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Columna
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Guerra Mítica

No sé si el presidente Camps, empeñado en ponernos esferas armilares y otras bolas emblemáticas, ojea la selección del New York Times que aparece los jueves en este periódico. Pero por si acaso se lo recortan y se le ocurre transformar la Ruina Mítica de Zaplana en Guerra Mítica, convendría que reflexionáramos sobre lo publicado en una de las últimas ediciones.

Búsqueda sin fin de emociones perfectas. Caramba, la frase se las trae. Parece sacada del Camino de Monseñor Escribá de Balaguer, o una boutade del 68, que declaraban el estado de felicidad permanente. Pero no, era el titular a cinco columnas que abría esta exótica selección del New York Times que no sé por qué me recuerda las del Rider Digest que ojeábamos de niños. Búsqueda sin fin de emociones perfectas. El reportaje iba sobre los llamados cazadores de tornados, unos tipos dispuestos a pagar miles de dólares por meterse literalmente en el ojo del huracán. Acompañaban a este artículo un par de reseñas sobre las novedades más escalofriantes de los parques temáticos norteamericanos, una crónica sobre juegos de guerra y otra sobre un nuevo deporte de aventura que lleva por nombre "planchado extremo" y que consiste en algo tan cotidiano como planchar camisas mientras se practica algo no tan habitual como la escalada en los Alpes, o el piragüismo en el Atlántico.

Antes de continuar con la lectura y bucear en semejante patatal, comprobé, como supongo que harían muchos lectores, que el 17 de junio no fuera en América el día de los inocentes. No. La crónica de Pam Belluck sobre el planchado al rojo vivo como un "raro punto donde lo doméstico y el deporte convergen" estaba escrita en serio. "Ver una tormenta con tornado es como un buen revolcón", comentaba Charles A. Doswell III, un meteorólogo de la Universidad de Oklahoma, que ahora trabaja en una de las muchas agencias de viajes especializada en localizar tornados. Lo curioso es que el tal Charles A. Doswell III no es ningún anciano que esté de vuelta de todo, sino un treintañero que siguiendo con el símil del revolcón añadía "nunca te hartas y nunca dura lo suficiente".

El reportaje sobre juegos de guerra cuyas heridas siguen abiertas, como las de Corea o Vietnam, aportaba alguna opinión crítica. El historiador Kevin Walsh afirmaba que se trata de una mera excitación que manipula y trivializa el pasado. Jenny Thompson, el autor del reportaje y de un libro sobre el tema, estima que hay unos 6.000 norteamericanos aficionados a jugar a estas batallas. Uno de ellos afirma algo tan obvio pero tan esclarecedor como lo siguiente: "si vas a la guerra te pueden matar".

La frase tiene tela. Al leerla me acordé de algunas cosas que me comentaba el otro día la profesora Petra María Pérez, a propósito de sus últimos trabajos sobre televisión e infancia: lo que los niños percibían de las imágenes del telediario en que aparecía una soldado norteamericana humillando a presos iraquíes, no era el horror, sino que se estaba divirtiendo porque sonreía. Por otra parte, los niños ven tantas cosas en televisión que aceleran la asunción de los roles de adulto y se les acorta la infancia.¿Qué sádico placer hay en estos nuevos juegos de guerra? ¿Cuánta infancia no gozada aflora en esta búsqueda sin fin de emociones perfectas? ¿Cuántos adultos creen que los soldados de Bush se están divirtiendo en Irak?

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