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La familia homosexual

El arzobispo sevillano Carlos Amigo, al declarar su apoyo a la regulación civil de las parejas homosexuales, admitió que "existen muchas formas de familia" y pidió respeto para su identidad propia, pues no es forzoso que "tengan que estar formadas por un hombre y una mujer". Contra tal heterodoxia, el Papa, ante José Luis Rodríguez Zapatero, y la Conferencia Episcopal, en sus medios de comunicación, han dejado muy claro que, sin negar el derecho a dicha unión legal, ésta no puede, sin injusticia, considerarse matrimonio, ya que entre una y otro no hay ni remota analogía. Según la Conferencia Episcopal, las uniones homosexuales son "contrarias a una antropología adecuada" y al "designio de Dios sobre el matrimonio y la familia"; "contrastan con la ley moral natural" frente a la "santidad matrimonial"; y, en fin, los actos homosexuales "no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual" y "cierran el acto sexual al don de la vida". Hasta qué punto se da, también en este caso, el divorcio entre la jerarquía eclesiástica y la opinión ciudadana lo demuestra la encuesta Gallup, con el 79,2% de españoles que considera legítimamente matrimonial la unión citada; la de febrero pasado sobre la juventud barcelonesa, que presenta al 92,8% de respetuosos con la libre opción sexual y, al tiempo, considera a la familia lo más importante (78,2%). Pero no hablaré de ese divorcio porque el alto clero suele apelar a su deber de proclamar la que, a su juicio, es la verdad divina, aunque no guste o no se acepte tal como la formula. Ser impopular no afectaría al mensaje apostólico; más bien vendría a confirmar su certeza. Hablaré, por tanto, de lo que me parecen contradicciones y errores radicales de una doctrina como la expuesta en relación con la cristiana, coincidente hoy con el sentido común del conocimiento humano mejor ilustrado.

Las ideas clave que subyacen a las afirmaciones episcopales antes transcritas, no por gozar de larga y triste tradición dejan de ser no sólo contrarias a la realidad, sino aberrantes en sí mismas y anticristianas. Al identificar el ser humano con la heterosexualidad porque ésta permite la reproducción de la especie (bien moral supremo, por lo visto), parece natural que la homofilia sea "anti-natural". Pero el "creced y multiplicaos" fue un mandato nacionalista de Israel, no un deber genésico universal. Así lo demuestra el propio celibato, exaltado como superior al matrimonio hasta hace muy poco por la "burocracia célibe" del Vaticano, en definición de Dostoievski. La antropología adecuada sólo puede ser la que admite la homosexualidad como una variante biopsíquica tan natural como cualquier otra. Negarla obliga a considerar que los hombres gays y las mujeres lesbianas son personas desnaturalizadas: el mayor insulto y desprecio que puede recibir una persona. Además, no existe la llamada ley moral natural, y menos si se basa en una concepción inhumana. La moral es histórica y cultural: esa es su naturaleza, y la fijan las sociedades a partir de su concepción de lo humano, no de lo inhumano. En cuanto al matrimonio, siempre ha sido un contrato económico, laboral o político, ligado a menudo a una descendencia heredera. Su santidad sólo puede venirle del amor práctico y sincero que los cónyuges compartan. ¿Le está vedado por naturaleza ese amor a la pareja homosexual? Decir que ésta no puede expresar un complemento afectivo y sexual verdadero, ¿no es otra muestra de inhumanidad incomprensible y absurda? El materialismo más grosero se aúna con el espiritualismo más hipócrita cuando se le niega el amar santamente a quien no puede procrear y, por tanto, de acuerdo con esa doctrina, no puede amar. Que el acto homosexual "se cierra al don de la vida" es el mismo pecado que se le imputa a la pareja hétero cuando en conciencia decide no tener un hijo. Pero, ¿la vida es sólo la física? ¿Creen eso los curas que se hacen llamar padres y las monjas, que responden al dulce nombre de madres? El deseo de adoptar hijos ajenos indica la clara espiritualidad amorosa de una auténtica maternidad-paternidad. Aparte de los posibles problemas que la adopción pueda plantear en la familia homosexual, y que aún están por estudiar con rigor y sin prejuicios, la familia, como recuerda el arzobispo de Sevilla, tiene muchas formas y no hay un designio divino sobre ellas porque somos nosotros sus diseñadores. Las que difieren del modelo de la actual jerarquía eclesiástica, ¿acaso no son familias? ¿Serían también grupos inhumanos, condenados al infierno por ser contrarias a Dios? ¡Pobre Dios, condenado por los que se creen sus representantes a parecer todo lo contrario de lo que es!

El matrimonio homosexual es tan legítimo humanamente y puede ser tan "santo" como el usual. Puede constituir una familia, vivir la maternidad-paternidad afectiva, que es la que cuenta por encima de todo en las parejas y en los hijos, y pondrá aún más de relieve, si hay adopción, la radical bisexualidad del ser humano (al margen del hombre metrosexual de moda); su doble condición masculina y femenina. Ésta, bien armonizada, constituye la persona completa, más allá del sustrato biológico diferencial, y la capacita para cualquier cometido familiar y social sin exclusión ni privilegios en relación con el sexo. Detrás de la homofobia eclesiástica se ocultan el viejo tabú del sexo (por cierto, obra de Dios, y no de las peores) enfrentado al espíritu y una confusa idea del amor matrimonial. ¿Puede casarse ante el altar una pareja homosexual católica? Cuando se proclama que Cristo ama a su Iglesia como a una esposa, ¿se dice sólo porque él es masculino y ella femenina o porque toda unión de verdad supone el amor? El ejemplo humano y cristiano que ha dado el arzobispo de Sevilla con su sensatez y su respeto a la familia homosexual (le cuadra apellidarse Amigo) sería un buen tema de meditación para sus colegas.

J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona.

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