y carreteras impropias del siglo XXI conectan las capitales aragonesas con Valencia y Alicante. No se trata de recurrir al victimismo, sino de exponer una realidad que clama al cielo.

Aragón y la Comunidad Valenciana han tenido históricamente una vinculación tan profunda que difícilmente se podría explicar la existencia y la evolución de una comunidad autónoma sin la otra. Lazos históricos, económicos y culturales, junto con los inevitables flujos migratorios y sus consecuencias sociológicas, han configurado una interdependencia que nadie se explica a partir de las deficientes infraestructuras de comunicación.

Con unas carreteras pésimas y conexiones por ferrocarril incalificables, Teruel, Zaragoza, La Rioja, Navarra y todo el resto del norte peninsular han tenido que hacer un esfuerzo encomiable para aproximarse al Mediterráneo. Y todo esto ha ocurrido durante demasiados años y en períodos de gobierno de distinto signo. No es el color ideológico de quienes mandan lo que ha impedido la solución del problema. En la motivación de este desgobierno podemos entrever la eterna cuestión de los desequilibrios hispanos en materia geopolítica. Y esto ha provocado un perverso orden de prioridades.

Durante muchos años todo ha sido radial en España: la red ferroviaria, los trazados de carreteras y las rutas aéreas cuentan con evidentes pasillos que nos obligan a pasar por Madrid. Esta rigidez en la concepción de las comunicaciones nos ha costado muy cara en falta de vertebración, en tiempo y en dinero. Clemenceau decía que los franceses también tenían derecho a no ser de París y a los españoles nos ocurre lo mismo con Madrid. Ya es bastante que la gran política estatal se cueza en Madrid, donde han ido a parar dos de los ex presidentes de la Generalitat Valenciana -Joan Lerma y Eduardo Zaplana-, primero para ser ministros y desde hace unos meses, para actuar de portavoces de sus respectivos partidos, uno en el Senado y otro en el Congreso. Es una aportación notable y el fiel reflejo del magnetismo que ejerce la capital de España sobre las políticas periféricas.

Todas estas novedades van a ser fructíferas porque, además de responder a una antigua reivindicación, pueden tener el efecto benefactor de aproximar definitivamente la economía, la sociología y la cultura de valencianos y aragoneses, con unos resultados imprevisibles. Aragón por fin existe y la Comunidad Valenciana va a tener la ocasión de corroborarlo.

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