Senador Agramunt
Alguien me envía un recorte de prensa que contiene un artículo titulado Insolidario. Mi anónimo remitente se limita a señalarlo con una cruz. Firma la columna un senador del PP por Valencia, Pedro Agramunt Font de Mora. Leo apresuradamente y me decido, no sin titubeos, a escribir este artículo. Es sintomático y como tal le ruego que lo tome el lector. El senador Agramunt es perfectamente soslayable, una mota en un ojo.
Antaño, la derecha escribía bien, que por algo había frecuentado los mejores colegios. No era infrecuente que algunos hijos de este grupo incluso pensaran bien, con lo que le daban a su discurso coherencia y profundidad. El discurso era, no obstante, radicalmente falso, como el tiempo se encargaría de demostrar; pero podía contener atisbos brillantes y algún que otro hallazgo válido. En España, el ejemplar más típico de esta derecha sería Juan Valera, admirado por Azaña; tanto, que el gran político fue el mejor estudioso que haya tenido el autor de Pepita Jiménez.
Hoy esto ha cambiado y se puede llegar a senador sin ser capaz de poner una palabra detrás de la otra, como pedía Azorín. Si don Pedro Agramunt fuera un caso único, uno se callaría; pero no lo es y eso le mueve a uno a preguntarse, preocupadamente, qué diablos ha ocurrido y está ocurriendo. El senador Agramunt concluye triunfalmente su navajeo con la siguiente tiradilla: "Hoy insisto en acusar a Marcelino Iglesias de deslealtad, insolidaridad, egoísmo, incompetencia, incapacidad y demagogia, mucha demagogia". Ni siquiera una sarta de insultos saben poner bien. Pero antes de alcanzar esta ridícula traca final, mediada la columnilla el senador ha escrito: "Es una formidable muestra de incompetencia y además asume su incapacidad para liderar proyectos de futuro y prosperidad, de ilusión, para su tierra". Don Pedro Agramunt Font de Mora escribe que se pringa y es senador. Ideas y lenguaje se retroalimentan. Quien no sabe pensar, no sabe escribir y a la inversa.
Así, el señor Iglesias, presidente autonómico de Aragón, se lamenta de que su comunidad sea exportadora de capital humano porque allí siempre han pintado bastos. Nunca dijera tan notoria verdad histórica, sobre todo, siendo como es socialista. Don Marcelino, autor de argumentos miserables (Agramunt dixit) es incapaz de liderar proyectos de futuro y prosperidad y el resto de la charlatanería. Yo pregunto: ¿Es Aragón una nación con Estado o una autonomía de un Estado autonómico? Según se desprende de las mal trabadas razones de Agramunt, parece ser lo primero. Aragón, nación con Estado, se querella con sus vecinos por el asunto del agua. Sólo partiendo de esta premisa puede entenderse que el señor Iglesias sea incapaz de situar a su país en pleno siglo XXI. Toda región autónoma, toda región federada, depende en mayor o menor medida del Gobierno central. La misma CV, en la mitad de la tabla del desarrollo español, está limitada por las directrices que emanan de Madrid y de Bruselas. Así, las grandes infraestructuras son cuestión de Estado. Pregúntele Agramunt a Álvarez Cascos por qué fue incapaz de llevar el AVE a Barcelona y no digamos a Valencia, pero sí lo hizo avanzar hacia Valladolid, que está a un tiro de piedra de la capital.
Si no se quiere fomentar un estado prebélico entre autonomías, hay que conocer los hechos y medir bien las palabras. Nada hizo el gallego Franco por la torturada Galicia; ni los gobiernos democráticos (PSOE y PP incluidos) se lanzaron a corregir este entuerto. Otra región secularmente maltratada ha sido Aragón y en nuestras mentes está el eslogan "Teruel existe". Claro. Sea el presidente autonómico socialista, sea del PP, para darle un vuelco a una región subdesarrollada serán inútiles la voluntad y las buenas ideas del tal presidente, pues ni un Mirabeau sería capaz de sacarse de la manga los medios necesarios. En sus ocho años de gobierno, el PP, desde el centro, poco hizo por Aragón, detalle que Agramunt, naturalmente, no menciona. Tampoco el PSOE tiró la casa por la ventana en Aragón y está por ver si ahora se entera de que Teruel existe. Dicen que sí, pero, insisto, habrá que verlo para creerlo. Entre tanto, dedicarle una ristra de insultos al presidente de una autonomía vecina porque -entre otras cosas- no es el Silicon Valley o algo parecido, es... ¿qué adjetivo uso? Ninguno. Es propio de gentes que no conocen el idioma en que escriben. Miseria intelectual se llama eso.
Todo a cuento del asunto del agua del Ebro. ¿Habrá quedado finalmente aclarada (cuando salga este artículo, que escribo el lunes) la cuestión de los informes? ¿Por qué el ex ministro Matas ocultó un número de ellos? ¿Para garantizar su confidencialidad, como él dice? ¿Qué demonios significa eso? ¿Es una de James Bond? ¿Expertos corruptos que no quieren ver sus nombres en la prensa? ¿Alto secreto tecnológico? Con argumentos tan estrafalarios, hasta rabiosos patriotas autonómicos como Pedro Agramunt tendrán que sacudirse de un papirotazo el posible amago de sospecha.
Agua, que me ahogo. A uno le choca que Rafael Blasco, buen político, buen tecnócrata, acaso el mejor activo del gobierno de Camps, haya entrado tan decididamente en la contienda. El peligro está en que paulatinamente, durante el transcurso de la legislatura, empiece a fluir el "agua Narbona", y los presumibles beneficiarios, fatigados ya de tanta refriega, den en pensar que se ha malgastado demasiada pólvora en salvas. Hay que diversificar los mensajes, los proyectos y las realidades, siquiera en fase más o menos incipiente. Leo, por ejemplo, que Blasco está haciendo muchas viviendas, pero que a la vez, el precio de la vivienda en esta autonomía, no deja de subir. Estos y otros tantos toros (la deuda, la deslocalización, la sanidad, etcétera) son los que hay que coger por los cuernos e ir olvidándose del agua del Ebro, pues dicha obra, convertida en cruzada, más tiene pinta de planchazo que de otra cosa.
Termino con la picante cuestión de los informes. ¿Cuántos hay a favor del trasvase, cuántos en contra? Lo estamos leyendo ya hasta el cansancio, pero lo que realmente importa no es la cantidad sino la calidad. No vaya a suceder que la autoría de un solo informe tenga más credibilidad que docenas de otros.
Pero, oh, la espectacular huida hacia adelante de entrambos, Camps y Pla. ¿Claramunt?
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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