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Columna
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Ahora sí

El sábado pasado se celebró la ya tradicional Manifestación por el Día del Orgullo Gay. Más de un millón de personas llenaron el centro de Madrid. El cambio de itinerario, que sustituyó la calle de Alcalá por la Gran Vía y la Puerta del Sol por Callao, provocó desconcierto en el avance de la multitud, un desorden en la cohesión física del recorrido. Fue una marcha deslavazada, con rupturas de ritmo. Y, sin embargo, lejos de significar esto que algo de su organización fallara, en ese desbordamiento multitudinario parecía residir el triunfo de su causa: las filas prietas de las reivindicaciones daban paso a su libre extensión, y daba igual que en Gran Vía se produjeran parones, porque en Callao no se cabía cuando aún muchos no habían podido arrancar en la Puerta del Alcalá. Daba igual, porque eso, precisamente, las calles adyacentes ocupadas y los barrios vecinos inundados y los carriles inútilmente vallados, era lo que venía a confirmar que "Ahora sí", el lema de la marcha.

Fue una manifestación histórica, porque el momento lo es. Tras décadas de lucha por la igualdad de todos ante la ley, el Gobierno de Zapatero ha recogido en sus planes el contenido de la reivindicación de gay, lesbianas y transexuales, de esa realidad social que ha quedado de manifiesto una y otra vez en los últimos años, y definitivamente, el pasado sábado: que más de un millón de personas salga a la calle ya no es una contestación, sino algo incontestable.

El sentimiento que produce es el de estar asistiendo a un auténtico cambio. Ahora sí. Mientras veía a tanta gente libre, tranquila y contenta, yo me imaginaba que dentro de unos años, dentro de unos siglos (si es que quedan siglos de historia por delante) alguien explicaría así el origen de una celebración popular convertida en las fiestas de Madrid por excelencia: "Hubo un tiempo en que las personas no eran iguales ante la ley, un tiempo en que existía una discriminación a causa de la orientación o de la identidad sexual, y algunos crearon un movimiento de defensa de esos derechos, y poco a poco esa protesta fue creciendo hasta convertirse en un clamor pacífico y alegre que hubo que oír y que acabó siendo esta gran fiesta...". Porque la historia, como tantas veces a costa de tanto esfuerzo, nos está dando la razón y, si nada lo impide (y no imaginamos qué pudiera ser), en pocos meses habremos alcanzado una gran parte de los objetivos de esta lucha.

La historia, por el momento, ha puesto donde merecía a muchos de los actores políticos de esta escena. Mientras los ya viejos líderes de la homofobia criminal (ha habido mucha tortura, mucho suicidio, mucha persecución, mucha burla, mucho sufrimiento, señor Aznar, señora Botella, señores de la derecha sin corazón) languidecen en un ostracismo enrabietado, el arduo camino del activismo ha conducido a Pedro Zerolo, líder del movimiento gay y concejal del Ayuntamiento, a la ejecutiva del partido en el poder. Su triunfo es el de la justicia y los derechos humanos.

Gracias a él puede ya deslavazarse la manifestación hasta ocupar todo el territorio de la libertad ("Hay que luchar para dejar de luchar y estamos alcanzando el sueño que deseábamos. Evidencia que se puede lograr un mundo diferente con esfuerzo e ilusión", ha dicho Zerolo; gracias a él, que permanecerá alerta para que no tengamos que apretar las filas nuevamente, pero seguiremos haciéndolo hasta la total consecución de las reivindicaciones transexuales: "Estaré pendiente de que se cumplan los plazos previstos por el Ejecutivo para sus nuevos proyectos: los matrimonios entre homosexuales, el derecho a la identidad sexual y que la sanidad pública costee las operaciones de cambio de sexo").

Pero no sólo Zerolo. Por ceñirnos únicamente a Madrid, hay que dar las gracias también a Beatriz Gimeno, presidenta de la FELGT; a Arnaldo Gancedo, presidente del COGAM; a Boti García Rodrigo, que lo fue durante años; a Carla Antonelli, líder del movimiento transexual. Y a Mili Hernández y Mar de Griñó, que crearon y mantienen la librería gay Berkana; a Miguel Ángel López, director de la revista Zero; a Alfonso Llopart, director de la revista Shangay.

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A muchos otros que no hay espacio para nombrar. A todos sus equipos. Y a tantas personas anónimas que luchan por una sociedad plural y hacen historia llenando las calles de Madrid. Ahora sí que hay que celebrar. Ahora sí.

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