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Tribuna:AULA LIBRE
Tribuna
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¿Qué Universidad, para qué sociedad?

Joan Subirats

Hace mil años se fundó la Universidad de Bolonia. Estamos hablando, pues, de una institución, la Universidad, con profundísimas raíces históricas. Una de las personas que más y mejor ha escrito sobre universidades, Clark Kerr, recordaba que en Europa siguen funcionando 85 instituciones cuya existencia podemos rastrear ya en el siglo XV. De esas 85 instituciones, más de 70 son universidades. En sus aulas ya no encontramos sólo monjes y médicos como ocurría en plena Edad Media. Sus currícula ya no se basan sólo en materias como gramática, geometría, música, astronomía, lógica, retórica o aritmética, como sucedía en el siglo XVIII. Pero, más allá de los cambios, nuestras universidades son perfectamente reconocibles como descendientes directas de aquellas que nacieron hace mil años. El éxito aparente de esa institución es de tal calibre, tiene tan pocos precedentes, que conviene tenerlo siempre en cuenta cuando algunos hablan, a veces alegremente, de la "crisis" de la Universidad. Probablemente, la mezcla de "funcionarios del saber" con "agentes críticos" que ha ido turnándose y combinándose en la historia de las universidades, con esa mezcla extraña de resistencia al cambio y de semilla del mismo, sea una de las claves de su longevidad.

Muchas instituciones viven y perviven realizando todo tipo de tareas y labores sin preguntarse cuál es su razón de ser. E incluso podríamos afirmar que su continuidad tiene que ver con la no formulación de esa pregunta. Por tanto, no podemos tratar de responder en pocas líneas al enunciado de este artículo. Pero, si tratamos de analizar cuál es el secreto de esa innegable capacidad de permanencia y protagonismo de las universidades, hemos de concluir que las mismas han sido y son grandes "factorías" del conocimiento. Ahí reside el elemento crucial que les ha permitido tener la fuerza y las coordenadas para resistir los peores momentos, y es precisamente esta característica la que les ha hecho llegar en aparente buena forma a los actuales momentos en que el conocimiento constituye la gran palanca de poder y riqueza. Una economía cada vez más basada en el conocimiento no es extraño que mire a la Universidad como un activo estratégico y decisivo. Los recursos básicos de la investigación y el desarrollo de nuevos productos, de nuevos materiales, incluso de nuevas formas de vida, tienen su epicentro en la Universidad. Las empresas investigan e investigarán cada vez más, pero casi siempre la investigación aplicada tiene su base esencial en esa labor básica y determinante de los departamentos y grupos universitarios. Y ello se complementa de manera sinérgica con la otra gran labor universitaria: la preparación del nuevo capital humano, factor que se considera como esencial para cualquier país en las actuales sendas de desarrollo.

Las universidades concentran viejas y nuevas expectativas. La expansión de los sistemas de bienestar desde los años cuarenta, la consolidación democrática, han aumentado de forma extraordinaria las demandas de enseñanza superior en todo el mundo. Al mismo tiempo, las universidades, en el nuevo contexto de la sociedad posindustrial, aparecen como un factor clave en la capacidad competitiva de las ciudades, regiones y países, así como un indudable factor de calidad de vida en cada uno de esos entornos. Las demandas de la sociedad se incrementan; los gobiernos, conscientes de su importancia estratégica, pretenden condicionar más y más la financiación de las universidades, y las empresas buscan direccionar e influir en la investigación y docencia universitarias con nuevos recursos económicos o materiales. Todo ello en un marco de creciente internacionalización de la ciencia y de la enseñanza, y en un entorno tecnológico radicalmente nuevo. No es extraño que en pleno proceso del llamado síndrome nimby ("not in my back yard") por el cual muchos no aceptan algunas instalaciones consideradas socialmente útiles (como cárceles, depósitos de residuos, residencias de ancianos, centros de tratamiento de drogodependientes...), nadie se queje cuando alguien propone instalar una dependencia universitaria en cualquier parte. Al contrario, tal supuesto concita todo tipo de buenaventuranzas y expectativas favorables del personal.

Las mismas universidades han ido tratando de incorporarse a esa visión utilitaria de su labor, construyendo indicadores que ponen de relieve de manera esencial su capacidad "productiva": número de proyectos, publicaciones en revistas de altísima especialización, patentes o convenios con empresas, etcétera. El problema es que en esa dinámica evaluadora se ha dejado poco espacio para medir la capacidad de implicación de las universidades y de sus docentes e investigadores en procesos de transformación social que no tengan una derivada o económica o estrictamente científica. Se habla mucho de clusters con empresas, pero nadie hable de "clusters sociales". Lo curioso es que incluso ciertas empresas han ido entendiendo, presionadas por la parte más atenta de la opinión pública, que han de preocuparse por su responsabilidad social, por el impacto que tienen en la forma de vivir, en las relaciones sociales de su entorno. Las universidades también parecen haberlo entendido, pero sólo en su dimensión más utilitaria, más mercantilizada. ¿Tenemos alguna bula los universitarios? No me lo parece. Más bien diría que nuestro bien acendrado y positivo espíritu crítico deberíamos ser capaces de dirigirlo tanto hacia fuera como hacia el interior de nuestras propias organizaciones.

El reciente caso del Plan Hidrológico Nacional ha demostrado que la confluencia de una reivindicación social aparentemente circunscrita a dinámicas de conflicto interterritorial, alcanzaba otros parámetros cuando un conjunto de académicos e investigadores confluían en el proceso con elementos de gestión alternativa de los recursos hídricos del país. Otros ejemplos aquí y allá nos indican que los movimientos sociales pueden incrementar su capacidad de influencia y movilización si logran articular a su alrededor conocimiento y discurso alternativo. Sobre todo si se entiende que no existe una relación jerárquica entre "los que saben" y "los que no saben", sino que lo que se da es una relación mucho más simétrica entre formas distintas de conocimiento. Desde el campo de los investigadores medioambientales, hace ya tiempo que se es consciente que de no lograr formas más potentes de articulación entre los que diagnostican y los que actúan, pocos avances se lograrán. No estaría mal que en las universidades siguiéramos preguntándonos para qué sirve lo que hacemos. Revisitando y renovando algunas preguntas incómodas que poblaron nuestros centros hace años.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política y director del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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