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VISTO / OÍDO
Columna
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La crítica

Alguna rara vez las críticas de Ángel Fernández-Santos me han producido un efecto paradójico: no ir a lo que le gustaba, ir a lo que él rechazaba. Supongo que pasa lo mismo con las mías de teatro, o eso desearía yo: que la información sirviera para que el espectador decidiera en libertad. En mi caso, considero que son una parte del periodismo y no del medio que examinan: no soy un hombre de teatro, soy un periodista, un escritor de periódico. No soy político, pero ejerzo una crítica rara de televisión en la cual hablo de la política, y de la vida, que veo en casa. Las transgresiones son cosa de esta escritura de periódico, y no se suele comprender. La idea del periódico al servicio de la patria, o del Gobierno, o de Dios, es una pura entelequia y un sueño de tirano.

En el régimen anterior a la transición era una doctrina obligatoria. En éste, cada poder trata de conseguirlo para sí mismo. "Hay que ayudar al cine", dicen, porque es una cultura en peligro. Hay que ayudar al espectador, dice el crítico, a que no acepte como cultura cualquier cosa subvencionada o no: ayudarle es informarle. Una gran actriz me dijo que se podía aceptar lo que yo dijera, pero lo malo es que podía quitar público; respondí que se trataba de eso, de informar al público de si debía ir a ver algo que podía idiotizarle más que ilustrarle. Claro que una cultura de lo idiota se atribuye desahogadamente a la televisión, como si yo no hubiera asistido a los folletines que se repartían cada semana; a las canciones perfectamente imbéciles y, al cine español de posguerra que, como todo lo de posguerra -salvo excepciones- estaba destrozando la cultura. Y la política. Donde no llegaba el garrote llegaba la censura. "Anastasia", se le había llamado antes: en tiempos en que estaba prohibido su nombre. Como llamaba a Alfonso XIII "Llapisera" (Javier Castañón, un torero cómico), para burlar a "Anastasia". Cosas no tan infantiles, puesto que ayudaban a la transgresión por encima de la prohibición. Hoy la transgresión es más fácil; hay que tener cierto espíritu para defenderse de lo "políticamente correcto" o del "pensamiento único": el que indica qué torero, qué teatro, qué cine, qué escaño, qué bandera o qué himno, deben estar en el Noli me tangere. No hay nada ajeno a la crítica; no hay opinión que no se pueda debatir.

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