_
_
_
_
VIAJE DE CERCANÍAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Apunte siciliano

El nigeriano de 32 años que va a mi lado no viaja a Sicilia, como yo, sino a Laos. Le quedan muchas horas de avión. Y bastantes lágrimas por derramar. Lleva un telegrama arrugado en la mano. De cuando en cuando lo lee y solloza. Después me mira esperando que le pregunte qué le ocurre. Sí, de eso se trata: su padre ha muerto. Ya era demasiado viejo para ser africano, 85 años. Y la familia le espera para enterrarlo. Todos sus ahorros de los últimos cinco años (entró en patera a nuestro país por Ceuta) se los ha gastado en el billete de avión. Más de 600 euros. Para él es una fortuna, repite el nigeriano. Perdió el trabajo en una fábrica de envasado de fiambre, en Valencia. Y está en el paro. Luego cierra los ojos y mueve la cabeza como diciendo no, no puede ser.

"En el centro histórico de Palermo los inmigrantes buscan cobijo mientras las chumberas salen de los escudos nobiliarios y crecen las malas hierbas en los balcones de forja agrietados"

Parecidos a este nigeriano vería horas más tarde a otros africanos en el centro histórico de Palermo, deambulando por las calles sucias y oscuras donde los palacios se caen a pedazos. Aquí, los inmigrantes buscan cobijo mientras las chumberas salen de los escudos nobiliarios y crecen las malas hierbas en los balcones de forja agrietados. Inmigrantes en su mayoría sin papeles, son ahora la población mas numerosa en el centro monumental de la capital siciliana.

El mercado llamado la Vucciria es una mezcla de razas en un decorado del barroco italiano. Vucceria vendrá de vocear, supongo, o de bocado, o de buey. Da igual. Tiene un poco de todo esto. Y además es famoso por sus pescados y pulpos que se limpian en la misma fuente del centro de la plaza. En un rincón juegan a las cartas hombres desocupados bajo un toldo descolorido, fuman haciendo guiños y clavan sus ojos en los curiosos.

Huele a betún de zapato bicolor en los pies inmóviles de esos padrones, y también huele a dinero negro que no llega a las manos de los inmigrantes de color, sombras silenciosas e ignoradas. ¿Por qué huyeron los amos de los palacios? A nadie le interesa saber, o revelar lo que sabe. El tiempo, dicen, es responsable de la destrucción de esos magníficos edificios, algunos apuntalados y con cartelones que anuncian su inminente reparación con fondos europeos. Pero no se cumplen los plazos y esos fondos vuelan antes de plantar los andamios. Por 50 euros un coche de caballos se presta a darme la vuelta de las iglesias, muchas y a cuál mas impresionante, y durante una hora me voltean como una campana cuando repica. El tipo del pescante proclama el fin del mundo empezando por Berlusconi, la guerra de Irak, la caída de Bush y la destrucción de los títeres de la familia Argento, ya tres generaciones dedicada al espectáculo. Si el mundo se acaba ¿para qué molestarse en reconstruir nada?

"Usted hágame propaganda, comprenda que esta tradición de los titiriteros viene de muy antiguo, una marioneta pesa diez kilos, pero si nos paga 8 euros y se sienta en ese banco, empezamos la función", dice Vicenzo Argento.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Entonces llama a gritos a su mujer y a dos hijos, y a un sobrino y a la novia de otro, y todos ellos aparecen por riguroso orden desde las profundidades de otro palacio abandonado, y se meten detrás del telón y ponen en danza a veinte criaturas de madera y de hierro: Orlando y Rinaldo luchan por el amor de Angélica durante 45 minutos. El estrépito es total. Se maldicen y se decapitan. Y cuando los titiriteros salen a saludar, resultan irreconocibles: temblorosos, sudorosos y satisfechos de su trabajo que es agotador.

La Iglesia de Jesús es un exceso barroco de teología escultórica. Todo el templo rebosa filigranas, incrustaciones y bajorrelieves con motivos de pajarería que habrían estremecido al maestro del cine de terror. Esperas que en cualquier momento irrumpan buitres por las puertas abiertas y ataquen al Sagrado Corazón que mira esgrimiendo su víscera sangrante en una mano, como si se tratara de un bombón de licor.

Sicilia no ha sido maltratada únicamente por el Etna -más bien dulzón e inofensivo con nata helada en la cumbre- Sicilia ha sido y sigue siendo maltratada sobre todo por sus habitantes que parecen abominar de su riqueza arquitectónica.

Hay lava negra, bancales de piedra negros, y tierra calcinada, aunque fértil, alrededor del volcán. Poco a poco el significado del viaje (si queremos, no sé por qué, buscarlo) aparece ante las ruinas de Agriggento, piedras en sí mismas mucho más valoradas por los arqueólogos que los esclavos sin los que no se hubiera levantado esta ciudad griega.

Pueblos del interior como Palazzo Adriano te esperan con banda de música en la plaza porque es la fiesta de San Antonio. El anda está a punto de salir en procesión. No es extraño que se rodara aquí Cinema Paradiso. "Pero solo estuvieron cuatro meses y después desmontaron el cine, y fue una lástima ya que podían haberlo dejado para siempre entre las dos iglesias", dice un nostálgico del pueblo.

En Caltanissetta hay mucho paro. Hay más paro que jóvenes, lo cual es excesivo para un pueblo que se niega a decaer. Los jóvenes se van a otros pueblos aunque solo sea para cambiar de paro, como dice uno de ellos. Y lo cierto es que en Caltanissetta sólo se quedan los mayores hablando en las calles, siempre hablando en las calles y agitando las manos como pájaros que picotean en el vacío. Por eso pienso que cuando un siciliano ya no habla es porque está muerto.

En la iglesia de San Sebastián los novios obedecen a los fotógrafos responsables del álbum para toda la vida, porque no piensan divorciarse nunca, y los cámaras contratados para el vídeo les gritan: "¡Otra vez, otra vez!", y ellos retroceden hasta el coche como en las películas cómicas, y se vuelven a meter en el Fiat lleno de flores y repiten la escena hasta que por fin queda bien.

El sacristán barre el arroz y enrolla la alfombra. Y los parientes se llevan los ramos de flores porque no es costumbre dejarlas en el templo. Todos se abrazan hasta romperse los huesos, se dan la paz, y también la pasta al dente a la boca, en un restaurante muy engalanado, hasta que al cabo de varias horas salen eufóricos y se despiden, se alejan del brazo, ellas caminando con cuidado para no romperse los tacones tan altos de sus zapatos nuevos. Pocas cosas hay nuevas en este antiguo paraíso, en esta isla que ya no precisa la erupción de ningún volcán para deshacerse irremisiblemente un día tras otro, incluidos los festivos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_