Venecia escondida tras una máscara
LA CIUDAD EXISTE fuera de la realidad que inútilmente procuran atrapar los caminantes que deambulan por canales y puentes, munidos de cámaras fotográficas. Existe, extraña a los mercaderes que pululan ofreciendo por las callejuelas en postales y toda suerte de maravillas el aproximado juego de abalorios que capta su existencia. Existe sólo para unos elegidos.
Tal vez se encuentre en el abrazo de los jóvenes amantes que se besan apoyados contra un puente. No encontraremos nunca su espíritu si sólo lo buscamos en las galerías y museos, en las iglesias y plazas. Allí está la apariencia, el reflejo que ofrece al ávido viajero, engañado con los atavíos que ha ido perdiendo a lo largo de los siglos. Amantes olvidados, momentos de placer o coquetería galante que se lleva el soplo de la brisa.
Quizá se esconda en los nombres de las calles, en las esquinas de desconchadas ventanas o pequeñas hornacinas con imágenes borrosas. La presentimos por primera vez con fuerte intensidad al cruzar el viejo puente que conduce a un adormecido palacio; frente a él, del otro lado del canal una tienda ofrece en grandes vidrieras disfraces de la comedia dell'Arte. Suntuosos ropajes, botas altas, chapines de seda recamados en pedrería, sombreros, joyas falsas, broches y condecoraciones.
Atisbamos y tras los cristales surge un mundo mágico. Colgados en filas interminables penden los fantasmas de la gloria efímera, el boato galante, el juego de las máscaras. ¡La máscara! Espíritu gozoso de Venecia. Señorea única sobre todas las otras presencias. Es el acaso, lo imprevisto, la sorpresa y el riesgo. Con ojos de cuencas vacías y gesto hierático aparece, con austera simplicidad o adorno profuso, recamada de plumas, cubierta de encajes o lentejuelas, con pico de pájaro, como luna o sirena, con gesto de muerte o de farsa o tragedia. Nos mira desde los ángulos de la ciudad. Los verdaderos habitantes de la ciudad no se ven. Son tan antiguos como sus muros, existen desde hace siglos, viven en el fondo de sus marchitos palacios, nos miran sentados en tronos y escabeles tocados con trajes opulentos pintados por Tiziano. Venecia es un sueño. Soñemos atrapados en su sortilegio.
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