Una estrella en Berlín
Una espabilada chica de la calle que aspira a ser una mujer independiente y de éxito, "una estrella", justamente en la época de la gran depresión económica, escribe un diario, con juvenil torpeza y "lenguaje auténtico": "Me he comprado un grueso cuaderno negro y he pegado en la tapa palomas blancas recortadas. Me gustaría comenzar así: 'Me llamo Doris, bautizada y nacida cristiana. Corre el año 1931'. Mañana continuaré". En la Alemania del año 1931, seis millones de parados están en la cuerda floja y Doris no está disfrutando precisamente de una juventud dorada: de mecanógrafa de un baboso abogado, pasa a figurante de teatro, donde acabará robando un abrigo de marta cibelina. Porque Doris tiene muchos pretendientes, pero, sabiendo que "los ideales" no abrigan, sólo se enamora del marta cibelina. Y con el robo se inicia una fuga vertiginosa hacia delante que a la futura estrella inicialmente le parece una aventura de cine, simplemente porque la conduce de su ciudad de provincias a las deslumbrantes calles de Berlín: "Deseo escribir como si todo fuera una película porque mi vida es eso y lo será todavía más".
LA CHICA DE SEDA ARTIFICIAL
Irmgard Keun
Traducción de R. Pilar Blanco
Minúscula. Barcelona, 2004
173 páginas. 13,50 euros
No extraña que esta especie de novela picaresca moderna, tan fresca e inteligente, confirmara en 1932 la popularidad de su jovencísima autora, Irmgard Keun (Berlín, 1910-Colonia, 1982), que un año antes había arrasado con su primera novela Gilgi, una de nosotras. El desparpajo verbal del estilo coloquial (reproducido con soltura por Rosa Pilar Blanco), el corrosivo humor autoirónico de la protagonista, junto a la técnica narrativa de los flashes cinematográficos, que iluminan escenas sueltas y macizas del ocaso de la República de Weimar, no han perdido nada de su atractivo.
Sin embargo, La chica de seda artificial
-cuyo apodo evoca la exaltación de la modernidad industrial del momento, a la vez que el desengaño con la misma- no refleja la gloriosa metrópoli de los "dorados años veinte", sino el Berlín de los tugurios sórdidos, de los bohemios famélicos y de las prostitutas matadas a golpes. A través del sencillo discurso de la jovencita trasluce el verismo social del Alfred Döblin de Berlín Alexanderplatz, del que la presente novela se podría considerar la pareja femenina. Irmgard Keun supo dotarla de ligereza y gracia sin caer en trivialidad. Su blanco de burlas son la hipocresía moral y el materialismo feroz de la pequeña burguesía. Tan simples como eficaces resultan los contrastes que se describen de los distintos ambientes urbanos: el esplendor de los bulevares se confronta con los malos olores de los pisos estrechos, la desenfrenada vida nocturna con la omnipresente indigencia callejera. Y es que a sus dieciocho años Doris dispone de un sobrado conocimiento de la vida en general y de los hombres en concreto.
La burla es lo que menos se perdona. Irmgard Keun, que los padeció en su propia piel, se burló no sólo del machismo y del antisemitismo de sus contemporáneos, sino del Führer y sus partidarios cuando ya estaban en el poder en Después de medianoche (Minúscula, 2001). En 1933 sus libros fueron prohibidos; en 1935 tuvo que exiliarse; hasta principios de los ochenta nadie se acordó de su obra. La editorial Minúscula ha tenido el acierto primero de incorporarla en su colección de autores de entreguerras y ahora de reincidir con esta novela deliciosa.
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